F u n d a c i ó n   E d u c a t i v a   H é c t o r   A.   G a r c í a

 

 

Luis Palés Matos

El Baquiné

Proyecto Salón Hogar

{"El Baquiné" es un texto narrativo que dialoga con el poema "Falsa canción de baquiné" y donde Palés vierte el recuerdo de su niñez cuando estuvo en un velorio de un recién nacido, en Guayama. Lo incluye, junto con "Lupe", como capítulos en Litoral, su única novela.}


--Esta noche iremos a un baquiné. Suena a magia, ¿verdad? Y lo es. Lupe, en secreto, nos dice que habrá baquiné en los barracones de la hacienda "Esperanza" de la Central Bustamante.
--Van a velar a un negrito.
--.Murió de brujería. No valieron ni la verdolaga, ni los teses de llantén y curía, ni los sobos de aceite de culebra con yerba bruja. Tenía el enfundio muy adentro. Se le dio el calalú de quingombó; ayunó siete días para la "limpieza" de cañafístola y naíta, mi niño. El mal espíritu estaba bien agarrao a la entretela y no quiso salir-. Desde la infancia, dos cosas habíanme intrigado siempre con extraña sugestión de misterio y sigilo: los negros y los masones.
--Mi madre nos contaba que durante los primeros días de su matrimonio, en plena luna de miel, mi padre dábase unas escapadas nocturnas y furtivas, rumbo a la logia, que la tenían con el alma en vilo.
.--Antonio, ten cuidado. Mira que una de estas noches los va a sorprender la Guardia Civil.
--La causa lo exige -respondía él dramáticamente.
--Entonces se apagaban todas las luces de la casa; mi padre embozábase herméticamente, se calaba el sombrero hasta las orejas y salía disparado por el patio como si fuese a cometer un crimen. Este miedo de mi madre lo compartían todos los de la casa. Era la edad heroica y caballeresca de la masonería.
--Años después, en nuestra casa del pueblo estuvo escondida por mucho tiempo, en un antiguo armario de nogal, una curiosa colección de espadas, collares y mandiles, con dibujos a colores de escuadras y compases, en forma de triángulos. Pero lo más interesante eran unos cachimbos gigantescos de largas boquillas flexibles como los narguilés turcos, y enormes cazoletas de latón con las tapas superiores perforadas por minúsculos orificios, a semejanza de duchas invertidas.
--Andrés y yo, mozalbetes ya, nos pasábamos fisgando por los cristales del viejo y misterioso armatoste, cerrado bajo siete llaves, en cuyo fondo dormían aquellos atroces esperpentos.
.--Son las pipas de licopodio para probar a los iniciados -explicaba mi primo-. Los masones han de ser todos hombres valerosos, que trabajan en secreto.
.--¿Y por qué en secreto? -inquiría ingenuamente.
--¡Ah, porque conspiran!
--¿Contra quién?
--Bueno, yo no sé. Dicen que antes era contra los curas y el Gobierno, pero ahora nadie se mete con ellos… ¡Cógeme esa gata por el rabo! Tío Antonio es el maestro o jefe de todos. De esos cachimbos brota una llamarada roja que le quema las pestañas al parvulillo que van a iniciar en los grandes secretos de las pirámides, del templo de Salomón y las murallas de la China.
--Érame harto difícil asociar a mi padre a tal truculento papel. Verlo, tan manso y apacible durante el día, convertido por la noche en una especie de Satán encapuchado, con la espada serpentina en alto y dentro de un círculo de llamas, dando órdenes de inquisición y tortura. ¡Imposible!
--De poco te asombras -atajábame Andrés-. ¿Recuerdas a don Matías Valero, el colector? De día no rompe un plato. Es más, dicen que su mujer se la zurra. Pues míralo de noche en la logia, hecho un trigre bengala, queriendo tragarse al mundo. Es el orador masónico. ¿Y don Arístides, el secretario municipal, que le aguanta los insultos al alcalde Treviño, y de puro flaco ya no tiene ni sombra? Pues, como es guardián o vigilante del templo, ¡guay de quien ose interrumpir las sesiones, porque allí mismo le deja tieso de una estocada! El único que tiene planta y fachada es el abogado Dámaso Sánchez, pero éste,, ante tanto derroche de valor, no dice ni pío. Todos son así: de día muy quietos, muy moscas muertas; de noche rugen como leones. Parece que eso de ponerse collares y mandiles, bregar con espadas y llamarse conde de esto y caballero de aquello, o les hace gracia o les hace falta. Figúrate. Guillén, el barbero, en la logia es nada menos que Príncipe Rosa Cruz.
--¿Y quién te dijo tales mentiras?
--Un boquete que hay detrás de la logia. Desde luego, no vayas a figurarte que maltratan a nadie. No, no. Todo es mero simulacro, o como ellos le llama, simbolismo. Y lo simbólico es el juego de las gentes serias y mayores, ¿entiendes?-. Yo no entendía nada, y desde entonces los masones fueron para mí unos seres fantásticos, inexplicables.
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--En cuanto a los negros, las viejas narraciones de Lupe, entreveradas de ritos mágicos, palabras incomprensibles –mi intuición infantil las entendía perfectamente–, e invocaciones misteriosas, habían creado en mi mente de niño un orbe fascinante de hechicería y encantamiento. Eran los cuentos del caimán y la luna; las deliciosas fábulas negras en donde bestias y árboles lucen cualidades humanas: sabios y prudentes, el elefante y la hicotea; noble, aunque vanidoso y crédulo, el león; hipócrita, la serpiente; llenos de perfidia, el tigre, el chacal y la araña; lerdos y testarudos, el cabrón y el oso; y sagaz, astuto y humorista, el conejo que, a pesar de su debilidad y pequeñez, se burla de todos con las mil y una tretas de su fértil imaginación.
--Tarde o temprano, en aquellas narraciones aparecía el niño desobediente extraviado en la selva. De la oscura maraña brotan dos brujos caníbales.

