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Los Aztecas

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Imperio azteca

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Aspecto de la cultura zapoteca, que formaba parte del imperio azteca.

Alimentándose de serpientes
Luego de ser rechazados en numerosos lugares donde quisieron instalarse, el rey de Colhuacán, Coxcoxtli, envió a los aztecas a la región pedregosa de Tizapán, al sur de la actual ciudad de México, zona plagada de víboras venenosas, con la esperanza de que estas se deshicieran de ellos. Sin embargo, en vez de perecer mordidos por las serpientes, les dieron muerte y se las comieron, convirtiéndolas en su alimento, demostrando con esto el carácter particular que los diferenciaba de otros pueblos.

 

Sus confusos orígenes

A mediados del siglo XIII d.C., hizo su aparición en el valle de México un grupo de nómades venidos del norte: los aztecas o mexicas, sin otra posesión que una voluntad indomable que, en menos de tres siglos, los iba a convertir en amos supremos de México antiguo. A pesar de haber sido precedidos por otros pueblos, la llegada de los aztecas, “el pueblo cuyo rostro nadie conocía” (en el sentido de que nadie sabía exactamente quiénes eran o de dónde venían) iba a modificar por completo la fisonomía política, no ya sólo de la región lacustre, sino de toda la zona central y meridional de México.

En 1519, cuando los conquistadores españoles llegaron a sus tierras, los aztecas dominaban ampliamente sobre la mayor parte de México. Su lengua y religión se imponían desde el océano Atlántico hasta el Pacífico, y de las estepas del norte hasta Guatemala. El nombre de su rey, Moctezuma, era adorado o temido de un extremo a otro del reino.

Sus comerciantes recorrían el país con sus caravanas, en todas las direcciones. Sus funcionarios recibían el impuesto en todos los lugares. En las fronteras, sus milicias mantenían controladas a las poblaciones rebeldes. Y en Tenochtitlán (México), su capital, la arquitectura y escultura habían alcanzado niveles extraordinarios, desarrollando el lujo en el vestir, la orfebrería, hasta en la mesa a la hora de alimentarse.

Sin embargo, sus comienzos habían sido oscuros y difíciles. Llegados tardíamente, durante el siglo XIII, a México central, las demás tribus de esa zona los consideraron como unos intrusos, semibárbaros, pobres y sin tierras.

Al arribo de los aztecas, unos 28 estados se repartían la altiplanicie central de México. Pese al gran desarrollo cultural de la región, el equilibrio político era precario, siendo continuamente alterado por la violencia o la intriga.

Enfrentados a este universo, refinado y brutal a la vez, los aztecas padecieron numerosas adversidades. Finalmente, se refugiaron en los islotes de una zona pantanosa al oeste de la gran laguna de Texcoco, en lo que es hoy ciudad de México, al centro sur del país. Según la tradición, en 1325 su dios Huitzilopochtli habló al gran sacerdote Quauhcoatl (serpiente-águila). Le dijo que su templo y su ciudad deberían ser construidos “en medio de los juncos, entre los cañaverales”, sobre una isla rocosa donde vieran “un águila que devoraba a una serpiente”. Luego de buscar, Quauhcoatl y sus sacerdotes encontraron un águila que sostenía en su pico a una serpiente. Sobre el montículo donde se había posado el ave edificaron una sencilla choza de cañas, primer santuario de Huitzilopochtli y núcleo de la futura ciudad de Tenochtitlán.

La triple alianza

Tras sucesivas aflicciones, en que fueron dominados por otros pueblos, surge la figura de Itzcoatl, el cuarto rey azteca. Este se alió con el heredero legítimo de Texcoco (otra tribu importante de la región), el príncipe Netzahualcoyotl. Luego, estos dos soberanos se unieron con la ciudad de Tlacopán. De ese modo se creó la triple alianza de Tenochtitlán, Texcoco y Tlacopán. Pronto, el papel militar pasó a los aztecas, mientras que Texcoco, bajo el prudente gobierno del rey-poeta Netzahualcoyotl, se transformó en una metrópoli de las artes, la literatura y del derecho. La triple alianza se convirtió, de hecho, en el imperio azteca.

