L  a  G r a n  E n c i c l o p e d i a   I l u s t r a d a  d e l   P r o y e c t o  S a l ó n  H o g a r

 

 

Las revoluciones politicas

 

Treaty of Paris

Firma del Tratado de Paris

La guerra entre España, Francia y Gran Bretaña por el dominio de América del Norte se resolvió el 10 de febrero de 1763 con la firma del Tratado de París. Los británicos obtuvieron todo el territorio francés al norte de los grandes lagos –que actualmente corresponde a Canadá–, más Luisiana al este del Mississippi, mientras España se adueñó del territorio ubicado al oeste de este río. Además, la corona española cedió a los británicos Florida, a cambio de Cuba y Filipinas. Con esto, Francia quedó sin territorios en América del Norte, salvo por las islas de Saint Pierre y Miquelon frente a la costa meridional de Terranova. También conservó sus posesiones en las Antillas.

Por lo tanto, en 1763, América del Norte estaba dividida entre Gran Bretaña y España. Las posesiones de ambas naciones estaban separadas por el río Mississippi. Solo la zona noroccidental seguía siendo una tierra de nadie.

En 1763, en la Norteamérica británica había 1.250.000 blancos y más de 250 mil esclavos, equivalentes al veinte por ciento de la población de Gran Bretaña, aunque el nuevo territorio era mucho más extenso y rico.

La paz de París contribuyó al desarrollo económico de los colonos. En el norte se dedicaron al comercio y en el sur a la agricultura. Esta prosperidad fue generando la aspiración de autogobernarse.

La causa más directa de la independencia fue la política autoritaria y comercialmente restrictiva del monarca británico Jorge III (1738-1820), que cada cierto tiempo determinaba la aplicación de nuevos impuestos.

En 1773, a causa de la aplicación de un gravamen sobre el té, se produjeron graves incidentes en el puerto de Boston. Los colonos, disfrazados de indios pieles rojas, asaltaron y arrojaron al mar el cargamento de té de tres barcos. El rey proclamó estado de excepción, se clausuró el puerto de Boston, se redujo el poder político de Massachusetts y se envío a la metrópoli a los funcionarios responsables del motín, para ser juzgados. Además, se establecieron nuevas medidas para controlar el comercio y la distribución de tierras, lo que dificultó la expansión de los colonos.

Los colonos deciden organizarse

Pese a las restricciones impuestas por la Corona británica, las colonias habían desarrollado gobiernos parlamentarios capaces de organizarse y dirigir movimientos independentistas.

En octubre de 1774, delegados de las trece colonias se reunieron en el I Congreso de Filadelfia. Redactaron una Declaración de derechos y decidieron suspender el comercio con Inglaterra hasta que se eliminaran los impuestos establecidos por Jorge III. Además, se estableció un gobierno de hecho, la Association.

La resistencia armada se inició el 19 de abril de 1775, cuando las fuerzas británicas atacaron los almacenes militares de las tropas independentistas en Concord, Massachusetts. Los colonos vencieron en esa ciudad y en Lexington.

Luego de los enfrentamientos, un II Congreso de Filadelfia acordó su separación de la Corona británica.

En junio, George Washington fue nombrado comandante de las fuerzas insurgentes. Este ejército sitió Boston, que once meses después fue evacuada. Los ingleses trataron de recuperar terreno, pero los independentistas lograron derrotarlos.

El 4 de julio de 1776, el Congreso de Filadelfia aprobó la Declaración de Independencia, inspirada en las ideas liberales del británico John Locke (1632-1704) y el francés Montesquieu (1689-1755). El documento fue redactado por Thomas Jefferson (1743-1826), John Adams y Benjamin Franklin (1706-1790). En esta declaración se formularon por primera vez los derechos del hombre. Después serviría de modelo para la revolución francesa.

Tras el triunfo de Saratoga en 1777, Benjamin Franklin se convirtió en el primer embajador de Estados Unidos en París e inició una campaña a favor de la causa independentista. El conflicto pasó a ser internacional cuando Francia, en 1778, España, en 1779, y los Países Bajos, en 1780, decidieron entrar a la guerra en apoyo de los colonos, con el objeto de debilitar a Gran Bretaña, que siempre había sido su enemigo tradicional. Aunque mantuvo la neutralidad, Catalina II de Rusia también les dio su respaldo.

Las fuerzas de los colonos estaban integradas por el ejército y por milicias carentes de preparación. Estas últimas eran campesinos reclutados por períodos de tres meses. Su flota era muy reducida frente a la de los británicos.

El apoyo francés y español resultó vital para desafiar el poderío naval y el comercio británico. La ayuda francesa en el continente, al mando del marqués de Lafayette, y el programa de instrucción para los combatientes desarrollado por el barón prusiano Friedrich Wilhelm von Steuben, al servicio de Francia, también fueron muy decisivos. España envió su ayuda económica y fuerzas militares.

