L  a  G r a n  E n c i c l o p e d i a   I l u s t r a d a  d e l   P r o y e c t o  S a l ó n  H o g a r

 

ARABIA Y MAHOMA

 

   

Ceremonia del café. Este se introdujo en Arabia en el siglo XV. Desde allí se difundió por Egipto y Turquía.



 

Arabia entra en la historia

En el ciclo sobre Historia Universal que te entregó Icarito el año pasado, partimos estudiando dos importantes culturas de la antigüedad: Egipto y Mesopotamia, la primera emplazada en África, y la segunda en Asia, en el área conocida como Cercano Oriente; pero ya en el tercer número derivamos hacia la Historia de Occidente, más particularmente la de Europa: primero con Grecia y luego con Roma, para avanzar con posterioridad hasta la Edad Media.

En los dos primeros números del ciclo que este año dedicaremos a Historia Universal, te entregaremos una panorámica de lo que sucedía en Cercano Oriente durante la Edad Media europea, pues durante esa etapa este ámbito geográfico vio el nacimiento de una importante religión, la musulmana; la expansión de un gran imperio, el árabe; y el desarrollo de una cultura de gran importancia para la evolución de la humanidad.

Discusión entre árabes (cuadro del pintor francés Jean-Léon Gérôme, 1824-1904).



 

Arabia y los árabes

A principios del siglo VII d.C., mientras Europa se hundía en esa “noche de la historia” conocida como Edad Media, apareció en Arabia (Cercano Oriente) una nueva religión monoteísta (es decir, que cree en un solo dios), llamada islamismo o religión musulmana. Era la tercera que surgía en esta área del mundo, especialmente propicia a la especulación religiosa, que con anterioridad había visto primero el nacimiento del judaísmo y más tarde del cristianismo.

Entre los siglos VI y VII, en su afán de conversión el islamismo conquistó gran parte de África, de Asia y penetró hasta Europa, dominando desde España hasta la India. Fue la causa primera de las más grandes y prolongadas guerras de la Edad Media, las Cruzadas. Desde su creación, sus progresos han sido continuos; aún hoy, ninguna religión gana tantos prosélitos como él. Se estima en más de 1,300 millones los musulmanes que hay en el mundo, lo que la hace la segunda religión en importancia en la actualidad (algunas estadísticas la ponen en el primer lugar).

El tawle es un juego que remonta sus orígenes a Mesopotamia. Fue jugado por griegos, romanos y árabes, y ha llegado hasta el presente con el nombre inglés de backgammon.



 

El agua en aquella epoca no se recibia a través de la "pluma de agua" como hoy día, habia que buscarla en jarros desde los pozos.


Arabia y los árabes: el entorno geográfico

Arabia (o Yazirat-al-Araba, que significa isla de los nómades), la tierra de los árabes, cuna del islam y primer foco del inmenso imperio formado por los sucesores del profeta Mahoma, su difusor, es una vasta península situada al suroeste de Asia. Tiene una extensión aproximada de 2.700.000 km2 y se extiende entre el mar Rojo, el océano Índico (mar Arábigo) y el golfo Pérsico. Hoy, la mayor parte de la península forma parte de Arabia Saudita.

Como conjunto, forma una amplia meseta desértica (el Neyeb) inclinada hacia el golfo Pérsico y atravesada por algunas alineaciones montañosas, que alcanzan las mayores alturas en su reborde occidental. La cumbre culminante de la península es el Yebel Manar, de 3.219 metros, en Yemen.

Los principales desiertos son el Nefud, el desierto Sirio y el Rub al Khali, este último arenoso y también el más extenso y desolado. Aparte de algunos oasis dispersos, las tierras más fértiles corresponden a la zona costera de la región de Asir, en el suroeste de la península. El clima, de tipo desértico, determina una vegetación esteparia, con arbustos espinosos (acacias y otras especies análogas). Un elemento característico de la vegetación es la palmera datilera. En las zonas irrigadas y con lluvias suficientes, los cultivos predominantes son el café, algodón, caña de azúcar, áloe, árboles del incienso y de la mirra (sustancia aromática) y cocoteros. La población, en su mayor parte nómadas, se dedica al pastoreo de ovejas, cabras y camellos; pero la gran riqueza de la península Arábiga reside en el petróleo.