Comercio azteca

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Diferentes tipos de rituales de la corte del emperador Moctezuma, según el códice Durán.


Recipiente de sacrificios.



Cargadores o tlameme



Máscara del dios de la fecundidad y juventud, Xipe-Totec.


El tributo: base de la riqueza azteca
La mayoría de las ciudades pagaban impuesto una, dos o cuatro veces al año, según la naturaleza de los productos requeridos para abastecer al imperio. Existían los calpixque, funcionarios imperiales instalados en cada provincia, que se encargaban, con la ayuda de los escribas, de los registros, recaudación y transporte de los tributos. La variedad era extraordinaria, y las cantidades, considerables.
Las mercancías eran, entre otras: tejidos de algodón o de ixtle (fibra de agave, un tipo de cactus), cereales, cacao, oro y plumas de papagayos.
Si bien no existía moneda, el guachtli y su múltiplo, la “carga” de 20 unidades, servía como patrón de referencia. Se consideraba como “carga” aquello que permitía a un hombre vivir durante un año.

 

Estado del imperio

A la muerte de Itzcoatl, en 1440, las tres ciudades dominaban en conjunto el valle central y otros territorios situados más allá de esa zona. Hasta la invasión española, se sucedieron cinco soberanos: Moctezuma I, Axayacatl, Tizoc, Auitzotl y Moctezuma II.

Todos estos monarcas gobernaron con una doble preocupación: extender la hegemonía de la triple alianza a nuevos territorios, y reforzar el poder de Tenochtitlán en desmedro de las otras dos ciudades.

Cuando llegaron los españoles, en 1519, el imperio se componía, según los documentos indígenas, de 38 “provincias”, entidades económicas más que políticas, sometidas a pagar el impuesto o tributo. Se trataba de un mosaico de pequeños estados muy diversos en cuanto a sus lenguas y etnias, en su mayoría autónomos, bajo el poder militar de una confederación tricéfala dominada a su vez por México. El tributo y el comercio hacían que llegaran a la capital inmensas riquezas. Existía también un incesante intercambio general de ideas, de costumbres y de técnicas, elementos fundamentales que caracterizaron a la civilización azteca.

Sociedad y gobierno

En la época de su instalación en el valle de México, la tribu azteca era una sociedad homogénea e igualitaria, de carácter guerrero. Sus miembros no reconocían otra autoridad que la de los sacerdotes, intérpretes de los oráculos de Huitzilopochtli.
Pero entre los siglos XIII y principios del XVI se produjo una profunda mutación, debido a la influencia cultural y política ejercida sobre los aztecas por los pueblos vecinos, y por sus propias conquistas. La tribu se había transformado en una sociedad jerarquizada, de estructura compleja, dirigida por un estado que tenía a su disposición todo un aparato administrativo y político. Algunos de los integrantes de la sociedad aztecas eran:

Los maceualtin: Los simples ciudadanos, llamados maceualtin, estaban obligados a hacer el servicio militar, a pagar el impuesto y a realizar trabajos colectivos (servidumbres), como mantenimiento de caminos y construcción de monumentos. Sus hijos recibían educación gratuita en las escuelas del distrito. Pagaban el impuesto, pero percibían a cambio artículos alimentarios, piezas de tejido y prendas de vestir.
Todo hombre, por más humilde que fuera, podía llegar a ocupar los más altos cargos, en particular en el área militar y en el sacerdocio.

Los esclavos: Existían diferentes categorías de tlatlacotin, como se denominaba a los esclavos. Estaban los prisioneros de guerra, sentenciados a ser sacrificados en las grandes ceremonias; los condenados por la justicia que eran obligados a trabajar para la comunidad o para la persona a la que habían dañado; los que se habían vendido voluntariamente después de haberse arruinado en el juego o por el alcohol, y los servidores que una familia ponía a disposición de un amo para saldar una deuda (costumbre que fue abolida en 1505).

