L  a  G r a n  E n c i c l o p e d i a   I l u s t r a d a  d e l   P r o y e c t o  S a l ó n  H o g a r

 

CAPITULO XVII

El hombre que calculaba recibe innumerables consultas. Creencias y supersticiones. Unidades y figuras. El contador de historias y el calculador. El caso de las 90 manzanas. La ciencia y la caridad.

A partir del célebre en que estuvimos por primera vez en el diván del Califa, nuestra vida sufrió profundas modificaciones. La fama de Beremiz ganó realce exepcional. En la modesta hostería en que morabamos, los visitantes y conocidos no perdían oportunidad de lisonjarnos con repetidas demostraciones de simpatía y respetuosos saludos.

Todos los días el Calculador se veía obligado a atender docenas de consultas. Unas veces era un cobrador de impuestos que necesitaba conocer el número de ratls1contenidos en un abás2 y la relación entre esas unidades y el cate3.Aparecía luego un haquim ansioso de oír las explicaciones de Beremiz sobre la manera de curar ciertas fiebres por medio de siete nudos hechos en una cuerda. Más de una vez el Calculador fue buscado por camelleros o vendedores de incienso que preguntaban cuántas veces tenía que saltar un hombre sobre una hoguera para librarse del demonio. Aparecían a veces, al caer la noche, soldados turcos de mirada iracunda, que deseaban aprender medios seguros de ganar en el juego de dados. Muchas veces tropecé con mujeres -ocultas tras espesos velos- que venían a consultar tímidamente al matemático sobre los números que tenían que escribir en el antebrazo izquierdo para lograr buena suerte, alegría y riqueza. Querían conocer los secretos que aseguran la baraka4 a una esposa feliz.

Beremiz Samir atendía a todos con paciencia y bondad. Daba explicaciones a unos, consejos a otros, procuraba destruir las supersticiones y creencias de los débiles e ignorantes, mostrándoles que por voluntad de Dios no hay ninguna relación entre los números y las alegrías, tristezas y angustias del corazón.

Procedía de esta forma guiado sólo por un elevado sentimiento de altruísmo, sin esperar lucro ni recompenza. Rechazaba sistemáticamente el dinero que le ofrecían, y cuando un jeque rico, a quien le había enseñado o resuelto problemas, insistía en pagar la consulta, Beremiz recibía la bolsa llena de dinares, agradecía el donativo, y mandaba distribuir íntegramente el contenido entre los pobres del barrio.

Cierta vez llegó un mercader llamado Aziz Neman, empuñando un papel lleno de números y cuentas para quejarse de un socio a quien llamaba "ladrón miserable", "chacal inmundo" y otros epítetos no menos insutantes. Beremiz procuró calmar el ánimo exaltado del hombre llamándole al camino de la mansedumbre.

-Es conveniente ponerse en guardia, le dijo, contra juicios arrebatados por la pasión, porque ésta desfigura muchas veces la verdad. Aquél que mira a través de un cristal de color, ve todos los objetos del color de dicho cristal. Si el cristal es rojo, todo le aparece como ensangrentado; si es amarillo, todo aparece de color miel. La pasión es para el hombre como un cristal ante los ojos. Si alguien nos agrada, todo se lo alabamos y disculpamos. Si, por el contrario, nos desagrada, todo lo intrepretamos de manera desfavorable.

Y seguidamente examinó con paciencia las cuentas y descubrió en ellas varios errores que desvirtuaban los resultados. Azis reconoció que habia sido injusto con su socio y quedó tan encantado de las maneras inteligentes y conciliadoras de Beremiz que nos invitó aquella noche a dar un paseo por la ciudad.

Nuestro compañero nos llevò hasta el café Bazarique situado en el extremo de la plaza Otmán.

Un famoso contador de historias, en medio de la sala llena de humo espeso, captaba la atención de un grupo numeroso de oyentes.

Tuvimos la suerte de llegar exactamente en el momento en que el jeque el-medah5terminaba la acostumbrada oración matutina y empezaba la narración. Era un hombre de unos cincuenta años, casi negro, con la barba como azabache y grandes ojos chispeantes. Vestía, como casi todos los narradores de Bagdad, un amplísimo paño blanco apretado en torno de la cabeza por una cuerda de pelo de camello que le daba una majestad de sacerdote antiguo. Hablaba con voz alta y vaga, alzado en  medio del círculo de oyentes, sumisamente acompañado de dos tocadores de laúd y tambor. Narraba con entusiasmo una historia de amor, intercalando algunas vicisitudes de la vida del sultán. Los oyentes estaban pendientes de sus palabras. Los gestos del jeque eran tan arrebatados, su voz tan expresiva, su rostro tan elocuente, que a veces daba la impresión de que había vivido las aventuras que su imaginación creaba. Hablaba de un largo viaje. Imitaba el paso lento del camello fatigado. Otras veces hacía gestos de fatiga como si fuera un beduino sediento que buscaba una gota de agua en torno a sí. Luego dejaba caer los brazos y la cabeza como  un hombre hundido en la más completa desesperación.

