L  a  G r a n  E n c i c l o p e d i a   I l u s t r a d a  d e l   P r o y e c t o  S a l ó n  H o g a r

La luz de la abuela

 

Mi abuela Marcolina nació en 1895 y murió en 1998, a la edad de ciento tres años.  Era una mujer sumamente alegre, y lo siguió siendo hasta el final de sus días.  De hecho, creo que en gran parte fue  su jovialidad lo que la ayudo a vivir tanto tiempo.  La red de arrugas de su rostro engañaba: no eran tanto señales del sufrimiento y de la vejez, como de su manera de sonreír y reír.

 

Cuando ella nació, Puerto Rico era todavía una colonia de España.  Pero todo cambio tres años más tarde, al entrar en nuestra isla, por la bahía de Guanica, las tropas estadounidenses.  Para entonces, los Estados Unidos y España estaba librando la llamada Guerra Hispano-cubano-norteamericana.  Cuando finalizo el conflicto, los Estado Unidos y España estaban liberado la llamada Guerra Hispano-cubano-norteamericana.  Cuando finalizo el conflicto, los Estados Unido se quedaron con Puerto Rico y otras islas en el océano Pacifico.

Además de tener un temperamento animado, mi abuela sabia narra muy bien.  Solo había que pronunciar una palabra clave, para que se lanzara a contar alguna de las cientos de historias que guardaba en el archivo de su memoria.

Por ejemplo, yo le decía: “İAbuela, rubio!”, y ella se remontaba a principios del siglo XX y se ponía a describir lo rubios, altos y colorados que eran muchos de los soldados estadounidenses que ella vio cuando niña.  Si le decía: “İAbuela, tierra!”, hablando de la casita de madera con piso terrero, donde nació y paso toda su infancia.  Si yo decía: “Abuela, caballo”, relataba cómo, en la década del veinte, ella cabalgaba por las montanas de Adjuntas, para ir a dar clases a una pequeña escuela en el campo.

La historia que mas me gustaba escuchar era la que despertaba en ella la palabra “luz”.  De inmediato se trepaba en una máquina del tiempo invisible e iba a dar a su pueblo natal, Cabo Rojo, la noche en que se inauguró el alumbrado eléctrico.  Hasta entonces, el poblado se iluminaba con forales de gas, pero esa noche todos los habitantes del pueblo celebraron una gran fiesta en la plaza de recreo y en las calles, porque al fin habían llegado los tiempos modernos, representados por aquellas bombillas de luz debilucha que se encendían solas, sin que el sereno tuviera que acercarles una llama.

A veces me imaginaba a Abuela como una computadora siempre conectada a la Internet: uno escribe una palabra, marca “búsqueda” y enseguida aparece en la pantalla la información requerida.  O como un robot de esos que pronto habrá en todas las casas: le daremos una orden con una sola palabra, como “İLimpia!”, y en un dos por tres el autómata dejara resplandeciente el hogar.

Pero mi abuela no era ni una cosa ni la otra, desde luego.  Era simplemente un ser humano a quien le ocurrió lo que nos sucede a todos.  Según crecemos, maduramos y envejecemos, vamos acumulando en la mente y en el corazón las experiencias vividas, y si las compartimos con los demás para su bien, entonces nos convertimos en personas sabias.

Mi abuela, como todos los ancianos, era un libro viviente de historia.  En sus páginas estaba escrita más de un siglo de la biografía de nuestro país: desde los tiempos en que la Isla vivía de la agricultura, hasta el Puerto Rico actual, dominado por las maquinas y todo tipo de tecnologías.  Por eso, los ancianos merecen respeto y atención: porque llevan en sus adentro otras épocas de las que solo ellos pueden hablarnos.

Cuando mi abuela Marcarolina murió, con ella se fue también toda una era de Puerto Rico.  Pero antes de partir, se aseguro de que sus hijos y nietos heredaran su conocimiento, para que nosotros lo pasemos a la nuevas generaciones.

Como ocurrió cuando se inauguró el alumbrado eléctrico en su pueblo natal, Abuela no nos dejo en las sombras al abandonar este mundo, sino que encendió una luz en nuestro ser para que, al igual que ella, hiciéramos de la vida una gran fiesta.

 

                                                         Edgardo Sanabria Santaliz  (puertorriqueño)

                                                                                  

Contesta las siguientes preguntas.

 

1. ¿En que ano nació y murió la abuela Marcarolina?

2.  ¿A qué edad murió la abuela Marcarolina?

3. ¿Como describía la abuela a los estadounidenses?

4. ¿En qué pueblo fue la inauguración de alumbrados eléctricos.

 

Entiendo el cuento

 

1) Marca la mejor opción.

La luz de la abuela es….

___ una lámpara que tenía en su cuarto

___ el nuevo alumbrado eléctrico de Cabo Rojo.

___ la alegría y la jovialidad de su personalidad.

___ la luz mañanera en las montanas de Adjuntas.

 

2) Une cada palabra con lo que recordaba la abuela Marcolina cuando escuchaba.

 

C. Define las palabras destacadas, según lo que expresa cada oración.

 

1. La casita de madera con piso terrero, donde nació y paso toda su infancia.

 

2. Las bombillas de la luz debilucha que se enciendan solas, sin que el sereno tuviera que acercarles una llama.

 

3. Le daremos una orden con una sola palabra, como “İLimpia!”, y en un dos por tres el autómata dejara resplandeciente el hogar.