Sin embargo, los tlatlacotin podían poseer bienes, casas, tierras e, incluso, otros esclavos. Les estaba permitido casarse con una mujer libre y sus hijos eran libres. Y las posibilidades de emancipación eran numerosas.

Los negociantes: Poderosas agrupaciones de negociantes, los pochteca, tenían el monopolio del comercio exterior de lujo. Con su dios particular, Yiacatecuhtli, sus rituales, sus propios jefes y tribunales, los pochteca eran una clase ascendente dentro de la sociedad. Comerciantes avezados, pero también combatientes enérgicos, no vacilaban en incursionar en las provincias rebeldes, disfrazados al modo de sus habitantes y hablando su lengua, lo que los convertía en excelentes espías.

Los dignatarios: En la cumbre de la sociedad se encontraban los dignatarios o tecuhtli. Poseían elevadas funciones militares o civiles. El emperador, los miembros del gran consejo, los gobernantes o jueces, pertenecientes a este grupo, no pagaban impuesto ni efectuaban trabajos agrícolas. Sus palacios se construían y mantenían a expensas del tesoro público.

A cambio, los dignatarios tenían la obligación de consagrar todos sus esfuerzos al servicio público.

Los sacerdotes: Pese a la gran importancia de la religión en la vida azteca, las funciones religiosas no se confundían con las gubernativas. La jerarquía religiosa era coronada por los dos grandes sacerdotes, equivalentes en título y poder, llamados Serpientes de Plumas. Uno de ellos estaba consagrado al dios solar azteca Huitzilopochtli, y el otro a la vieja divinidad del agua y de la lluvia, Tlaloc.

Haciendo voto de castidad, los sacerdotes no solamente se encargaban del culto, sino también de la educación de los jóvenes de la aristocracia en los calmecac, los colegios-monasterios. Asimismo, se preocupaban de los pobres y enfermos.

Guardaban los libros sagrados y los manuscritos históricos. Provistos de tierras en abundancia, de víveres y objetos preciosos de todo tipo, por la devoción de los soberanos y particulares, los templos disponían de inmensos recursos administrados por el tesorero general, el tlaquimiloltecuhtli.

Los sacerdotes no pagaban impuesto y algunos combatían en los ejércitos.

El gobierno

Cuando los aztecas penetraron en el altiplano central de México, se encontraron con las ciudades-estados estructuradas según el modelo de la cultura tolteca, influyente civilización anterior a los aztecas: al frente de cada una de ellas, un jefe ostentaba el poder, el tlatoani.

Durante los primeros reinados, los aztecas intentaron ceñirse a este ejemplo, eligiendo al soberano a través de una asamblea general de guerreros. Pero al crecer la ciudad y los territorios conquistados, la cantidad de miembros de este colegio electoral disminuyó, pasando a ser controlado por la oligarquía militar y sacerdotal.
Moctezuma I introdujo una innovación importante, designando a su hermano Tlacaeleltzin como una especie de vice-emperador, con el título (religioso en su origen) de ciuacoatl. Con las mismas atribuciones que el tlatoani, el ciuacoatl organizaba expediciones militares, juzgaba en el tribunal de apelación, reemplazaba al emperador ausente y presidía el gran consejo cuando este faltaba.

Si bien el poder del emperador era considerado divino, igual tenía responsabilidades, especialmente en dos aspectos: cumplir sus obligaciones con los dioses y proteger al pueblo azteca.

Junto al tlatoani, el ciuacoatl y otros cuatro grandes dignatarios, el gran consejo, tlatocán, era consultado antes de tomar cualquier decisión importante. Sin embargo, se había convertido en un órgano restringido, cuyos miembros eran nombrados por el soberano o reclutados por los propios consejeros.

