L  a  G r a n  E n c i c l o p e d i a   I l u s t r a d a  d e l   P r o y e c t o  S a l ó n  H o g a r


Puerto Rico

Bajo el Gobierno Español

La importancia estratégica de la Isla se afianzó con la amenaza constante de las potencias europeas deseosas de adueñarse de las riquezas provenientes de América. Por otro lado, las guerras en las que la corona española se involucraba, provocaron una serie de eventos en nuestra historia temprana: los ataques sucesivos de franceses, ingleses y holandeses; y la construcción de murallas y fuertes en la ciudad de San Juan. Estas murallas y la acción decisiva de las milicias urbanas permitieron repeler la última invasión de los ingleses en el 1797, que fracasó en su intento de tomar la ciudad (como habían hecho con La Habana, en 1763). Otro efecto relacionado a la importancia estratégica de la Isla fue que los gobernadores nombrados durante el colonialismo español fueron capitanes generales desde 1582. Para pagar por los costos militares, en la Nueva España (México), se destinó a Puerto Rico un subsidio anual (conocido como el Situado) de 1582 a 1810.

San Juan estaba aislada del resto de Puerto Rico y aún hoy día los sanjuaneros describen su viaje a cualquier otra parte de Puerto Rico como “ir para la isla”. Desde sus comienzos, San Juan, como capital insular ha sido la sede de todas nuestras instituciones públicas: gobierno, iglesia y milicia. El “otro” Puerto Rico se benefició de la falta de interés del gobierno español porque desarrolló una economía de subsistencia, además de que sus habitantes producían muchos bienes (jengibre, maderas y cuero) que se destinaban al contrabando, el cual floreció sobre todo en la costa suroccidental de la Isla.

Monopolio y contrabando

Puerto Rico siempre sufrió económicamente por el monopolio imperial sobre el comercio. El aislamiento y descuido por parte de España, durante los siglos XVII y XVIII, llevó al pueblo puertorriqueño al comercio ilegal. Por más de dos siglos, los puertorriqueños sobrevivieron gracias a los intercambios clandestinos con los franceses, ingleses y los colonos americanos. La población no veía contradicción alguna entre su lealtad a España y el hecho de que les compraban y les vendían a los enemigos de la Corona. El contrabando a su vez ayudó a los empresarios locales, como al zapatero mulato Miguel Enríquez, quien en el siglo XVIII se convirtió en el hombre más rico y poderoso de la Isla. Otro beneficio del contrabando fue que, no obstante su población mayormente rural, Puerto Rico no estuvo totalmente aislada del resto del mundo. Junto con los productos que satisfacían las necesidades materiales llegaron las ideas importadas a través de libros clandestinos. La élite criolla, particularmente en la parte occidental de la Isla, estaba al tanto de las ideas de los filósofos de la Ilustración. Esto se evidencia en las instrucciones que los cinco cabildos de la Isla (las unidades representativas del gobierno español) le dieron a Ramón Power y Giralt, el primer puertorriqueño que participó como delegado en las Cortes Españolas (el equivalente de un congreso español) en 1810.

El orgullo de ser puertorriqueño, no español, surgió entre los criollos a mitad del siglo XVIII. Esto es evidente en las pinturas de José Campeche (1751-1809), nuestro primer pintor importante en ese tiempo, quien era hijo de un esclavo liberto y cuyas pinturas (una de las cuales se le atribuyó incorrectamente a Francisco de Goya en España) se exhibieron en el Museo Metropolitano de Arte en Nueva York en el 1988. De Campeche en adelante, la expresión de la identidad puertorriqueña se ha mostrado como una constante en nuestras artes visuales. Este sentido de nuestra diferencia de los españoles se reafirmó luego de la victoria contra los invasores británicos en el 1797. También llevó a los criollos a exigir reformas políticas, sociales y económicas al comienzo del siglo XIX. El sentimiento de puertorriqueñidad, que llevaba años en desarrollo, encontró su primera expresión en una institución pública en el 1809 cuando uno de sus representantes, el primer arzobispo puertorriqueño, Juan Alejo de Arizmendi, encomendó a Ramón Power y Giralt proteger los “derechos de nuestros compatriotas”.