Uno de los rasgos más característicos de Arabia es la falta de grandes corrientes permanentes de agua. El cauce de los ríos permanece seco la mayor parte del año; pero en épocas lluviosas su caudal aumenta grandemente.

Desde los más remotos tiempos Arabia se distingue por su aridez, sequía y calor, siendo la sequía la que más la ha hecho sufrir siempre. Sin la estación de las lluvias, que por lo general dura meses, Arabia sería casi inhabitable; pues cuando aquellas faltan, la sequedad que de esto resulta arruina todas las comarcas privadas de agua; y a la sequedad se une frecuentemente el terrible viento llamado simún o jamsín.

En el interior de Arabia la temperatura es por lo general bastante elevada, y en el desierto no baja casi nunca de 43 grados de día, y de 38 grados durante la noche. En las regiones montañosas, o en aquellas que están cerca del mar, la temperatura no es tan rigurosa.
 

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Tratante de caballos en El Cairo (cuadro de Jean-Léon Gérôme).



 

El islamismo en el mundo, hoy

En la actualidad, los diez países más grandes de población musulmana son:

País

Musulmanes

• Indonesia
• Pakistán
• Bangladesh
• India
• Turquía
• Irán
• Egipto
• Nigeria
• China

170.310.000
136.000.000
106.050.000
103.000.000
62.410.000
60.790.000
53.730.000
47.720.000
37.108.000

El carácter árabe

Hasta la aparición del profeta Mahoma (año 571 d.C.), los árabes no habían tenido gran importancia en el mundo. Formaban numerosas tribus antagónicas, guerreras y crueles; eran pastores nómadas en el Heyaz (frente a la costa del mar Rojo), agricultores en el Yemen, salteadores en sus fronteras, y soldados mercenarios en el extranjero. Fue un pueblo que, escapando a las conquistas del persa Ciro, del macedonio Alejandro y de los romanos, conservó la vida patriarcal que aprendieron de sus abuelos, hijos (según la tradición) de Ismael. No formaba un estado homogéneo, sino que estaba dividido en tribus, gobernada cada una de ellas por un jefe particular o emir, envueltas por lo general en guerras entre sí o con sus vecinos, suscitadas siempre por querellas y disputadas de pastores pobres sobre pastos, abrevaderos (lugares con agua para dar de beber al ganado), robos y venganzas.

Cuando estaban en paz, los caballeros árabes, que siempre tuvieron fama de excelentes arqueros y hábiles en el manejo de la espada y de la lanza, vendían sus servicios a los reyes de Egipto, de Persia o de Siria.

Hasta pocos años antes de la venida de Mahoma ignoraban aún el alfabeto y el arte de escribir.

Los árabes son blancos y tienen cercano parentesco con los hebreos. Se llamaban descendientes de Ismael, hijo del patriarca bíblico Abraham, y de Agar, su esclava egipcia, y había en ellos una mezcla singular de salvajismo y de instintos caballerescos. Por ejemplo, estaba permitido enterrar vivas a las niñas al nacer, porque su nacimiento era considerado una desgracia. “Éramos tan míseros -señalaron los mensajeros del califa Omar al rey de Persia, cuando les interrogó sobre lo que el profeta hiciera-, que había entre nosotros gente que debía aplacar su hambre devorando insectos y serpientes; y otros se veían obligados a hacer morir a sus hijas para no compartir con ellas sus alimentos. Sumidos en las tinieblas de la superstición y de la idolatría, sin leyes, ni frenos, enemigos siempre unos de otros, no pensábamos más que en saquearnos y destruirnos mutuamente”. Pero en el combate, por el contrario, se veía a árabes tender una lanza a su adversario desarmado.

