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Hacia el 900 surgió en Italia la primera             civilización equiparable a las orientales. Se trataba de un pueblo que se llamaba a sí mismo Rasena. Los griegos los llamaron Tirrenos, mientras que nosotros los conocemos por el nombre que les dieron los romanos: los Etruscos. No conocemos muy bien la cultura etrusca, pues su lengua no ha sido descifrada. Está descartado que los etruscos fueran indoeuropeos. Los romanos decían que vinieron de Asia menor, y es posible que estuvieran en lo cierto, pues con las conmociones de los siglos precedentes es plausible que algún grupo de hombres se decidirera a recorrer un largo trecho en busca de paz, e Italia era probablemente la tierra más cercana que podía proporcionarla. Llegaron por tierra desde el norte, y parece ser que fueron pocos. Formaron una oligarquía que poco a poco fue organizando y dominando más ciudades, potenciando, asimilando y desarrollando las culturas locales. Su cultura era matriarcal (al igual que muchas culturas mediterráneas y orientales primitivas, y en oposición al marcado carácter patriarcal de los pueblos indoeuropeos). Su religión se centraba en los ritos funerarios y el culto a los muertos. También estaba muy arraigada su creencia en diversas técnicas de predicción del futuro, especialmente a través del examen de las entrañas de las aves, o de su vuelo. El arte etrusco presenta rasgos muy originales, tal vez de influencia oriental. En las estatuas destaca la forzada curvatura de la boca, la llamada "sonrisa etrusca", que les confiere una expresión extraña, casi cómica.

Los etruscos se extendieron por la costa noroeste de Italia, desde el río Arno hasta el río Tíber. Su frontera este la marcaban los montes Apeninos. El resto de Italia estaba poblado por diversas culturas indoeuropeas. Al sur de Etruria había un territorio conocido como el Lacio, en el que se distribuían unas treinta ciudades-estado independientes con una cultura afín y una lengua común (el latín). Tras la llegada de los etruscos se aliaron en una Liga Latina, encabezada por la ciudad de Alba Longa.

Mientras tanto, una nueva tribu aria descendió sobre Mesopotamia. Eran los medos. Venían del norte y se asentaron en el noroeste del moderno Irán, al suroeste del mar Caspio. Dicha zona pasó a llamarse Media. Los medos trajeron una innovación: los caballos domesticados hasta entonces eran pequeños, capaces de tirar de un carro, solos o en parejas, pero no de soportar directamente el peso de un jinete. Los medos domesticaron una raza de caballos grandes, similares a los actuales, y aprendieron a montarlos, convirtiéndose en los más hábiles jinetes de la antigüedad.

En 897 el rey de China adjudicó unas tierras a un jefe bárbaro criador de caballos llamado Feizi, a cambio de que le suministrara monturas. Así se formó el estado de Qin. De él deriva la palabra "China".

En 889 murió el rey asirio Adad-Narari II y fue sucedido por su hijo Tukulti-Ninurta II, quien por vez primera dispuso de un ejército íntegramente equipado con armas de hierro. Esto lo convirtió en el ejército más poderoso del planeta. Además, los asirios revolucionaron la técnica del asedio. Hasta entonces, la estrategia de una ciudad sitiada era resistir a la espera de que los sitiadores desesperaran o fueran víctimas de las enfermedades que inevitablemente surgían ante la total falta de higiene de los campamentos militares. Con los asirios, el asedio dejó de ser un simple intento de matar de hambre a los sitiados. Idearon máquinas para derribar murallas, las dotaron de ruedas para acercarlas y las blindaron para proteger a los hombres que las movían. Mediante pesados arietes abrían una brecha por la que el ejército sitiador penetraba en la fortificación y se encontraba con toda la población a su merced, atrapada por sus propias murallas. Los asirios se ganaron una fama de crueldad nunca oída hasta entonces. Poco a poco, Asiria fue creciendo y reconstruyendo su antiguo imperio.

