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Dialogos Socráticos

 

El Sofista

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TEODORO, TEETETES, UN EXTRANJERO DE ELEA y SÓCRATES

Teodoro. -Como convinimos ayer, Sócrates, aquí estamos cumpliendo nuestra cita puntualmente, y te traemos a este extranjero, natural de Elea, de la secta de Parménides y Zenón, que es un verdadero filósofo.

Sócrates. –Quizá, querido Teodoro, en lugar de un extranjero, me traes algún dios. Homero refiere que los dioses y, particularmente el que preside a la hospitalidad, han acompañado muchas veces a los mortales justos y virtuosos, para venir entre nosotros a observar nuestras iniquidades y nuestras buenas acciones. ¿Quién sabe si tienes tú por compañero alguno de estos seres superiores, que haya venido para examinar y refutar nuestros débiles razonamientos, en una palabra, una especie de dios de la refutación?

Teodoro.-No, Sócrates; no tengo en tal concepto a este extranjero; es más indulgente que los que tienen por oficio el disputar. Pero, si no creo ver en él un dios, le tengo, por lo menos, por un hombre divino, porque para mí todos los filósofos son hombres divinos.

Sócrates. -Perfectamente, mi querido amigo. Podría suceder que fuese más difícil reconocer esta raza de filósofos, que la de los dioses. Estos hombres, en efecto, que la ignorancia representa bajo los más diversos aspectos, van de ciudad en ciudad, -no hablo de los falsos filósofos, sino de los qoe lo son verdaderamente-, dirigiendo desde lo alto sus miradas sobre la vida que llevamos en estas regiones inferiores, y unos los consideran dignos del mayor desprecio, y otros, de los mayores honores; aquí se les toma par políticos, alli por sofistas, y más allá, falta poco, para que los tengan por completamente locos. Quisiera saber de nuestro extranjero, si no lo lleva a mal, que opinión se tiene de todo esto en su país, y qué hombre se les da.

Teodoro. -¿De quiénes hablas?

Sócrates. -Del sofista, del político y del filósofo.

Teodoro. -Peto, ¿qué es lo que tanto te embaraza y te hace dirigir esta pregunta al extranjero?

Sócrates. -Lo siguiente. ¿Representan estos hombres, en Elea, una sóla cosa o dos; o bien, así como son tres hombres, distinguen tres clases de individuos, aplicándo a cada hombre particular una clase particular?

Teodoro. -Creo que no tengo inconveniente en explicarte esto. ¿No es así, extranjero?

Extranjero. -Así es, querido Teodoro. Nada me lo impide, y no es difícil responder que, entre nosotros, son tres clases distintas. Pero definir, con claridad, cada una de ellas y su naturaleza no es ciertamente fácil tarea.

Teodoro. -La casualidad ha querido, Sócrates, que hayas tocado cuestiones muy análogas a las que habíamos suscitado con este extranjero antes de venir aquí. Lo que te respondió, ahora nos lo había ya dicho, y ha oído, muchas veces, hacer estas distinciones, y se acuerda muy bien de ellas.

Sócrates. - No puedes, extranjero, rehusarnos la primera gracia que te pedimos. Pero dime, ¿cómo acostumbras a discutir? ¿Prefieres explicar, pot ti mismo, en largos discursos, lo que te propones demostrar o gustas más proceder por preguntas y respuestas, a ejemplo de Parménides, a quien oí discutir, siendo yo muy joven y él, muy avanzado en años?

Extranjero. -Si tropiezas con un interlocutor fácil y de buena voluntad, es preferible el diálogo; pero, en otro caso, es mejor hablar solo.          

Sócrates. –Escoge, entre nosotros, el que te agrade. Todos estamos a tus órdenes. Pero, si me crees, dirígete más bien a un joven, por ejemplo, a nuestro querido Teetetes, o bien a cualquiera otro, si lo prefieres.