--..Adombe, gangá mondé,
--..Adombe,
--..Adombe, gangá mondé,
--..Adombe.

--Canta Lupe con ronco y medroso acento imitando la voz de los brujos que quieren comerse el niño.
--Trepa éste a la copa de un árbol y desde allí invoca a sus tres perros para que vengan a salvarle.

--Dendifó, Carígatagre, Negombe,
--¡Sirinanaaá…!


Pide, suplica Lupe, llamando a los mastines y adelgazando su voz como la de un niño.

--Entonces, con un largo serrucho, los caníbales acometen el tronco. Va y viene, en soñoliento ritmo, la cortante sierra, que se hunde, se hunde más, se hunde más y más…. Ya el árbol va a caer; ya sólo está en un hilo.

--...Alí, cotalí, suiiií,
--...alí, cotalí, sapaaaá…

Ahora, la voz de Lupe es suave, flexible, de adormecedora dulzura.

--Dendifó, Carígatagre, Negombe….

--Los perros han oído por fin el llamado remoto y quejumbroso del amito en desgracia. Las cadenas se rompen, y allá van corriendo, volando por la llanura, los leales y valientes Denifó, Carígatagre y Negombe. Las doce patas ágiles y veloces tamborilean alegremente sobre el campo la canción de la esperanza.

--...Dómini, ani manita viene,
--...Dómini… aaá….
--...Dómini, ani manita viene,
--...Dómini…. aaá…