Figura de un jaguar, de la zona de Oaxaca.


Brasero


Palacios de cuentos
La suntuosidad de los palacios de los emperadores aztecas maravillaron a los conquistadores españoles. En Texcoco, el rey Netzahualcoyotl mandó a construir uno con más de 300 aposentos, con jardines intercalados de fuentes y estanques. Se guardaban pájaros, peces y otros animales, fuesen vivos o representados en oro y piedra. El palacio de Moctezuma II comprendía apartamentos, salas de reuniones, tribunales, los almacenes del tesoro, las oficinas de los recaudadores de impuesto, salas de música y danza, y el totocalli, pajarería de aves tropicales, un jardín zoológico en el que abundaban los jaguares, pumas, aves de presa y serpientes de cascabel.

 

El día a día de los aztecas

Los mexicas originalmente eran cazadores, pescadores y recolectores. Cuando se asentaron en Tenochtitlán, desarrollaron el cultivo del maíz, el poroto verde, tomate, pimiento y la calabaza, entre otros productos. También elaboraron el tejido, con las fibras del maguey (o agave) o ixtle, y trabajaron la cerámica.

La alfarería azteca era más utilitaria que artística. En cambio, la cerámica de lujo, maravillosamente decorada, era importada de Cholula y del país mixteca. Es en esta época que los aztecas, al frente de un gran imperio, adoptaron la vida urbana. Su capital, Tenochtitlán, ampliada en 1476 con la anexión de Tlatelolco, se extendía sobre un millar de hectáreas de islotes y de bajos fondos pantanosos, que a través de los siglos habían sido transformados en una red geométrica de canales, calles y plazas, semejante a Venecia. Sus habitantes alcanzaban a los 500.000.

En ella se encontraban muchos templos en honor de los numerosos dioses que veneraban los aztecas. Asimismo, estaba compuesta por una gran cantidad de pirámides que dominaban la plaza central, junto a los palacios imperiales.
Por todas partes el agua chapoteaba entre las casas y las piraguas se desplazaban silenciosamente sobre ella.

El principal centro comercial se encontraba en Tlatelolco. Allí existía un mercado que cada día congregaba entre 20 y 25 mil personas. En general, Tenochtitlán era una ciudad bien ordenada, salubre y de una belleza notable.

Metales y astros

La arquitectura desarrollada por los aztecas demostraba un conocimiento extenso de la geometría y cálculo, pues sin ellos no habrían podido construir monumentos como los templos, o haber edificado diques y acueductos. En cuanto a los metales, los mexicas sabían fundir oro, y la soldadura del oro y de la plata. La perfección de su orfebrería provocó la admiración de los primeros europeos que conocieron sus obras.
Los sacerdotes aztecas, astrónomos y astrólogos, conocían en forma precisa la duración del año, la determinación de los solsticios, las fases y eclipses de la Luna, aspectos del planeta Venus, y diversas constelaciones, tales como las Pléyades y la Osa Mayor.

También desarrollaron la aritmética, cuya base era la cifra 20. La cronología azteca combinaba los números con factores mágico-religiosos. El año era dividido en 18 meses de 20 días, más cinco días nefastos (desfavorables).

Paralelamente a este calendario solar existía un calendario adivinatorio, el tonalpoualli, de 260 días, que descansaba sobre una combinación de una serie de 13 números y de 20 nombres. No volvía a encontrarse el mismo nombre y la misma cifra hasta el cabo de 52 años.

Ritos funerarios

La mayor parte de los muertos eran incinerados. Sin embargo, las mujeres fallecidas durante el alumbramiento (cuyo cuerpo pasaba a tener propiedades mágicas), los ahogados, los fulminados por un rayo o a consecuencia de enfermedades como la gota, eran enterrados.

El porvenir de los muertos dependía de cómo había sido su muerte, pero la mayoría de los difuntos iban “bajo la tierra divina”, en la oscura morada de Mictlán. Durante cuatro años padecían los sufrimientos de un tenebroso viaje por el mundo subterráneo y luego eran aniquilados y desaparecían totalmente.