Extranjero. –Mi querido Sócrates, es la primera vez que me encuentro con vosotros, y tengo cierto encogimiento, al ver que en lugar de una conversación donde una palabra llama a otra, tengo que extenderme en un discurso largo y comprometido, sea solo o con otro, pero como en una exposición pública. Porque, en verdad, el objeto que nos ocupa no es tan sencillo como parece, pues que exige, para ser tratado, grandes desenvolvimientos. Por otra parte, ¿cómo rehusar complacerte a ti y a tus amigos, después de lo que acabas de decir? Ésta sería una conducta tan indigna, como grosera en un huésped. ¿Cómo no he de tener el mayor interés en aceptar por interlocutor a Teetetes, habiendo ya conversado con él, y siendo tú el que me invitas?     

Teetetes. -¿Pero, extranjero, crees que obrando así te haces más acepto a todos, como lo asegura Sócrates?

Extranjero. -Temo que no hay tampoco nada que decir sobre este punto, mi querido Teetetes. Está visto, segúns e anuncia, que tengo que entrar en lid contigo, y si te fastidia lo largo de la discusión, no a mí, sino a tus buenos amigos es a quienes tienes que echar la culpa.

Teetetes. -Creo que no te faltare, y si tal sucediese, ocuparía mi puesto este joven, tocayo de Sócrates, de la misma edad que yo, mi compañero de gimnasia, y que ha adquirido el hábito de ayudarme en mis trabajos.

Extranjero. -Perfectamente, pero eso ya lo pensarás durante la discusión; ahora es preciso unir nuestros esfuerzos. Debemos, si no me engaño, empezar por el sofista, indagando y explicando claramente lo que es. Porque hasta ahora tú y yo estamos de acuerdo sólo en el nombre; en cuanto a la cosa designada por este nombre, podríamos cada uno de nosotros formar una idea diferente. De cualquier objeto que se trate, vale más extenderse sobre la cosa, definiéndola, que sobre el nombre sin definirlo. No es fácil, por desgracia, reunir los caracteres de esta especie de hombre que se llama el sofista. En todas las grandes empresas, cuando se quiere salir con honor, es opinión general y muy antigua, que conviene ejercitarse, al principio, sobre los objetos más pequeños, para no llegar sino más tarde a los grandes. Hoy, mi querido Teetetes, puesto que juzgamos difícil descubrir la definición del sofista, me parece que liaremos bien, y que está en nuestro interés el poner este método a prueba, procediendo a hacer otra indagación que sea más fácil. ¿Conoces, quizá, otro camino más cómodo?

Teetetes. -No, ciertamente; no lo conozco.

Extranjero. -¿Quieres que nos dediquemos, por lo pronto, a una cuestión de poca importancia, para tener un modelo que seguir en nuestro principal asunto?

Teetetes. -Sí.

Extranjero. -¿Qué cosa nos propondremos que sea fácil de conocer, de poco interés, y que no tenga, sin embargo, menos necesidad de explicación que otras cosas más grandes? Por ejemplo: el pescador de caña, ¿no es un objeto que está al alcance de todos y que sólo reclama una mediana atención?

Teetetes. -Es cierto.

Extranjero. -De esta manera, encontratemos, como lo espero, el método y el procedimiento conveniente para conseguir el objeto que nos proponemos.

Teetetes. -Eso sería una gran cosa.                  

Extranjero. -Pues bien, comencemos de esta manera. Respóndeme: el pescador de caña ¿es un artista o un hombre sin arte, pero dotado de alguna otra propiedad?

Teetetes. -No puede decirse que sea un hombre extraño a toda clase de artes.

Extranjero. -¿Pero las artes, en general, no se dividen en dos especies?

Teetetes. -¿Cómo?                                           

Extranjero. -La agricultura y todos los cuidados que se refieren a los cuerpos vivos, que la muerte puede destruir; el arte de hacer, con materiales, cosas de formas diversas, como lo que llamamos utensilios; las artes de imitación; todo esto, en fin, ¿no es justo designarlo con un solo nombre?