--Y el drama infantil termina con la muerte de los brujos y el rescate del niño por sus fieles mastines.
--¿Puede haber cuento más bello para arrullar la infancia?
--(Vieja, buena e involvidable Lupe, con el espíritu -zombi o muñanga- desencarnado, vuelto ya a los bosques de tu remota guinea originaria, ¡cuántas veces me quedé dormido en tu regazo al rumor de ese canto maravilloso de aquel adombe profundo que todavía suena en mi corazón!).
--Pero esta noche iremos al baquiné.
--A campo traviesa y atajando por trochas y senderillos de cabro para "madrugarle al difunto", después de la comida, forzamos nuestra marcha hacia la casa del misterio. No queremos perder un solo detalle de la ceremonia. Lupe nos ha dicho que de Guayama viene, expresamente, un Gran Ciempiés1 para dirigir los rezos y los cantos, y esto se ve en muy contadas ocasiones.
--Le llaman al maestro Balestier y dicen que es el mejor Gran Ciempiés de toda la comarca, desde Maunabo hasta Juana Díaz.
--¿Cómo lo sabes?
--Por Lupe. Conoce los rezos en católico y en cangá. Y trina como un canario de mangle.
--Bien entrada la noche llegamos a la "Esperanza". Es un hacinamiento de casucas y barracones en torno a un torreón de piedra y ladrillo, especie de hórreo gigantesco y ruinoso que, a la distancia, en el relente nocturno y proyectado contra el lienzo de los cañaverales que le hacen horizonte, sugiere la antigua fábrica de un molino sin avispasde un molino sin aspas.
--Lupe nos espera frente al portón que da acceso a la hacienda. Viste traje blanco y su gran pañuelo de Madrás doblado en confia sobre la cabeza.
--Por aquí -indica, guiándonos hacia la barraca del velorio-. El Gran Sempié acaba de llegar.
--Atravesamos el oscuro y catingoso arrabal. Nos sentimos como en otro mundo: el mundo de los negros. Pringa el aire en vaho de orín y lodo y a lo lejos, entre las sombras, croan las ranas. Por todas partes hierven, rebullen los negros en sus mejores prendas.
--Parecen gatos con valeriana -apunta Andrés en tono festivo.
--Es el baquiné, mi niño -comenta Lupe con solemnidad-. Lo llevamos en la sangre.
--Cuando llegamos a la barraca la están "limpiando" para la ceremonia. Dos mujeres, con escobillas de palma real, barren afanosamente el piso; un tercera, arroja cacharros y cubos de agua por puertas y ventanas.
--No pué quedar una sola gota -se anticipa a explicaranos Lupe-. La dañaría el espíritu del difunto bañándose en ella y dejándola embrujá.
--La habitación está débilmente iluminada por un quinqué de kerosén pendiente del techo. Varias ringleras de sillas, bancos y cajones, con un estrecho pasillo central, llenan la estancia. A la izquierda siéntase las mujeres, todas de blanco y tocadas con pañolones a semejanza de Lupe; al otro lado, los hombres, descubiertos y en mangas de camisa. En el fondo, sobre una mesa rústica adornada con papel de seda rizado, aparece el niño muerto entre un espumajo de encajes, cintas, helechos y flores de papel. Sólo es visible el rostro, como un goterón de tinta caído en toda aquella blancura. Junto a la mesa hay una silla más alta y descollante que las demás, es la silla para el Gran Ciempiés.
--Lupe ocupa su asiento entre los participantes. A nosotros no se nos permite la entrada y quedamos frente a la puerta principal donde se apretuja un tupido grupo de espectadores de toda laya.
--De pronto todos hacen silencio y el Gran Ciempiés penetra en la habitación. Es un mulato, alto, nervioso, casi eléctrico, y emaciado por la función espiritera. A pesar de su aire bondadoso y dulce, sus pupilas irradian un poder magnético. La pasa -prieta viruta- se le agolpa sobre la cabeza en inextricable malezal, rebelde a toda peinilla. El único distintivo de su jerarquía superior es un collar de camándulas rematado por una cruz de madera, que le cuelga del pecho.
--Siéntensen, siéntensen -dice al pasar, expandiendo los brazos a ambos lados como si repartiera bendiciones, y queda de pie, un momento, cabe el improvisado túmulo, con las manos juntas en actitud de oración. Después se sienta, se persigna, y con voz potente, de dulcísimo timbre, inicia el acto de constricción.
--Señor mío, Jesucristo…
Que la multitud corea con sordo y espeso balanceo.
--Padre nuestro que estás en los cielos…
Luego viene, en continuas oleadas, el tomidame de las avemarías del rosario, que se van desgranando con exasperante monotonía, mientras el Gran Ciempiés recorre las cuentas de su collar de camándulas.
--Sobre el rumor apagado, uniforme del coro, retumba, límpida y sonora, la voz del Gran Ciempiés. Me da la impresión de una palmera solitaria destacándose gallardamente sobre el ras tundido de los cañaverales.
--Concluido el rosario comienzan las canciones de baquiné. Son canciones con aire y cadencia de villancicos navideños. En ellas se ponderan las virtudes del niño, los desvelos de la madre por curarlo, y se exorcisan a los espíritus malignos que embrujaron su cuerpo.