Mientras tanto, Canaán permanecía ajena a estos hechos. En 887 una conspiración derrocó al último rey del linaje de Hiram de Tiro. El cabecilla fue el sumo sacerdote Etbaal, que ocupó el trono. Al mismo tiempo el rey sirio Benhadad I atacó a Israel, llegando hasta el mar de Galilea y anexionándose sus costas orientales. La ciudad de Dan fue destruida, al parecer para siempre, pues ya no se la vuelve a mencionar en la Biblia. El rey Basa de Israel tuvo que hacer las paces con Judá para poder ocuparse de Siria. Así fracasó su intento de consolidar su dinastía con una conquista militar, como había hecho David años atrás. Cuando murió, en 886, estalló una guerra civil y su hijo Ela fue depuesto y ejecutado. Antes de terminar el año se hizo con el trono un hábil general llamado Omri, que logró rechazar a los sirios y reforzar el dominio sobre Moab. Omri comprendió bien cuáles eran los puntos débiles del reino de Israel. Uno era la falta de una capital bien emplazada, capaz de resistir asedios con dignidad. Judá tenía a Jerusalén, pero Tirsa era completamente inadecuada. Jeroboam la había elegido principalmente para abandonar Siquem, para evitar suspicacias sobre una hegemonía efraimita que hubiera podido ser mal vista por una parte considerable de los israelitas. Un poco al oeste de Tirsa había una colina muy bien situada a mitad de camino entre el Jordán y el Mediterráneo. Pertenecía a la familia de Shemer, pero el rey la compró y la fortificó. Con el tiempo se convertiría en la ciudad más grande de Israel. La llamó Shomron, nombre derivado de su antiguo dueño, pero los griegos la llamaron más tarde Samaria. Omri la convirtió en capital de Israel, y lo continuó siendo hasta la desaparición del reino.

Pero Omri sabía que una capital fuerte no lo era todo. La monarquía israelita no gozaba de todo el respaldo popular que sería deseable. Más aún, el pueblo no tenía un sentimiento de unidad nacional similar al que existía en Judá. En gran parte, la ventaja de Judá residía en una religión fuerte, el culto a Yahveh, que al mismo tiempo que identificaba a todo el pueblo en una causa común, legitimaba a la casa de David como gobernante por designio divino. El culto a Yahveh era minoritario en Israel, y tampoco parecía buena idea fomentarlo, pues ello podría dejar a Israel indefenso frente a Judá. También estaba el riesgo de que una buena parte del pueblo no lo aceptara por desprecio a los judíos. Omri se alió con el rey tirio Etbaal. Ambos eran usurpadores, así que debió de ser fácil para ambos apoyarse mutuamente para consolidar sus tronos. Etbaal había sido sumo sacerdote, y su estrategia fue la de difundir el culto a sus dioses, principalmente la diosa Astarté. Omri consideró que dicho culto podría ser también adecuado para su pueblo, y decidió apoyarlo. Para sellar su acuerdo, Ajab, el hijo de Omri, se casó con Jezabel, la hija de Etbaal.

En 883 murió Osorkon I, el rey de Egipto. Si éste había logrado mantener a duras penas la autoridad que le había legado su padre, tras su muerte la desorganización fue en aumento y el ejército se hacía cada vez más incontrolable. El mismo año murió Tukulti-Ninurta II, tras un breve reinado de cinco años. Fue sucedido por su hijo Asurnasirpal II, quien destruyó los principados arameos (excepto Siria), restableció la prosperidad de Asiria y reconstruyó la antigua ciudad de Calach, convirtiéndola nuevamente en la capital del reino. Allí construyó un gran palacio de unos 24.000 metros cuadrados de superficie, decorado con bajorrelieves de gran realismo, muchos de los cuales representan al rey en escenas de caza. Asurnasirpal II es recordado como el más cruel de los reyes asirios. Impuso una política de terror que hizo desistir a los pueblos sometidos del más mínimo intento de rebelión, pero que dejó una huella imborrable de odio a Asiria en todo oriente próximo. En sus crónicas se menciona por primera vez a los Caldeos, otro grupo de tribus semíticas procedentes de Arabia y que hostigaban las fronteras de Mesopotamia.

En 879 murió Omri, y fue sucedido pacíficamente por su hijo Ajab, quien continuó la política de su padre de difundir el culto a Astarté por Israel.

En 878 el rey Li ocupó el trono chino. Bajo su reinado se produjeron disturbios, probablemente debidos a causas naturales. Por esta época China contaba con una clase de comerciantes y artesanos, pero que no trabajaban independientemente, sino que estaban al servicio de los nobles. Los agricultores complementaban su economía con el cultivo del gusano de seda.