Teetetes. -¿Qué quieres decir? ¿Con qué nombre?

Extranjero. -¿Cuando una cosa, que no existía antes, llega, después, a existir, ¿no decimos de aquél por quien existe, que hace, y de la cosa que existe, que es hecha?

Teetetes. -Sin duda.

Extranjero . –¿Y todas las artes, que acabamos de enumerar, no se distinguen por este carácter?

Teetetes. -En efecto.

Extranjero. -Podríamos, pues, reunirlas bajo un nombre colectivo, y llamarlas el arte de hacer.

Teetetes. -Sea así.

Extranjero.-Pero, por otra parte, la clase de las ciencias en general y de los conocimientos, el arte del lucro, el de la lucha, el de la caza, y todas las artes que no labran ni fabrican nada, sino que nos proporcionan, por palabras o, por actos, cosas existentes y ya hechas, o las disputan a los que querrían proporcionárselas, ¿no convendría considerarlas todas como partes del arte de adquirir?

Teetetes. -Sí; sería conveniente.

Extranjero. -Comprendiendo el arte de adquirir y el arte de hacer todas las artes particulates, ¿a cuál de las dos, mi querido Teetetes, referiremos la pesca de caña?

Teetetes. -A la de adquirir, evidentemente.

Extranjero. –Pero el arte de adquirir se divide en dos especies. La una consiste en el cambio por consentimiento mutuo, por medio de donatives, salarios y mercancías; y la otra, que se verifica por medio de palabras o de hechos, consiste en el uso de la fuerza.

Teetetes. -Parece que sí.

Extranjero. -Y qué, ¿no es preciso dividir en dos el arte de adquirir por la fuerza?

Teetetes. -¿Cómo?

Extranjero. -O se emplea la fuerza abiertamente y es un verdadero combate, o se emplea también la fuerza, pero ocultándose y, entonces, es la caza. 

Teetetes. -Conforme.

Extranjero. –Pero, a su vez, el arte de cazar es preciso dividirlo racionalmente en dos partes.

Teetetes. -Explícame eso.

Extranjero. -Hay caza de seres inanimados, y la hay de seres animados.

Teetetes. -¿Y por qué no? Ambas son reales y positivas.

Extranjero. -¿Cómo no lo han de ser? Respecto a la primera, que se refiere a los seres inanimados, puesto que no tiene nombre, salvo algunas partes de la natación y otras bagatelas semejantes, la dejaremos a un lado; pero la caza que tiene par objeto los seres animados la llamaremos caza de animales.

Teetetes. -Sea así.

Extranjero. -Ahora bien, la caza de animales, ¿no comprende verdaderamente dos clases: la una, que se refiere a los animales andadores, y se divide aun en muchas especies, con nombres distintos, que es la caza en tierra, y la otra que se refiere a los animales nadadores y es la caza en el elemento fluido?      .

Teetetes . -Perfectamente.

Extranjero. -En el género nadador distinguimos la especie volátil y la especie acuática.

Teetetes. -Sin duda.

Extranjero. -Y la caza, que se refiere a la especie volátil, la llamamos, en general, caza de pajaros.

Teetetes. -Así es.

Extranjero. -Y llamamos pesca la que se refiere a la especie acuática.

Teetetes. -.

Extranjero. -¿Pero está última clase de caza no podríamos dividirla en dos grandes secciones?

Teetetes. -¿Cuáles?

Extranjero. -La caza que encierra en redes y la que hiere.

Teetetes. -¿Qué quieres decir, y cómo entiendes esta distinción?

Extranjero. -Primeramente, todo aquello que detiene una cosa, en su movimiento, y que, envolviéndola, la impide huir, la llamo, con razón, red.

Teetetes. -No hay dificultad.

Extranjero. -A las nasas, a los lazos, a los torzales y a los refuelles, ¿puede darse otro nombre que el de redes?