Respetaban religiosamente las leyes de la hospitalidad y la palabra dada. Al igual que los griegos, apreciaban la poesía, y tenían concursos poéticos durante los cuales se suspendían los enfrentamientos armados, cualquiera que fuese la guerra en que estuviesen envueltos.

La Caaba o Kaaba, en el interior de la mezquita de La Meca, en medio de los musulmanes que la rodean durante una peregrinación.



 
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Pastor árabe


 
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Mujeres árabes, según el libro Historia del Traje, de Braun & Schneider (siglo XIX).

El santuario de la Caaba

Hasta Mahoma -como ya se dijo-, los árabes no formaban un estado. Estaban divididos en tribus independientes, unas sedentarias, otras nómadas. Sin embargo, entre todas existía un lazo de unión: el santuario de la Kaaba o Caaba, situado en la ciudad de La Meca.

Se ha dicho que La Meca es el tipo de ciudades del desierto que no se hallan más que en Arabia. El terreno que la rodea es tan pobre que no bastaría al sostén de sus habitantes, los cuales se ven obligados a hacer llegar sus comestibles desde Djedda (también escrito Jiddah, Djidda o Jeddah), ciudad colocada en el mar Rojo y que viene ser el puerto de La Meca.

En el medio de la misma Meca, la madre de las ciudades, se levanta la mezquita a la cual debe su celebridad, pues en su interior se halla la Caaba, célebre templo cuya fundación, de acuerdo a los historiadores musulmanes, se remonta a Abraham. Califas, sultanes y conquistadores han competido, desde Mahoma en adelante, en demostrar su piedad, adornando la célebre mezquita; de modo que nada queda hoy de su ornamentación primitiva.

La gran mezquita de La Meca tiene la forma de un cuadrilátero regular. Cuando se ha penetrado en el interior del monumento por una de las puertas que a él conducen, el visitante se halla en un gran patio rodeado de arcadas sostenidas por un verdadero bosque de columnas, encima de las cuales se levanta un número considerable de pequeñas cúpulas. Varios minaretes o alminares (torres), colocados en diversas partes del cuadrilátero, descuellan en este sitio.

El pequeño templo de la Caaba está situado en el mismo patio de la gran mezquita de La Meca. Es un cubo de piedra gris que tiene poco más de 12 metros de alto, casi cinco y medio metros de largo y 4,25 metros de ancho, sin más abertura que una puertecita situada a poco más de dos metros sobre el nivel del suelo, a la cual no se puede llegar sino por una escalera portátil de la que se hace uso solo en la época de las peregrinaciones. Su interior consiste en una sala embaldosada de mármol, iluminada por lámparas de oro macizo y cubierta de inscripciones.

En una de las paredes exteriores de la Caaba está enclavada la célebre piedra negra, traída, según la tradición árabe, del paraíso por los mismos ángeles, a fin de que sirviese de escabel (tarima para el reposo de los pies) a Abraham cuando construyó el templo. Esta reliquia no tiene más que unos 17 centímetros de diámetro. Ningún otro objeto ha obtenido tanta veneración de parte de los hombres, pues muchísimos siglos antes de Mahoma ya se lo veneraba. Según la tradición esta piedra, originalmente blanca, ennegreció a causa de los pecados de los hombres.

La Caaba está siempre cubierta por un inmenso velo negro, con excepción del sitio donde está la piedra sagrada; este velo empieza a algunos pies del suelo, y durante los primeros días de la peregrinación lo rodea por el centro de su altura una banda con inscripciones del Corán en letras de oro. El velo se renueva una vez al año.

En el mismo patio de la mezquita hay otra construcción cuadrada, que sirve de cubierta al manantial que, según la tradición, el ángel Gabriel hizo surgir en el momento en que Agar, errante en el desierto, se tapaba la cara para no ver a su hijo Ismael morir de sed.

 

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Instrumentos musicales propios de la cultura musulmana.



 
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Hombres árabes, según el libro Historia del Traje, de Braun & Schneider (siglo XIX).