En 873 murió Asa de Judá, y fue sucedido por su hijo Josafat. La alianza político-religiosa entre Israel y Tiro dio buenos resultados económicos. Israel consiguió la riqueza necesaria para fortificar el norte frente a Siria así como para embellecer Samaria. Israel logró un cierto predominio frente a Judá, de modo que Ajab y Josafat llegaron a un acuerdo en virtud del cual Judá aceptaba que Israel dirigiera una política exterior conjunta, mientras que Josafat mantenía plena autoridad en asuntos internos. La única oposición vino de la minoría israelita que defendía el culto a Yahveh. Astarté era una diosa de la fertilidad y, según la estrecha moral sexual de los israelitas más conservadores, era la viva imagen del pecado. La oposición halló un enérgico caudillo en el profeta Elías. La parte de la Biblia que describe esta época (escrita siglos después) presenta a Omri y Ajab como reyes perversos, mientras que Elías resulta ser casi divino: las aguas de los ríos se separaban a su paso, provocó una sequía de tres años, hizo que una orza y una alcuza de una viuda contuvieran permanentemente harina y aceite durante esos tres años, sin acabarse nunca, resucitó a un muerto, etc. También se decía que no murió, sino que ascendió al cielo en cuerpo y alma.

En 859 murió Asurnasirpal II y fue sucedido por su hijo Salmanasar III, quien decidió extender los dominios del ya extenso imperio que le había legado su padre. Su primer movimiento fue la anexión completa de los principados arameos que Asurnasirpal II había hecho tributarios. El único estado arameo que se había librado del dominio asirio era Siria, ahora bajo el reinado de Benhadad II. Mientras Salmanasar III se ocupaba de sus vecinos Benhadad continuaba la guerra contra Israel iniciada por su padre. En 856 el ejército sirio penetró en Israel y asedio Samaria. Tal y como Omri había previsto, Samaria resultó inexpugnable. El ejército sirio se debilitó y los israelitas tuvieron ocasión de salir y expulsarlo. En 855 Israel reconquistó parte del territorio del norte que Siria le había arrebatado años atrás. Sin embargo en este punto Benhadad II empezó a ser consciente de la terrible amenaza que se cernía sobre su reino y tuvo que cambiar bruscamente su política. Hizo ver a Israel que el ejército más peligroso del mundo se cernía sobre ellos y así, selló una alianza con Ajab. Ambos reyes encabezaron una coalición de estados cananeos que se enfrentó a los asirios en Karkar, un lugar no identificado, pero que estaba sin duda al norte de Siria, probablemente cerca de la costa mediterránea. La batalla tuvo lugar en 854. Al parecer, de un modo inexplicable, el ejército cananeo obtuvo una victoria lo suficientemente notable como para que Asiria se retirara durante algún tiempo. No conocemos los detalles, pues las crónicas asirias hablan de una victoria asiria, pero que no fue seguida de ninguna anexión o tributo, lo que hace pensar más bien en que dichas crónicas son una versión oficial poco creíble. Por su parte la Biblia no menciona la batalla, lo cual también es lógico, pues los autores bíblicos nunca habrían reconocido un mérito al impío rey Ajab. Es probable que Salmanasar III se viera obligado a retirarse por presiones en otra parte de su imperio. El reino de Urartu, por ejemplo, no había dejado de rebelarse contra Asiria desde los tiempos de Teglatfalasar I. Asiria ganaba todas las batallas, pero en cuanto sus ejércitos se dispersaban en otras direcciones, Urartu se recuperaba y volvía a ofrecer resistencia.

Fuera como fuera, Israel y Siria tuvieron ocasión de volver a luchar entre sí. En 850 Ajab intentó una vez más recuperar la parte norte de los antiguos dominios de Israel perdidos durante el reinado de Basa. Durante la batalla, una flecha hirió gravemente a Ajab. Se interrumpió la lucha y Siria se anexionó algunos territorios más. El rey murió y fue sucedido por su hijo Ocozías. Inmediatamente Moab aprovechó para luchar por su independencia. El cabecilla moabita era Mesa, que ya había dirigido antes un conato de rebelión que Ajab supo sofocar, y ahora quiso probar suerte contra el nuevo rey.