Teetetes. -No.

Extranjero.-A esta parte de la pesca la llamaremos pesca con redes o le daremos cualquier otro nombre análoso.

Teetetes. –Sí.

Extranjero. -En segundo lugar, la otra parte, en la que se hiere la presa con anzuelos o arpones, me parece que debemos llamarla, con una sola palabra, pesca que hiere. Pero, querido Teeteto, quizá conoces tú otra expresión mejor.

Teetetes. -No nos preocupemos con los nombres; ése basta.

Extranjero. –En la pesca que hiere, a la que se hace por la noche, valiéndose de la luz, los pescadores, si no me engaño, la llaman pesca con luz.

Teetetes. -Es cierto.

Extranjero. -La que se hace, de día, con ganchos, colocados al extremo de un palo o con los arpones, se le llama pesca con ganchos.

Teetetes. –Es, en efecto, la palabra que usan.

Extranjero. –Pero, en la pesca que hiere, la que obra de arriba abajo, se llama, yo cree, pesca de arpón, porque, de esta manera, es como se hace uso de los arpones.

Teetetes. -Así la llaman muchos.

Extranjero. -La otra parte de esta misma pesca forma, por decirlo así, una especie distinta.

Teetetes. -¿Cuál?

Extranjero. -Aquella en que se hiere al pescado, de una manera opuesta a la precedente, con anzuelo, no en la parte del cuerpo que primero se presenta, como cuando se sirven de los arpones, sino en la cabeza y el tragadero, tirando para sí, de abajo arriba, al revés de lo de antes, por medio de varas o canas. ¿Cómo diremos que se llama, mi querido Teetetes, esta clase de pesca?

Teetetes. –Es precisamente la que nos habíamos propuesto buscar.

Extranjero. -Ahora bien, tú y yo no sólo estamos de acuerdo sobre el nombre de la pesca a caña, sino que nos hemos dado una explicación suficiente de la cosa misma. En el arte, en general, hemos distinguido arte de adquirir; en el arte de adquirir, el arte de adquirir con violencia; en el arte de adquirir con violencia, la caza; en la caza, la caza de animales; en la caza de animales, la caza en el elemento fluido o en el agua; en la caza en el agua, la división inferior, en general, la pesca; en la pesca, la pesca que hiere; en la pesca que hiere, la pesca con ganchos; y en esta última especie de pesca, la que hiere el pez, tirando de abajo arriba, y tomando su nombre de esta acción misma, se llama pesca a caña, que es la que buscábamos.

Teetetes. -He aquí, en verdad, una dificultad perfectamente aclarada. 

Extranjero. -Y bien, ¿nos serviremos de este ejemplo para examinar lo que es el sofista y descubrir quién es?

Teetetes. -Sin dudar.

Extranjero. -Comenzamos preguntándonos si debía considerarse un pescador de caña como un ignorante o si posee algún arte.

Teetetes. -Sí.

Extranjero. -Y bien, mi querido Teetetes, ¿consideraremos al sofista como un ignorante o como un verdadero, sofista, en toda la fuerza de la expresión?

Teetetes. -No puede ser un ignorante. Comprendo lo que quieres decir: el que lIeva el nombre de sofista debe verdaderamente serlo.

   Extranjero. -Posee cierto arte, a lo que parece.  

Teetetes. –Sí, ¿pero qué arte?

Extranjero. -¡Por los dioses! ¿No es este hombre, de la familia de nuestro hombre?

Teetetes. -¿De qué hombres hablas?

Extranjero. -Del pescador de caña y del sofista.

Teetetes. -¿Y qué?

Extranjero. -Los tengo a ambos por cazadores.

Teetetes. -¿Cuál es, pues, la caza del sofista? Porque, respecto del otro, ya lo hemos dicho.

Extranjero. -Hemos dividido antes la caza en dos partes, y hemos distinguido la de los animales que nadan, y la de los animales que andan.