Zape, zape, zape,
espíritu malo;
vuélvete a la sombra
de donde has llegado.

--El Gran Ciempiés, en modulado tono de barítono y con gestos y visajes de exorcista, dice la estrofa completa y la multitud le corea cantando los dos versos finales. A las voces agudas de las mujeres, opónese, en armonioso contrapunto, el acento grave y viril de los hombres.

Su madre le daba
teses de curía,
a ver si su hijo
no se le moría.

Traigan la pareja
de caballos blancos,
para conducirlo
hasta el camposanto.

Echen en la fosa
para que no jieda,
jazmines y nardos,
lirios y azucenas.

--Los cantores vuelven invariablemente sobre las estrofas en tan prolija reiteración que el acto va adquiriendo una fatigante monotonía.
--Pero el Gran Ciempiés es un maestro consumado de su arte. A un brusco ademán de su diestra al coro para en seco cual luz que apaga un conmutador. Ritmo y tema cambian de inmediato. Del difunto se pasa al amor y a los sucesos del ordinario acontecer.

En la cabeza le pusieron
un adornito singular,
y su mujer que lo veía
a todo el mundo le decía:
-Póngale más, póngale más-

Carrillo, carrillo,
carrillo del mar.
¿Dónde te metiste
cuando el temporal?

Si quieres un hombre,
a que beba dale
agua de melao
como lo que tú sabes.
Y si no lo quieres,
para que se vaya
túmbale el melao
y déjale el agua.

--La sesión se prolonga a lo largo de la noche, con breves intermedios en los que se reparten golosinas y corre liberalmente el ron de caña para los hombres y el anisado dulce para las mujeres. Organízanse juegos sociales con la participación de toda la concurrencia: la prenda, el castigo, la gallina ciega….
--De vez en cuando, una pareja enardecida por las reiteradas libaciones, abandona furtivamente la habitación y desaparece por el cañaveral.
--Ya de madrugada, a un gesto del Gran Ciempiés, las negras y los negros más ancianos forman grupo aparte.
--Ahora viene el canto en cangá -oigo decir a mi lado-. Sólo los viejos lo conocen.
--Y en el silencio la noche tropical, que es ahora como una selva inmensa, rompe, con la voz del Gran Ciempiés dominándolo todo, el canto terrible, primitivo y magnífico.

Adombe, gangá mondé,
¡Adombe!

--Estoy estupefacto. Es la misma canción infantil con que Lupe nos dormía. Y allí está ella cantándola otra vez. Andrés y yo no podemos reprimir la emoción que nos trae como una ráfaga de nuestra niñez y desde la puerta, ante el asombro de todos, rompemos a cantar también. Lupe nos oye, se vuelve y nos sonríe con su blanca y ancha sonrisa de leche de coco.
--El baquiné está tocando a su fin. Multiplícase el éxodo de las parejas hacia el cañaveral.
--Y cuando a la trémula luz del alba todos abandonan el niño muerto, junto a él sólo permanece una figura inclinada, verdadera imagen de la humildad y la tristeza, llorando con un dolor frío, silencioso y sin lágrimas.
--Es la madre.

[Lupe es la nana negra que introduce al joven Palés en los reinos mágicos de la negritud caribeña que luego emergen en los versos del Tuntún de pasa y grifería]

Lupe

Con nosotros está Lupe, el comodín de la familia. Es una cocinera gorda y negra que entró a servir al abuelo cuando apenas contaba doce años y se quedó para siempre -fiel satélite-, girando en la órbita de los Pedralves. Como no hay dinero para pagarla. Lupe no trabaja regularmente con nosotros. Pero en momentos de apuro, mi madre manda por ella y ella acude, presurosa y diligente, sin protestas, sin condiciones, impelida por el simple espíritu de servicio inherente a su raza y por el afecto maternal que nos tiene.
--Lupe lo hace todo. Lo mismo monta el burro y se va los sábados al mercado del pueblo para la provisión de la semana, que huronea, con certero instinto de mangosta, entre los eneales, en busca de huevos de gallinas o de guineas alzadas para aumentar nuestra flaca despensa, mientras zumba incansablemente la máquina de coser de mi madre y mi padre garrapatea en sus libros y papeles.