En el caso de los niños que morían a poca edad, se pensaba que viajaban a los cielos superiores, junto a la pareja primordial, a un jardín donde vivían eternamente bajo la forma de pájaros, entre las flores.

Para aliviar al muerto durante su peregrinaje, se quemaban con él alimentos y se mataba e incineraba un perro. Además, la familia hacía arder ofrendas 80 días después de los funerales. Más tarde, luego de uno, dos, tres y cuatro años.

Los días aztecas

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Deidades mexicas: Huitzilopochtli y Tezcatlipoca.


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Este cuchillo de sacrificio, tiene un guerrero-águila en su mango.


Los niños aztecas
Durante los primeros años, la educación del niño dependía de su familia. El hombre aprendía a transportar el agua o la madera, ayudaba en los trabajos agrícolas o al comercio, pescaba y guiaba una piragua bajo la dirección de su padre. La mujer barría, se iniciaba en los secretos de la cocina, de la hilatura y del tejido. Pero cuando el niño o niña llegaba a la edad de entre 6 y 9 años, sus padres lo ingresaban a uno de los dos sistemas de educación pública que existían: el colegio del barrio, donde se preparaban para la vida práctica; o el calmecac. Solo los hijos de los dignatarios, de los negociantes y los niños de clase popular llamados al sacerdocio eran admitidos en el último, donde se iniciaban en las funciones a las que estaban destinados: sacerdocio y altos cargos del estado.

 

La religión azteca

Los dioses

Los aztecas tenían la reputación de ser los más religiosos de los aborígenes mexicanos. Su religión, simple y total, se había enriquecido y complicado debido a sus contactos con los pueblos sedentarios y civilizados del centro de México, y los que con posterioridad cayeron bajo su dominio.

De su pasado de bárbaros, habían conservado las divinidades astrales. El disco solar era adorado bajo el nombre de Tonatiuh. Huitzilopochtli, dios guía de la tribu, encarnaba el Sol de mediodía.

Quien le igualaba en importancia era Tezcatlipoca. Era el símbolo de la Osa Mayor y del cielo nocturno, lo veía todo mientras él permanecía invisible. Protegía a los guerreros y esclavos, inspiraba a los grandes electores en las designaciones de los soberanos y castigaba y perdonaba las faltas. En el pasado mítico había conseguido expulsar a la benévola Serpiente de Plumas e imponer en México los sacrificios humanos.

El dios del fuego era uno de los más importantes del panteón azteca. Se le llamaba el Señor de la Turquesa. Residía en el hogar de cada casa. Era especialmente adorado por los comerciantes.

Ya está dicho que Tlaloc era el dios del agua y de la lluvia. Junto a la diosa Chalchiuhtlicue, deidad de las vías fluviales, se les rendía un culto ferviente, debido a que, en un país de clima seco, la vida de los hombres dependía de su buena voluntad. Esta importancia de Tlaloc se reflejaba en el Gran Templo de Tenochtitlán, que estaba coronado por dos santuarios: el de Huitzilopochtli, blanco y rojo, y el de Tlaloc, blanco y azul.

De todos los personajes divinos conocidos de la alta antigüedad clásica, era Quetzalcóatl el que había experimentado las transformaciones más profundas. La Serpiente de Plumas no simbolizaba ya las fuerzas telúricas y la abundancia de la vegetación. El dios del planeta Venus, que era a la vez la Estrella de la Mañana y Estrella de la Tarde, correspondía, junto con su gemelo Xolotl (dios-perro), a la noción de muerte y de resurrección. El Señor de la Mansión de la Aurora, dios del viento, héroe cultural e inventor de la escritura, del calendario, de las artes, permanecía conectado en el pensamiento religioso de los mexicanos. Era por excelencia el dios de los sacerdotes.