¡Qué admiración causaba aquel jeque contador de historias!

Arabes, armenios, egipcios, persas y nómadas bronceados de Hedjaz6,inmoviles, conteniendo la respiración reflejaban en sus rostros todas las palabras del narrador. En aquel momento, con el alma toda en los ojos, dejaban ver claramente la ingenuidad de sus sentimientos oculta bajo la apariencia de una dureza salvaje. El contador de historias iba de un lado a otro, retrocedìa aterrado, se cubría el rostro con las manos, alzaba los brazos al cielo y, a medida que se iba dejando arrebatar por sus propias palabras, los músicos tocaban y batían con más entusiasmo.

La narración había arrebatado a los beduinos. Cuando terminó, los aplausos ensordecieron. Luego todos los presentes empezaron a comentar en voz baja los episodios más emocionantes de la narración.

El mercader Azis Neman, que parecía muy popular en aquella ruidosa sociedad, se adelantó hacia el centro de la sala y comunicó al jeque en tono solemne y decidido:

-Se halla aquí presente, ¡oh hermano de los árabes!, el célebre Beremiz Samir, el calculador persa, secretario del visir Maluf.

Centenares de ojos se clavaron en Beremiz, cuya presencia era un honor para los parroquianos de aquel café.

El contador de historias, después de dirigir un respetuoso saludo al Hombre que Calculaba, dijo con voz clara y bien timbrada:

-¡Amigos! He contado muchas historias maravillosas de genios, reyes y efrites7. En homenaje al luminoso calculador que acaba de llegar, voy a contar una historia en la que se plantea un problema cuya solución no ha sido descubierta hasta ahora.

-¡Muy bien! ¡Muy bien!, clamaron los oyentes.

El jeque después de evocar el nombre de Allah-¡Con El sea la oración y la gloria!-, contó el caso siguiente:

-Vivía antaño en Damasco un esforzado campesino que tenía tres hijas. Un día, hablando con el cadí, el campesino declaró que sus hijas estaban dotadas de alta inteligencia y de un raro poder imaginativo.

El cadí, envidios y mezquino, se irritó al oír al rústico elogiar el talento de las jóvenes y declaró:

-¡Ya es la quinta vez que oigo de tu boca elogios exagerados que exaltan la sabiduría de tus hijas! Voy a llamarlas al salón para ver si están dotadas de tanto ingenio y perspicacia, como pregonas.

Y el cadí mandó llamar a las tres muchachas y les dijo:

-Aquí hay 90 manzanas que iréis a vender al mercado. Fátima, la mayor, llevará 50; Cunda llevará 30, y Shia, la menor, llevará otras 10.

Si Fátima vende las manzanas al precio de siete por un dinar, las otras tendrán que vender también al mismo precio es decir siete manzanas por un dinar. Si Fátima vende las manzanas a tres dinares cada una, ése será también el precio al que deberán vender las suyas Cunda y Shia. El negocio se hará de modo que las tres logren, con la venta de sus respectivas manzanas una cantidad igual.

-¿ Y no puedo deshacerme de alguna de las manzanas que llevo?, preguntó Fátima

-De ningún modo, objetó el impertinente cadí. La condición es esta: Fátima tiene que vender 50. Cunda venderá 30, y Shia sólo podrá vender las 10 que le quedan. Y las otras dos tendrán que venderlas al precio que Fátima las venda. Al final tendrán que haber logrado cuantías iguales.

El problema, planteado de este modo, parecía absurdo y disparatado. ¿Cómo resolverlo? Las manzanas, según la condición impuesta por el cadí, tenían que ser vendidas al mismo precio. Pero lógicamente, la venta de 50 manzanas tendría que producir una cantidad mucho mayor que la venta de 30 o sólo 10.

Y como las muchachas no veían la manera de resolver el caso, fueron a consultar a un imán que vivía en aquella misma vecindad.

El imán, después de llenar varias hojas de números, fórmulas y ecuaciones, concluyó:

-Muchachas, el problema es de una sencillez cristalina. Vended las 90 manzanas como el cadí ordenó, y llegaréis al resultado que os exige.

La indicación dada por el imán en nada aclaraba el intrincado problema de las 90 manzanas propuesto por el cadí.

Las jóvenes fueron al mercado y vendieron todas las manzanas. Esto es: Fátima vendió 50, Cunda vendió 30, y Shia las 10 que llevaba. El precio fue el mismo en los tres casos y al fin cada una obtuvo la misma cantidad. Aquí termina la historia. Corresponde ahora a nuestro calculador explicar cómo fue resuelto el problema.