A veces trae una nidada completa.
-Eso debe tener su dueño -advierte mi padre.
-Pues anda por él y devuélvelos -replícale mi madre, más escrupulosa con nuestra alimentación que con la propiedad ajena-. Aquí priva la ley libre del campo.


-Ignoro a qué ley te refieres -concluye él sonriendo.
Permanece entonces callado y al almuerzo, si hay tortilla en la mesa, se embaula gustosamente su ración y no vuelve a hablar del asunto. Comprende, tal vez, que nuestra edad necesita alimentos más nutritivos que el funche, el arroz y el bacalao que constituyen la regla común. Y, sin complicarse demasiado, salvadas las apariencias, transije con los pequeños hurtos de Lupe.
Porque, a la verdad, nosotros, aunque saludables, estamos vueltos dos críos larguiruchos de martinete, todo ojos, zancas y pescuezo.
A veces, cuando menos lo esperamos, Lupe lía un poco de ropa limpia en su gran pañuelo de Madrás y desaparece de la casa por varios días, so pretexto de visitar unos parientes en Santa Isabel. Atraviesa el páramo a lomo del burro. Cuando llega al camino real, toma el lío, cruza la alambrada, azota la bestia para que retorne y sigue el resto del viaje, unas cuatro o cinco millas de sol y polvo, a pie firme, musitando durante la jornada un sonsonete monótono, sin palabras, de vaga y humildosa cadencia. Al regreso, viene cargada de baratijas: collares de camándulas para Chela, trozos de caña de azúcar, tortas de casabe, hojas de oraciones, y marrayos de coco y moscabada, prietos, pringosos y dulces, que nosotros hallamos sabrosísimos.
Llega rumiando su sonsonete, cubierta de polvo y sudor, y sin decir palabra abre su gran pañuelo que es para nosotros un mundo de sorpresas y nos va entregando las suculentas golosinas.
Cuando la noche la sorprende durante el retorno, y ello es harto frecuente, atraviesa sin miedo toda la llanura, sombría y tétrica, salvando instintivamente los peligrosos aguazales, y aparece de improviso, como una fantasma, entre nosotros. Si la casa está cerrada, la pobre negra no osa llamar y se queda a la intemperie, soportando el frío húmedo de la madrugada, hecha un ovillo en un rincón de la escalera. ¡Cuántas veces, al despertarnos por la mañana después de una noche de lluvia tendida, hemos encontrado a Lupe tiritando, con el pañolón de Madrás chorreándole anilina sobre los ojos, amontonada, silenciosa, como un fardo voluminoso de ropa sucia y mojada!
-¿Pero por qué no ha llamado? -La reprocha mi padre al abrir la puerta y toparse con este espectáculo.
-¡Bah! No es naita, mi niño… -Y se mete en la cocina a secarse al calor de la leña, que en el amanecer pálido y friolento, despide unas llamas de un rojo vivo, acogedor y reconfortante.

1 Nombre dado en parte de la costa meridional de Puerto Rico al maestro que dirige las canciones de baquiné y que asume, en dicha ceremonia, un papel casi sacerdotal. Es posible que término Gran Ciempiés o Gran Sempié, como dicen realmente los negros, constituya una deformación de la expresión francesa "Gran Saint Pierre"(Gran San Pedro) o "Grand Saint Père" (Gran Padre Santo). En tal caso, sería de sumo interés para el folklore negro antillano, buscarle a las ceremonias del baquiné en Puerto Rico cierta relación con el vuduismo haitiano o con el culte des morts de las antillas francesas. Fuera de la comarca indicada, el autor no ha oído hablar del Gran Ciempiés en ninguna otra región de la isla.

 

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