Mientras tanto Salmanasar III dirigía sus ejércitos hacia Babilonia, para protegerla de las incursiones caldeas. Con los caldeos sucedía lo mismo que con los urartianos, que no había dificultad en dispersarlos, pero se reponían en cuanto los ejércitos asirios se retiraban. Salmanasar III nunca obtuvo una victoria definitiva. Ocozías murió en 849, tras un único año de reinado (según la Biblia, Dios le castigó por su impiedad). Fue sucedido por su hermano Joram, quien se apresuró a conducir una expedición en coalición con Josafat de Judá para reprimir la rebelión moabita. No conocemos los detalles, pero la expedición fracasó y Moab conservó una precaria independencia. Mesa conmemoró su victoria con una inscripción, la estela de Mesa, que resulta ser el texto extenso más antiguo que se conserva en lengua hebrea. Su estilo es similar al de la Biblia, sólo que Kemósh, el dios moabita sustituye a Yahveh. Josafat murió ese mismo año, y fue sucedido por su hijo Joram, que estaba casado con Atalía, hermana del rey Joram de Israel. La reina madre Jezabel tuvo gran influencia en este periodo: su hijo gobernaba Israel y su yerno Judá. Esto permitió que la religión tiria penetrara en Judá. Joram de Judá se resistió, pero murió en 842 y fue sucedido por su hijo Ocozías, que estaba totalmente dominado por su madre Atalía, por lo que Jezabel tuvo un hijo como rey de Israel y un nieto como rey de Judá, ambos partidarios del culto tirio.

El culto a Yahveh vivió en esta época sus momentos más difíciles. Elías había muerto, pero su lugar fue ocupado por Eliseo, también de gran personalidad. La Biblia le atribuye milagros aún mayores que a Elías: curó leprosos, resucitó muertos, dio de comer a una multitud con sólo veinte panes, hizo concebir hijos a mujeres estériles, predijo los planes de los sirios en varias ocasiones, etc. Para defender su religión, Eliseo optó por la conspiración. El ejército israelita se enfrentó al sirio en Ramot de Galaad, precisamente donde Ajab había sido herido de muerte y nuevamente el rey, esta vez Joram, recibió una herida y se retiró a la ciudad de Jezrael, al norte de Samaria. Allí recibió la visita de su sobrino Ocozías, y mientras tanto el ejército judeo-israelita quedó al mando del general Jehú. Eliseo vio la posibilidad de llegar a un acuerdo con Jehú y así lo hizo, o bien el general era Yahvista o bien estaba dispuesto a serlo para obtener el poder. El caso es que se hizo proclamar rey por el ejército con el apoyo de Eliseo, marchó contra Jezrael, atacó por sorpresa y logró matar a todos los miembros masculinos de la casa real de Israel, incluido Ocozías de Judá. Luego mató a Jezabel. Mientras tanto, el rey sirio Benhadad II fue víctima de un golpe de estado, que dio el trono a Hazael, un funcionario de la corte. Parece ser que Eliseo tuvo algo que ver en ello.

Salmanasar III vio en la confusión que envolvía a Siria, Israel y Judá un buen momento para ajustar cuentas pendientes. Volvió a Siria, la asoló y puso sitio a Damasco. La capital resistió desesperadamente y tuvo la suerte de que Salmanasar III se viera urgido a dirigirse a otra parte de su imperio. Así que se limitó a pactar un tributo con Hazael y se retiró. Levantó un obelisco para conmemorar su victoria, en el que se enumeran los reyes derrotados y el tributo asignado a cada uno. Entre los tributarios figuran además Jehú de Israel y varios reyes fenicios.

Por otra parte, cuando la reina Atalía se enteró en Jerusalén de lo sucedido en Jezrael comprendió que corría un grave peligro y decidió tomar la iniciativa. Rápidamente ordenó asesinar a todos los miembros masculinos de la casa de David, incluidos sus propios nietos, y se dispuso a reinar en solitario. Tal vez pensó en encontrar un marido adecuado, pero nunca llegó a hacerlo. Su reinado fue precario. En Jerusalén estaba Joyada, el sumo sacerdote, que gozaba de un gran prestigio y la reina nunca se atrevió a atentar contra él. Éste, por su parte, esperó prudentemente hasta encontrar el momento propicio para derrocar a Atalía. Mientras tanto, Edom aprovechó las circunstancias para rebelarse y consiguió su independencia, por vez primera desde que fue sometido por David. También las ciudades-estado filisteas se desvincularon completamente de Judá, y llegaron incluso a hacer incursiones por su territorio.

Finalmente, en 836 Joyada se decidió a actuar. Reunió en secreto a los jefes militares de Judá y les presentó a un niño de siete años. Afirmó que era Joás, hijo de Ocozías, que seis años antes, cuando Atalía había ordenado el exterminio de la casa real, su esposa (hermana de Ocozías) lo había salvado y lo había ocultado en el templo, donde había sido cuidado en el más estricto secreto desde entonces. La historia es poco creíble, pero los generales la aceptaron encantados, proclamaron rey a Joás, capturaron a Atalía y la asesinaron. El pueblo aceptó de buen grado la restauración en el trono de la casa de David. La influencia fenicia llegó a su fin tanto en Israel como en Judá. Sin embargo, ambos reinos quedaron muy debilitados.