Resumiendo, en este copioso panteón se codeaban divinidades antiguas y recientes, terrestres y astrales, agrícolas y lacustres, tolteca-aztecas y exóticas, tribales o corporativas. Todas las formas de la actividad humana dependían de un poder sobrenatural, desde el mando de los ejércitos hasta la confección de tejidos, y desde la orfebrería a la pesca.

El universo y la guerra sagrada

Los antiguos mexicanos se imaginaban al mundo como una especie de Cruz de Malta. A cada una de las cuatro direcciones correspondía un color, una o varias divinidades, cinco signos del calendario adivinatorio, uno de ellos el portador del año.
Los aztecas estaban seguros de que nuestro mundo había sido antecedido por otros cuatro universos, los Cuatro Soles. Y que la humanidad descendía de Quetzalcóatl. Él había ido a los infiernos a robar los huesos resecos de los muertos y los había rociado con su propia sangre para volverlos a la vida.

En cuanto a nuestro mundo, era designado como naui-ollin (cuatro-temblor de tierra). Los aztecas pensaban que estaba condenado a hundirse entre inmensos cataclismos y que unos seres llamados Tzitzimine (especie de brujas demonios) surgirían desde las tinieblas y aniquilarían a la humanidad.

El alma azteca estaba impregnada de un profundo fatalismo ante el mundo. Al final de cada ciclo de 52 años, se temía mucho que la unión o empalme de los años no se cumpliera: el nuevo fuego no alumbraría, todo se hundiría en el caos.

La misión del hombre en general, particularmente de los mexicas, pueblo del Sol, era evitar incansablemente el asalto de la nada. Con este fin estaba obligado a suministrar a todas las divinidades el agua preciosa sin la cual la maquinaria del mundo cesaría de funcionar: la sangre humana. De esta noción emanan la guerra sagrada y la práctica de los sacrificios humanos. El Sol exigía sangre y los mismos dioses le habían dado la suya.

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Los mexicas fueron también excelentes trabajadores de la pluma, como lo demuestra este escudo.



 

El arte azteca

Diversas tradiciones artísticas convergieron, desde la Antigüedad clásica hasta los últimos siglos antes de la conquista española, para fundirse en el crisol azteca. Culturas como la tolteca y la mixteca implantaron en el valle central de México un arte que ejercería una poderosa influencia sobre los aztecas, sobre todo en el siglo XV.

La pintura, literatura y música

Fuera de la arquitectura, los aztecas destacaron en prácticamente todas las demás artes, como en el caso de la pintura, donde el escriba azteca ostentaba el título de pintor. De hecho, los manuscritos jeroglíficos y pictográficos, se refirieran a los más diversos temas, eran recopilaciones de imágenes, secuencias de cuadros cuidadosamente dibujados y coloreados. Los códices (manuscritos antiguos) aztecas muestran influencias mixteca y de la zona mixteca-puebla.

Es imposible separar a la literatura de la música en la cultura azteca, como sus propias palabras lo demuestran: cuicatl significaba canto y poema. El náhuatl era la lengua que usaban los aztecas y, por su agilidad y riqueza, se prestaba perfectamente tanto para la descripción de acontecimientos como para registrar ideas abstractas o elaborar largos discursos salpicados de imágenes y sentencias, a las que los mexicanos eran muy entusiastas.

Ruta de la invasión

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Este fragmento de un antiguo códice describe la destrucción de los templos de Huitzilopochtli y Tlaloc a manos de los españoles.


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Jugadores de patolli, juego parecido al de los dados.


Un emperador valeroso
Cuauhtémoc, cuyo nombre significa águila que cae, nació hacia el año 1495. Era hijo de Auitzotl y sobrino de Moctezuma II. Irritado ante la sumisión de su tío frente a los españoles, fomentó el descontento popular contra los europeos.