La religión antes de Mahoma

 

Antes de Mahoma las tribus árabes habían tenido una gran variedad de cultos, entre los cuales los más extendidos eran los del Sol y de los principales astros; y como tomaron de los pueblos con los cuales comerciaban muchas de sus divinidades, su Panteón (templo dedicado a todos los dioses) estaba tan poblado como el Olimpo (morada a los dioses) grecorromano.

Inscripciones asirias siete u ocho siglos anteriores a Cristo demuestran que, en una época muy remota, los árabes eran politeístas y erigían estatuas a sus dioses.

Sin embargo, existían gérmenes de unidad entre aquella variedad de cultos de Arabia, y le bastó a Mahoma desarrollar dichos gérmenes para llevar a cabo la empresa de unificación que había acometido. Estaba, como ya se indicó, la Caaba, templo venerado por todos los pueblos de la península, los cuales iban a visitarlo en romería desde mucho tiempo antes. Ya se indicó que la Caaba era el verdadero Panteón de los dioses de Arabia, y, cuando Mahoma apareció, contenía las estatuas o imágenes de 270 dioses (ciertos libros hacen subir este número a 370), entre los cuales, según testimonio de los autores árabes, figuraban Jesucristo y la Virgen María. Todos los pueblos de Arabia cifraban su gloria en adornar la Caaba, siendo hasta para los judíos un sitio muy venerado. La custodia del templo estaba confiada a los árabes de la tribu de los coreixitas, quienes, por esta razón, disfrutaban de una autoridad religiosa que toda Arabia reconocía.

Muchos árabes adoraban un solo Dios, sin contar los que ya en tiempos de Mahoma practicaban el cristianismo o el judaísmo, los cuales eran bastante numerosos. Se los llamaba hanyfes, título que Mahoma se complacía en aplicarse, y no solo admitían un Dios único - lo cual es uno de los principios fundamentales del Corán-, sino que enseñaban -lo cual es otro de los más esenciales principios del mismo libro-, que el hombre debe someterse a la voluntad de Dios de un modo tan absoluto como Abraham cuando se disponía a degollar a su hijo Isaac. No sin razón ha podido, pues, Mahoma decir en el Corán que había habido musulmanes antes de él.

Esta concentración de dioses en la Caaba de La Meca hacía posible la fusión de los diversos cultos en uno solo, resultado facilitado también por el hecho de que los adoradores de aquellas divinidades hablaban la misma lengua. Había llegado el momento en que todos los árabes podían unirse en una sola creencia. Así lo comprendió Mahoma, y esto le dio la fuerza que tuvo. Lejos de pensar en fundar un culto nuevo, según a veces se repite, se concretó a predicar que el único dios verdadero era el fundador de la Caaba, que toda Arabia veneraba, es decir, el Dios de Abraham.

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El profeta Mahoma, según una representación occidental.



 
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El creyente debe orar cinco veces al día: en la mañana, al mediodía, en la tarde, en el ocaso y en la noche.



 
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Mujer árabe con cántaro.


 
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Abandonando la mezquita (cuadro de Jean-Léon Gérôme).


 

Los nestorianos

Los nestorianos eran cristianos que no aceptaban que se llamara madre de Dios a la Virgen María, sosteniendo que dio a luz un ser humano.

 

Los cristianos católicos rechazan esta opinión, sostenida por Nestorio, patriarca de Constantinopla del siglo V, considerándola una herejía, y la condenaron en diversos concilios. En la actualidad, la Iglesia nestoriana cuenta con algunos miembros en Irak, Irán y la India.


 

Medina

Después de La Meca, Medina es la segunda ciudad sagrada del credo musulmán, ya que en ella está la mezquita del profeta, y en su interior, la tumba de Mahoma.


La ciudad de encuentra en la región de Hiyaz en el oeste de Arabia Saudita. Los árabes la llaman Madinat Rasul Alá, ciudad del mensajero de Alá; Madinat al-Nabí, ciudad del profeta; o Madinat al-Muhawara, ciudad circular.