En 827 ocupó el trono chino el rey Hsüan, que tuvo que hacer frente a las incursiones de un pueblo bárbaro del Oeste: los Hsien-Yün. Por otra parte, extendió el reino hacia el sur, hasta el río Yang-Tse.

Por estas fechas Salmanasar III dirigía una expedición contra los medos. Los asirios aprendieron de ellos el dominio de los caballos grandes, los incorporaron a su ya temible maquinaria bélica, pero también les dieron usos civiles. Con ellos agilizaron el sistema de correos y mensajeros que estaba en activo desde tiempos de los sumerios, lo que les permitió administrar más eficientemente el imperio. Así mismo los emplearon para los transportes y el abastecimiento de las grandes ciudades, pues Babilonia y Calach contaban entonces con unos treinta mil habitantes cada una.

En 824 el hijo mayor de Salmanasar III se rebeló contra su padre, tratando así de asegurarse la sucesión, como era frecuente cuando un monarca oriental era ya viejo. El rey murió antes de poder enfrentarse al rebelde, pero su hijo menor combatió en nombre de su padre y sofocó la rebelión tras varios años de guerra civil. Reinó como Shamshi-Adad V, pero no estuvo a la altura de su padre, y el poder Asirio declinó.

En 822 los bárbaros Hsien-yün saquearon Hao, la capital China, pero finalmente pudieron ser rechazados. En 821, el cuarto sucesor de Feizi, Zhuang, señor de Qin, recibió del rey el título de duque.

La decadencia Asiria permitió una cierta recuperación de Fenicia y Siria. Los fenicios reafirmaron su dominio exclusivo sobre el Mediterráneo. En 814 fundaron una nueva colonia en África, cerca de Útica, en la actual Túnez, y la llamaron Karthadasht (ciudad nueva), en oposición a Útica, que debía de ser la ciudad vieja. Hoy la conocemos con la versión romana del nombre: Cartago.  Este mismo año moría el rey israelita Jehú, que fue sucedido por su hijo Joacaz. El nuevo rey tuvo que pagar tributo a Siria. El rey Hazael había ido arrebatando paulatinamente a Israel y a Judá gran parte de su territorio, tanto al este del Jordán como en la costa Mediterránea, donde se hizo con el dominio de las ciudades-estado filisteas. Tras la muerte de Jehú habría podido apoderarse de la misma Samaria, y Joacaz no tuvo alternativa.

Las cosas no iban mejor en Judá. El rey niño Joás había gobernado bajo la tutela de los sacerdotes, pero cuando Joyada murió y fue sucedido en el sacerdocio por su hijo, el rey afirmó su independencia e intrigó para hacer lapidar al nuevo sacerdote. El rey sirio Hazael llegó en sus incursiones a la misma Jerusalén y, para librarse de su amenaza, Joás tuvo que pagarle un fuerte tributo que salió del tesoro del templo, con lo que terminó de ganarse la enemistad del clero.

En 810 murió el rey asirio Shamshi-Adad V, dejando a su viuda Sammu-Rammat y a un niño pequeño. La imagen de una mujer que gobernó el imperio más poderoso y temible del mundo dio lugar a muchas leyendas, difundidas principalmente por los griegos. Precisamente conocemos mejor a la reina por la versión griega de su nombre: Semíramis. Los griegos la hicieron esposa de Nino, el primer rey Asirio, según su versión de la historia, que fundó las ciudades de Nínive y Babilonia. Nada de esto es cierto. Semíramis reinó sóla durante un breve periodo de tiempo, aprovechando el temor que todavía inspiraba Asiria en los pueblos circundantes. En 806 murió Hazael de Siria, y fue sucedido por su hijo Benhadad III. Poco después un ejército Asirio tomó Damasco, le impuso un fuerte tributo y dejó al país totalmente debilitado, poniendo fin así a los diez años de esplendor en que Siria dominó prácticamente todo Canaán. Semíramis murió en 802 tras ocho años de reinado (y no cuarenta y dos, como dice la leyenda). Fue sucedida por su hijo y Asiria siguió decayendo lentamente, atestiguando así los buenos resultados de la política de terror que sus monarcas poderosos habían practicado, que salvó el país incluso cuando probablemente hubiera sido una presa fácil para sus muchos enemigos.

El rey Salomón
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