En enero de 1521 fue proclamado emperador de los aztecas, luego de la muerte de su antecesor Cuitláhuac. Sin embargo, y después de sufrir un asedio de cuatro meses en Tenochtitlán, no pudo impedir la victoria de los españoles. Cuauhtémoc fue capturado cuando trataba de huir en una canoa. Al principio fue tratado con respeto, pero más tarde fue torturado junto al soberano de Tlacopán, para que revelara la ubicación del tesoro de Moctezuma.

El estoicismo con que soportó el tormento se hizo legendario. Ante los gritos de su compañero, se dice que el último emperador azteca le dijo: “¿Acaso estoy yo en un lecho de rosas?”. Durante una expedición a Honduras, Cortés, quien lo había llevado consigo, ordenó su ejecución el 26 de febrero de 1522, al sospechar que se hallaba envuelto en una conspiración para asesinarlo.

 

La caída del imperio azteca

Sólo en 1518 los españoles, a través de Juan de Grijalva, al mando de cuatro navíos, entablaron relaciones con las provincias del imperio azteca. El recibimiento de los indios fue amistoso y entregaron a los europeos diversos objetos de oro. Durante el encuentro, pronunciaron muchas veces la palabra México, cuyo significado ignoraban los conquistadores.

Llegada de Hernán Cortés

Con once barcos, 508 soldados, 16 caballos y 14 piezas de artillería partió rumbo a México el conquistador español Hernán Cortés. En la península de Yucatán encontró a un compatriota llamado Jerónimo de Aguilar, que años antes había sobrevivido a un naufragio en las costas de México. Aguilar hablaba maya, debido a su largo cautiverio en ciudades de este pueblo, lo que facilitó a Cortés la comunicación con esta civilización. Además, los españoles recibieron numerosas esclavas como regalo. Entre ellas figuraba una de origen noble y muy inteligente, quien se expresaba además en náhuatl. Su nombre era Malitzin (Malinche), bautizada después como Marina. Gracias a ella y a la intervención de Aguilar, Cortés pudo conversar con los indios, especialmente con aquellos que hablaban la lengua oficial del imperio azteca, lo que era una inmensa ventaja para el capitán español.

La antigua esclava posteriormente se convirtió en su colaboradora más valiosa y fiel. Fue también la madre de su hijo, Martín Cortés.

Comienzo de la caída

Fue en lo que sería la futura Veracruz donde Cortés comenzó a darse cuenta de la inmensidad y la riqueza del imperio azteca. Allí recibió la visita de los mexicas, de la provincia de Cuetlaxtlán. En nombre del emperador Moctezuma, le regalaron víveres, magníficos vestidos de gala en algodón y plumas, y joyas de oro, y le pidieron que no ingresara a territorio azteca.

Según la tradición mexica, funestos presagios (iluminaciones del cielo, incendios inexplicables) anunciaron una terrible catástrofe. Muy religiosos, Moctezuma y sus consejeros quedaron muy impresionados por el hecho de que el año uno-junco (para ellos), es decir, 1519, coincidiera con la fecha que, al presentarse cada 52 años, podía significar el retorno de la Serpiente de Plumas, según el mito de Quetzalcóatl. Y, para ellos, Cortés era el dios que regresaba.

Entretanto, Cortés se alió con ciertos pueblos que odiaban mortalmente a los mexicas, como los totonecas y, sobre todo, los tlaxcaltecas. Desde entonces, la conquista se convirtió en una empresa fundamentalmente hispano-tlaxcalteca.
Llegados a Tenochtitlán, y después de varias peticiones a Cortés para que este no entrara a la ciudad, Moctezuma los recibió junto a altos dignatarios, entre ellos el rey de Texcoco. Esto ocurrió en noviembre de 1519.

La guerra

A medida que iba pasando el tiempo, la situación se hizo muy tensa. A pesar de los esfuerzos de Moctezuma, la cólera de sus dignatarios crecía; los españoles se oponían al culto de los dioses aztecas y aprovechaban también de escamotear todo el oro que podían, al igual que los tlaxcaltecas con los jades y plumas. Estos, además, buscaban cualquier modo para saciar su odio hacia los aztecas.