Poco se sabe de la historia primitiva de Medina, pero es seguro que desde tiempos anteriores a Cristo el oasis estuvo habitado por colonos judíos cuyo número aumentó después de la expulsión de éstos de Palestina, en tiempos del emperador romano Adriano. Hacia el año 400, los judíos eran la principal población del oasis. Luego de la Hégira, los musulmanes reemplazaron a los judíos en el oasis, que se convirtió en la capital administrativa del nuevo estado islámico fundado por Mahoma. Medina mantuvo esa posición hasta el año 661, cuando la capital del mundo musulmán pasó a ser la ciudad de Damasco, en Siria, sede de los califas omeyas.

 

 

El profeta Mahoma

El año 570 de la era cristiana (algunos precisan que el 27 de agosto) nació Mahoma en La Meca. Su padre Abdallah, muerto dos meses antes de este hecho, fue hijo de uno de los pontífices del célebre templo de la Caaba, y su madre, Amina, era hija de un jefe de tribu.

Mahoma fue primero amamantado por su madre, y después, según costumbre, colocado en una tribu nómada del desierto, donde no permaneció más que hasta la edad de tres años. Apenas salía de la primera infancia cuando su madre murió, dejándolo al cuidado de su abuelo Abd-el-Mottatib, que lo crió en medio de comodidades. Pero este murió dos años después de Amina y, recogido por un tío suyo, un comerciante en permanente viaje, Mahoma debió cuidarse a sí mismo.

Cuenta la tradición que durante uno de sus viajes a Siria, el tío del futuro profeta lo llevó consigo, y que Mahoma conoció entonces en un monasterio cristiano de la ciudad siria de Bosra a un fraile nestoriano que lo inició en el conocimiento del Antiguo Testamento.

A la edad de 20 años, poco más o menos, Mahoma tomó parte en un combate que ocurrió entre los coreixitas y otras tribus, mostrando en él los talentos militares que debía manifestar más adelante. Su reputación era excelente, y su benevolencia y sinceridad le habían granjeado entre los coreixitas el sobrenombre de Amín, es decir, fiel.

Unida sin duda esta reputación a las prendas físicas que poseía, le valieron, a la edad de 25 años, la simpatía de una rica viuda llamada Jadidja o Kadija, que le encomendó sus negocios comerciales. Con esto tuvo que volver a Siria y pudo ver de nuevo al fraile que le había enseñado el Antiguo Testamento. Al regreso, se casó con la rica viuda, de 40 años. Esa fue su primera mujer y no tomó otras mientras ella vivió.

Cuarenta años tenía Mahoma cuando por primera vez habló de su misión profética: al volver de uno de los retiros espirituales que solía hacer en el monte Harra, a tres millas de La Meca, fue a ver a su mujer Jadidja con el rostro trastornado y le habló de este modo, según los historiadores árabes: “Vagaba yo esta noche por la montaña, cuando la voz del ángel Gabriel resonó en mis oídos diciéndome: ‘En nombre del Señor que ha creado al hombre, y que viene a enseñar al género humano lo que no sabe, Mahoma, tú eres el profeta de Dios, yo soy Gabriel.’ Tales han sido las palabras divinas y desde ese momento he sentido dentro de mí la fuerza profética.”

Jadidja creyó en la misión profética de su esposo, y fue a informar de ello a uno de sus primos, llamado Waraka, que era tenido por hombre muy instruido. Este declaró que si Mahoma decía la verdad, había visto aparecer al mismo ángel que antiguamente se había mostrado a Moisés, y que estaba destinado a ser el profeta y el legislador de los árabes.

Satisfecho de este apoyo, Mahoma manifestó su alegría dando siete vueltas a la Caaba, después de lo cual entró en su casa. Desde esta época, según el historiador árabe Abulfeda, las revelaciones no cesaron.