Teetetes. -Sí.

Extranjero. -Hemos recorrido, en la caza de los animales nadadores, todas las especies de los animales acuáticos; en cuanto a la caza de los animales andadores, no los hemos dividido; pero hemos dicho que comprehende gran número de especies.

Teetetes. -Es cierto.

Extranjero. -Hasta aquí el sofista y el pescador de caña marchan a la par, arrancando del arte de adquirir.

Teetetes. -Así parece.

Extranjero. -Pero cuando llegan a la caza de animales, se separan; el uno se dirige al mar, a los ríos y a los lagos, para perseguir a los animales que allí se encierran.

Teetetes. -Bien.

Extranjero. -EI otro se dirige a la tierra en busca de los de otra especie; y, por decirlo así, hacia praderías fecundas en riqueza y juventud, para hacer presa y apoderarse de lo que en ellos se cría y alimenta.

Teetetes. -¿Qué quieres decir con eso?

Extranjero. -La caza en tierra comprende dos grandes partes.

Teetetes. -¿Cuáles?

Extranjero. -La caza de los animales domésticados, y la de los animales bravíos.

Teetetes. -¿Pero hay caza de animales domesticados?

Extranjero. -Sin duda, si el hombre es un animal domesticado. Pero escoge el partido que quieras: o decir que no existen animales domesticados; o que existen, pero que el hombre es un animal salvaje; o bien que el hombre será un animal domesticado, pero que, en tu opinión, no hay caza de hombres. Dinos a cuál de estas opiniones das la preferencia.

Teetetes. -Estoy persuadido, extranjero, de que nosotros somos animales domesticados, y que hay caza de hombres.

Extranjero. -Digamos, pues, que la caza de animales domesticados es doble.

Teetetes. -¿Cómo?

Extranjero. -Con la piratería, la esclavitud, la tiranía, las artes de guerra, formaremos una sola especie y la llamaremos caza por la violencia.

Teetetes. -Perfectamente.

Extranjero. -Pero la caza por la persuasión se divide en dos géneros.

Teetetes. -¿Cuáles?

Extranjero. -La una es privada, la otra pública.

Teetetes. -Estos dos géneros existen, en efecto.

Extranjero. -En la caza privada, hay la que reclama un salario y la que hace presentes.

Teetetes. -No lo comprendo.

Extranjero. -No te has fijado, al parecer, en la caza de los amantes.

Teetetes. -¿Cómo?

Extranjero. -Los amantes tienen costumbre de hacer presentes a los que persiguen por amor.

Teetetes. -Es muy cierto.

Extranjero. -Esta especie de caza privada será el arte de amar.

Teetetes. -Muy bien.

Extranjero. -En cuanto a la caza privada, que aspira a un salario, hay una especie en la que el cazador se atrae las gentes por medio de caricias, o emplean el placer como cebo, sin exigir otro salario que su propio alimento, y yo creo que convendremos en llamar a esto el arte de la adulación o el arte de procurar placeres.

Teetetes. -Sin duda.

Extranjero. –Pero, la otra especie, en la que se proclama que no se buscan los hombres, sino para enseñarles la virtud, indemnizándose de este servicio, con dinero contante, ¿no merece que se le dé un hombre particular?

Teetetes. -Sin duda.

Extranjero. -¿Qué nombre? Dilo.

Teetetes. -Es bien claro y no puedo dudar que nos hemos encontrado con el sofista. Dando este nombre al cazador de que se trata, cree clade el nombre que le conviene.

Extranjero. -Resulta, Teetetes, de todo lo que acabamos de decir, que por sofística debe entenderse el arte de apropiar, de adquirir con violencia, a manera de la caza de los animales andadores, terrestres y domesticados, la caza de la especie humana, caza privada, que busca un salario y salario a dinero contante, y que, con el aparato engañador de la ciencia, se apodera de los jóvenes ricos y de distinción.

Teetetes. -De hecho, es lo que dices.

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