En ausencia de Cortés, que tuvo que ir a luchar a la costa contra su compatriota Narváez, los españoles asesinaron traicioneramente a numerosos nobles mexicas que celebraban la festividad de Huitzilopochtli. El pueblo se sublevó y el retorno de Cortés no solucionó nada. Al contrario, durante la llamada noche triste, del 30 de junio de 1520, los españoles y los tlaxcaltecas salieron a duras penas de Tenochtitlán, sufriendo numerosas bajas.

Pero gracias al apoyo de sus aliados indígenas, Cortés aisló la ciudad. El hambre y la falta de agua potable agobiaron a Tenochtitlán, mientras se desarrollaba una epidemia de viruela, enfermedad desconocida hasta entonces en México.

Moctezuma falleció durante los combates de junio de 1520. Su sucesor, Cuitlahuac, reinó solo 80 días antes de morir por la enfermedad. Ni el heroísmo de Cuauhtemotzin o Cuauhtémoc, el siguiente emperador, ni de su pueblo guerrero, pudieron evitar que la ciudad cayera en agosto de 1521.

Causas de la derrota

Para muchos de sus contemporáneos, la derrota brutal de un pueblo antes invencible podría parecer una catástrofe o un milagro. Sin embargo, existen causas precisas que pueden explicar perfectamente este desenlace.

Primero, están las militares: frente a armas como los arcabuces y artillería, además de los caballos, los aztecas nada podían hacer con su rudimentario armamento.

Pero, sobre todo, los mexicas y españoles no hacían la misma guerra. Los primeros la consideraban como una forma de proveerse de prisioneros para sacrificar a su dioses, por lo que perdían tiempo capturándolos. Pero los españoles hacían la guerra total, matando a los aztecas en grandes cantidades. Su objetivo era destruir la religión aborigen en beneficio de la propia, que consideraban la única verdadera, y el estado azteca en beneficio de su soberano, Carlos V.

Sin embargo, el factor religioso, al cual se unió la epidemia de viruela, fue también importante. El convencimiento de Moctezuma de que tenía ante sí a Quetzalcóatl de regreso, le indujo a entregar todo el peso de su autoridad soberana. Y cuando trataron de reaccionar, ya era demasiado tarde.

Pero nada hubiera sido posible sin los recursos y los hombres, las informaciones y el impulso guerrero que aportaron los totonecas, Tlaxcala y Uexotzinco, los otomí, las tribus del sur del valle, y el bando del príncipe Ixlilxochitl, en Texcoco. Sin embargo, estaban lejos de imaginarse que la caída de México arrastraría la de sus propias ciudades, la destrucción de su religión y la ruina de su cultura.

En efecto, con la derrota de los aztecas desapareció la última civilización autóctona de México. Brillante y frágil, alcanzó a dominar el país solo casi un siglo.

Cortés, el conquistador
Hijo de una familia hidalga, pero no rica, Hernán Cortés nació en Medellín, Extremadura, España, en 1485. Su deseo de aventura lo hizo abandonar el estudio de las leyes. Luego de sufrir algunas enfermedades y accidentes, viajó a América. En sus seis primeros años se ganó la confianza del gobernador Diego Velázquez.
Este lo nombró notario e hizo que lo acompañara en su expedición colonizadora a Cuba. Sin embargo, algunos roces con su superior lo mandaron a prisión. A pesar de eso, el gobernador le confió el mando de una nueva expedición a México. Tras conquistar el imperio azteca, y no sin antes luchar contra algunos compatriotas partidarios de Velázquez y de otro aventurero llamado Pánfilo de Narváez, fue nombrado capitán general y gobernador de las tierras conquistadas, la que se llamó Nueva España. Además, incorporó las tierras de Honduras y Guatemala.
No obstante, el resto de su vida vivió en la pobreza. Falleció cerca de Sevilla, el 2 de diciembre de 1547.

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