Durante tres años Mahoma no predicó sino delante de sus parientes inmediatos: gente generalmente de influencia, por su edad y posición. Cuando estuvo seguro de su apoyo, anunció en público su misión, y empezó a combatir el politeísmo, cuya sede era el templo de la Caaba, asilo sagrado de todos los dioses de Arabia.

Las primeras tentativas del profeta no fueron afortunadas, teniendo por único resultado ponerlo en ridículo. Pero los coreixitas, guardianes de la Caaba, pasaron de la burla al furor, llegando a amenazar de muerte a Mahoma y sus partidarios.

Durante mucho tiempo los coreixitas tuvieron intención de agredir al profeta, pero como según las costumbres árabes todos los individuos de una familia estaban obligados a protegerse mutuamente, tocar a Mahoma era exponerse a seguras represalias por parte de sus numerosos parientes.

Mahoma sufría todas las persecuciones con mucha dulzura, y su elocuencia le atraía todos los días nuevos discípulos; pero, deseoso de tener un poco de tranquilidad, se retiró a casa de su tío Abu Taleb, personaje muy influyente.

Diez años pasó Mahoma predicando su doctrina, y tenía ya cincuenta de edad cuando sufrió dos pérdidas de mucha importancia: la primera, la muerte de su tío Abu Taleb, y la otra, el fallecimiento de su mujer Jadidja, cuyos parientes tenían también mucha influencia.

Cuando los coreixitas vieron que Mahoma atraía día a día a nuevos afiliados, se exasperaron; y como no podían tolerar ninguna religión nueva, capaz de perjudicar sus intereses, se reunieron y acordaron la muerte del profeta.

Mahoma no tuvo conocimiento del complot sino cuanto los conjurados rodeaban ya su casa. Sin embargo, pudo deslizarse fuera en medio de la noche. Después de burlar todas las persecuciones, logró, en compañía de su amigo Abu-Bekr (más tarde si suegro, pues era padre de Ayesha, esposa preferida de Mahoma), llegar a la ciudad de Yatreb, que desde esta época recibió el nombre de Medina.

La fuga del profeta, o Hégira, ha sido para los árabes la fecha de la numeración de los años, empezando su era el día en que ocurrió aquel suceso: año 622 d.C. y 1¼ de la Hégira. La entrada del profeta en Medina fue un triunfo; sus discípulos sombreaban su cabeza con ramas de palma, y el pueblo se precipitaba en masa a su encuentro.

Así que estuvo en Medina, Mahoma empezó a organizar el culto que había fundado; y el Corán, que entonces no era más que un bosquejo, fue completándose gradualmente, por medio de frecuentes revelaciones que el cielo enviaba al profeta en todas las circunstantes difíciles.

Mahoma instituyó una tras otra las prácticas del islamismo, como la oración, repetida cinco veces al día a la voz de los llamamientos que desde las mezquitas hacían los muecines; el ayuno del Ramadán, o sea completa abstinencia de comida desde la aurora hasta el ocaso durante un mes, y finalmente, el diezmo, para que cada musulmán contribuyese a los gastos del culto que acababa de fundarse.

La influencia de Mahoma continuó creciente durante muchos años; pero esta influencia no podía generalizarse sobre Arabia y los árabes sin que el profeta de apoderara de La Meca. Antes de apelar a las armas, quiso valerse de las negociaciones, y se presentó delante de la ciudad santa acompañado de 1.400 discípulos. No logró que le abriesen las puertas, pero los mensajeros que le enviaron los coreixitas quedaron muy sorprendidos por la veneración de los compañeros del profeta hacia su maestro.