El siglo XIX fue muy caótico en España y de cambios significativos en Puerto Rico. Comenzó con la invasión napoleónica a la Península Ibérica, situación que alentó las guerras de independencia y la pérdida de todas las posesiones españolas en el continente americano. Por ende, las expresiones abiertas de puertorriqueñidad se consideraban como subversivas por un gobierno que se esforzaba por mantener a la Isla libre del “contagio” revolucionario, especialmente del que provenía de la cercana Caracas, que era considerado como un foco de separatistas anti-españoles. En el Caribe, sólo Cuba y Puerto Rico permanecían bajo el dominio español a consecuencia del establecimiento de gobiernos represivos en cada Isla con la complicidad de las clases dominantes esclavistas. La inmigración de cientos de monarquistas que escapaban de Venezuela contribuyó al fortalecimiento del sector político conservador y pro-español en ambas islas.

Luego de la derrota de las fuerzas napoleónicas en el 1814, el nuevo rey de España decidió mantener a Puerto Rico leal y seguro a través de reformas económicas. Además, a raíz de la revolución haitiana, el miedo a las rebeliones de esclavos promovió esfuerzos para balancear las razas. La Real Cédula de Gracias del 1815 estimuló la inmigración de blancos católicos. Como resultado de esto, la demografía de Puerto Rico cambió, a la vez que cientos de franceses (mayormente criollos blancos de Haití, Luisiana, Guadalupe y Martinica), italianos e irlandeses, llegaron a la Isla con sus esclavos. También entraron muchos esclavos africanos mediante la trata libre. A mediados de siglo, una nueva ola de inmigrantes llegó de Córcega, Mallorca y Cataluña.
 


La Cédula de Gracias tuvo consecuencias económicas y sociales. Hubo un notable incremento en la producción agrícola de tres siembras comerciales: la caña de azúcar, el café (introducido a mediados del siglo XVIII y presto a convertirse en un producto importante de exportación hacia Europa), y el tabaco. El sistema de plantación fue adoptado extensamente y, con el aumento en la producción azucarera vino un incremento en la esclavitud africana, al igual que en el resto del Caribe.

Eventualmente, la creciente demanda por mano de obra y la dificultad en adquirir esclavos, dadas las restricciones en la trata, hizo que los terratenientes miraran hacia la población libre de la Isla, que excedía a la de los esclavos. Dichos terratenientes convencieron al gobierno de que estableciera un mecanismo que forzaba a los
campesinosa trabajar como jornaleros. También tenían que cargar con unas libretas en las que los patronos anotaban datos sobre la conducta laboral de los jornaleros. Este sistema conocido como Régimen de la Libreta. Este sistema obligó a todos los varones mayores de 16 años a inscribirse en el municipio de su residencia y portar una especie de cédula de identificación, la cual debía presentar a quien les empleara duró desde 1849 hasta 1873.

Para esta época, una élite criolla mayormente urbana había emergido y exigía participación en los asuntos de la Isla, exigencia que el gobierno español resistió y persiguió. Aquellos que tenían recursos o que recibían becas de donantes privados, iban a Europa a estudiar luego de graduarse del Seminario Conciliar en San Juan. Una generación de jóvenes estudiantes puertorriqueños en España,para el 1840, produjo los textos fundacionales de nuestra literatura y la figura emblemática del jíbaro, el campesino blanco de las montañas.

 

La abolición y el separatismo surgieron como los discursos contestatarios principales entre los criollos liberales. Los más extremistas fueron desterrados y aún en el exilio, el líder del movimiento independentista, Ramón Emeterio Betances (un médico educado en Francia) organizó la revuelta más seria contra el dominio español en Puerto Rico, el Grito de Lares en 1868. La revuelta fue sofocada en poco tiempo. El movimiento abolicionista tuvo mejor suerte y el 22 de marzo de 1873 se logró la Abolición de la Esclavitud bajo la Primera República Española.

Esta misma generación de criollos esbozó un proyecto liberal desde mediados del siglo XIX, en parte a causa de la crisis del azúcar que puso en evidencia la vulnerabilidad de la economía isleña. La nueva élite intelectual, residente mayormente en
Ponce y San Juan, buscaba progreso económico, social y cultural. Creó instituciones culturales como el Ateneo Puertorriqueño en 1876. Los periódicos aparecieron por doquier, dándole voz a las exigencias de cambio. Estos criollos estaban al tanto de las ideas progresistas (como la democracia de Estados Unidos, que ya era el segundo país más importante en términos comerciales en Puerto Rico) y de los eventos en otras partes del mundo que los influenciaron.