Apenas acababa de oír estas palabras cuando Beremiz se dirigió al centro del corro de oyentes y habló así:

-No deja de tener cierto interés el problema planteado bajo forma de un cuento. Muchas veces vi exactamente lo contrario: simples historias disfrazadas de verdaderos problemas de Lógica de Matemáticas. La solución del enigma con que el cadí de Damasco quiso atormentar a la jóvenes campesinas parece ser la siguiente: 

Fátima empezó la venta fijando el precio de 7 manzanas por un dinar; vendió 49 de las 50 manzanas que tenía por 7 dinares, quedándose con una de resto.

Cunda, obligada a ceder las 30 manzanas por ese mismo precio, vendió 28 por 4 dinares, quedándose con 2 de resto.

Shia, que disponía de 10 manzanas, vendió 7 por un dinar, y se quedó con 3 de resto. 

Tenemos así en la primera fase del problema:

Fátima vendió 49 y se quedó con 1

Cunda  vendió 28 y se quedó con 2

Shia      vendió 7 y se quedó con 3

Seguidamente, Fátima decidió vender la manzana que le quedaba por 3 dinares.

Cunda, según la condición impuesta por el cadí, vendió las dos manzanas al mismo precio, esto es, a 3 dinares cada una, obteniendo 6 dinares.

Shia, vendió las 3 manzanas del resto por 9 dinares, es decir: también a tres dinares la manzana.

Fátima:                                              

1ª fase         49 manzanas por 7 dinares

2ª fase          manzana  por 3 dinares

         Total     50 manzanas por 10 dinares  

Cunda:                                                

1ª fase         28 manzanas por 4 dinares

2ª fase          manzana  por 6 dinares

         Total     30 manzanas por 10 dinares  

Shia:                                                 

1ª fase         7 manzanas por 1 dinar     

2ª fase          manzana  por 9 dinares

         Total     50 manzanas por 10 dinares  

Y terminado el negocio, como es fácil verificar, cada una de las muchachas obtuvo 10 dinares.

De esta singular manera se resolvió el problema del envidioso cadí

¡Quiera Allah que los perversos sean condenados, y los buenos recompensados!

El jeque el-medah, encantado con la solución presentada por Beremiz, exclamó alzando los brazos:

-¡Por la segunda sombra de Mahoma! ¡ Este joven calculador es realmente un genio! Es el primer ulema que descubre, sin ponerse a hacer cuentas complicadas, la solución exacta y perfecta del problema del cadí!

La multitud que llenaba el café del Otmán, coreó los elogios del jeque:

-¡Bravo! ¡Bravo! ¡Allah iluminó al joven ulema!

Beremiz, después de imponer silencio a la ruidosa concurrencia dijo:

-Amigos míos: me veo obligado a confesar que no merezco el honroso título de ulema. Loco es aquel que se considera sabio cuando mide la extensión de su ignorancia. ¿Qué puede valer la ciencia de los hombres ante la ciencia de Dios? 

Y antes de que cualquiera de los asintentes le interrogase, inició la siguiente historia:

Había una vez una hormiguita que yendo por el mundo, encontró una gran montaña de azúcar. Muy contenta con su desubrimiento, quitó de la montaña un pequeño grano y lo llevó al hormiguero. -¿Qué es esto? - le preguntaron sus compañeras-. Esto -replicó la vanidosa- es una montaña de azúcar. La encontré en el camino y decidí traerla al hormiguero.

Y añadió Beremiz con un vivacidad muy fuera de su habitual placidez:

-Así hace el sabio orgulloso. Trae una migaja recogida en el camino y dice que lleva el Himalaya La Ciencia es una gran montaña de azúcar; de esa montaña sólo conseguimos apoderarnos de insignificantes pedacitos.

E insistió:

-La única ciencia que debe tener valor para los hombres es la Ciencia de Dios.

Un barquero yemenita que se hallaba en el corro, preguntó:

-¿ Y cuál es ¡oh Calculador!, la Ciencia de Dios?

-La ciencia de Dios es la Caridad.

Recordé en aquel momento la poesía admirable que había oído en voz de Telassim en los jardines del jeque Iezid, cuando los pájaros fueron puestos en libertad:

Si hablara la lengua de los hombres

y  de los ángeles

y no tuviera caridad,

sería como el metal que suena

o como la campana que tañe.

¡Nada sería!

¡Nada sería!

Hacia la medianoche, cuando salimos de café, varios hombres se ofrecieron a acompañarnos con sus pesadas linternas en señal de consideración, pues la noche era oscura, las calles tortuosas y se hallaban desiertas.

Miré hacia el cielo. Allá en o alto, destacando en medio de la inmensa caravana de estrellas, brillaba la inconfundible Al-Schira8.

¡Iallah!9


1 Ratls. Medida de peso árabe.

2.Abas. Ibidem

3 Cate. Medida de peso en China.

4 Baraka. Significa buena suerte.

5-El-medah. Contador de cuentos e historias.

6-Hedjaz. Región de Arabia.

7.Efrit. Genio Maléfico

8 Al-Schira. Nombre que dan los árabes a la estrella Sirius.

9 ¡Iallah! ¡ Dios sea loado!

 

 

 

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