Viendo cuánto crecía su influencia, Mahoma determinó hacer otra tentativa para apoderarse de La Meca; y juntando un ejército de 10.000 hombres, el más poderoso que hubiese mandado hasta entonces, se presentó ante la ciudad, y como su prestigio había llegado a ser tan grande, el 630 entró en ella sin combate e hizo derribar los ídolos de la Caaba. Dos años después murió en Medina, cuando ya había conseguido imponer su doctrina a toda Arabia. Por medio de la religión, había hecho la unidad del pueblo árabe. Sin embargo, no había determinado las reglas de sucesión a la jefatura del Islam, por lo que a su deceso los principales muslimes (o musulmanes) nombraron, de común acuerdo, seis electores para que eligieran los cinco primeros califas sucesores del profeta. El primero de ellos fue Abu-Bekr, quien convocó a los guerreros de todas las tribus, con la orden de conquistar los poderosos reinos de Persia y Siria. Se iniciaba, así, la guerra santa, la etapa de expansión del Islam.
 

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Un escritor de cartas para quienes no saben hacerlo.



 

Obligaciones de un musulmán

Todo musulmán tiene cinco obligaciones que cumplir:


Por lo menos una vez en su vida, el creyente debe decir con plena aceptación “No hay otro dios sino Alá y Mahoma es su profeta.”


Debe orar cinco veces en el día mirando hacia La Meca y debe decir en la mezquita la oración del mediodía del viernes.


Debe dar limosnas generosamente, por encima de la cantidad prescrita por la ley.


Debe guardar el ayuno del Ramadán.


Si es posible, debe hacer una vez en la vida la peregrinación a La Meca.


Esta última disposición ha hecho que esta peregrinación sea la mayor del mundo y al mismo tiempo una gran fuerza unificadora del Islam.


 

 

 

El Corán

La doctrina de Mahoma está contenida en el Corán. Corán quiere decir relato. Se dice que cuando Mahoma predicaba, sus adeptos tomaban nota de lo que decía en hojas de palmera, en paletillas y omóplatos de carnero y en piedras lisas. Ocurrida la muerte de Mahoma, se reunieron y transcribieron aquellos fragmentos, que constituyen el Corán.

Para los musulmanes, el Corán no solamente es lo que la Torah para los judíos o el Evangelio para los cristianos, es decir, el libro de la ley de la historia religiosa, sino además el libro por excelencia, el que reemplaza a los demás libros y cuyo contexto es todo ciencia. Contiene tanto la ley civil como la ley religiosa. Aún hoy en todos los países musulmanes es el libro del juez y del sacerdote: se asemeja a un evangelio que fuera al mismo tiempo un código civil y penal.

La doctrina musulmana

La religión de Mahoma no se distingue por la originalidad; es una mezcla de las doctrinas judías y la cristiana.

“Solo Dios es Dios”, dice el Corán. Dios, Alá, es el creador de todo ser y de todas las cosas, y el juez soberano. De antemano determina el destino de cada uno, y nada puede modificar su voluntad: esta es la doctrina del fatalismo. Alá está rodeado de ángeles, dóciles servidores suyos, y debajo de los cuales se agita Iblis, el apedreado, jefe de los demonios, ángel caído a quien perdió el orgullo.

Alá se comunica con los hombres por medio de profetas. Abraham, Moisés y Jesús son profetas que han revelado partes de la verdad religiosa. Mahoma es el último y el más grande de los profetas.

Después de muertos, los hombres son juzgados por Alá; resucitarán el día del juicio final, “cuando la Tierra tiemble con violenta sacudida y cuando las montañas vuelen cual copos de lana teñida”. Los perversos y los impíos serán arrojados a la Gehena (el infierno): el fuego será su morada y allí beberán agua hirviendo. Los creyentes irán al Paraíso. “Allí habitarán el jardín de las delicias, donde reposarán en divanes adornados de oro y pedrería. Tendrán a medida del deseo las frutas que les gustan y la carne de aves rarísimas. Los más favorecidos de Alá verán su rostro día y noche, felicidad que excederá a todos los placeres de los sentidos, tanto como el mar a una gota de rocío.”

Para merecer el paraíso es preciso creer en el dogma del Dios único y cumplir las prácticas del culto.

Los musulmanes deben ser humanos y justos entre ellos, porque todos son hermanos. Está prometido el Paraíso a todos los que mueren combatiendo por la fe.
 

 
 

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