Las tropas británicas fueron vencidas definitivamente en la batalla de Yorktown en 1781. La paz se firmó en Versalles en 1783. Gran Bretaña reconoció la independencia de sus colonias, que adoptarían el nombre de Estados Unidos de América, y aceptó sus fronteras, limitando al oeste con el río Mississippi, al norte con Canadá –que se mantuvo bajo el dominio británico– y al sur con Florida. Francia recuperó Tobago, Santa Lucía y Senegal, en África. España recobró Florida, algunos territorios de Honduras y, en el Mediterráneo, Menorca.

La organización del nuevo país

El 17 de septiembre de 1787, la Convención Nacional de Filadelfia aprobó la Constitución de Estados Unidos, que estableció una república federal. Además, se puso en práctica la división de poderes en ejecutivo, legislativo y judicial.

El ejecutivo estaba en manos de un presidente elegido cada cuatro años. El primero fue George Washington (1789-1797). El legislativo sería ejercido por un Congreso compuesto por dos cámaras: el Senado y la Cámara de representantes. El poder judicial quedó a cargo de la Corte Suprema, formada por jueces vitalicios, encargados de velar por el respeto a las leyes constitucionales y a los derechos de los ciudadanos.

La Revolución Francesa

Hacia fines del siglo XVIII, Francia contaba con una excelente industria textil que le permitió iniciarse en el comercio exterior. Era el país europeo con más habitantes (24 millones) y el más rico.

El sistema monárquico francés, encabezado por Luis XVI (1754-1793), estaba basado en una sociedad dividida en tres estamentos o estados. El primero era el clero, el segundo era la nobleza y el tercero correspondía al pueblo, desde los burgueses –grandes comerciantes, banqueros, manufactureros, médicos y abogados–, hasta los artesanos, sirvientes, obreros y los campesinos más humildes.

El clero y la nobleza no pagaban impuestos por ley y tradición; los burgueses más adinerados podían comprar la exención. Por lo tanto, la carga impositiva recaía sobre los más desfavorecidos.

Molestos y cansados de las diferencias, los miembros más instruidos del tercer estado, influenciados por los pensadores y filósofos ilustrados –como Jean Jacques Rousseau, el barón de Montesquieu y Voltaire–, deseaban reestructurar el sistema estamental. Querían participar del gobierno y reducir los privilegios de la nobleza y el clero, en especial sus derechos de propiedad sobre la tierra.

Había una grave crisis económica, debido a las deudas contraídas para apoyar la guerra por la independencia de Estados Unidos. Como una forma de revertir esta situación, desde la corte surgió la idea de extender el pago de tributos a las clases privilegiadas. La propuesta fue rechazada por una asamblea de notables, que solicitó la convocatoria de los Estados Generales. Esta asamblea, en la que participaban los representantes de los tres estamentos, no se reunía desde hacía más de un siglo.

Ante el agravamiento de la crisis económica, el rey logró aumentar el número de representantes del tercer estado a seiscientos, para igualar al total de los otros dos estamentos. Sin embargo, el Parlamento de París decidió que la votación de los Estados Generales no sería individual sino por estamento. Así, la nobleza y el clero sumarían sus votos en contra de la decisión del tercer estado. Esta situación provocó molestia entre los burgueses, obreros y campesinos.

El inicio de la revolución

Los Estados Generales se reunieron el 5 de mayo de 1789. En la oportunidad, el tercer estado solicitó la votación individual, a lo que los otros dos estados se opusieron.

En un ambiente de gran agitación social, el 17 de junio el tercer estado, junto a algunos nobles, como el marqués de Lafayette y el conde de Mirabeau, y algunos clérigos, como Emmanuel Joseph Sieyés, formaron la Asamblea Nacional Constituyente, para representar a la nación soberana. El 20 de junio, reunidos en la sala del Juego de Pelota, juraron no disolverse hasta que se hubiera redactado una constitución para Francia.

Luis XVI cedió, y el 27 de junio ordenó a la nobleza y al clero que se unieran a la Asamblea Nacional. Sin embargo, ordenó que varios regimientos se concentraran en París y Versalles. Al mismo tiempo, había aumentado el descontento de los campesinos y los pobres de las ciudades. Las cosechas habían sido malas, el pan había alcanzado el precio más alto del siglo, además de la crisis económica generalizada.

El 12 de julio se iniciaron los disturbios en París. El 14 de julio, burgueses y obreros tomaron las armas y se apoderaron de la prisión de la Bastilla, símbolo de la opresión de la monarquía, y retuvieron a la familia real en el palacio de las Tullerías. El ejército fue disuelto. En su reemplazo, el marqués de Lafayette organizó la guardia nacional, que se convertiría en la fuerza armada de la revolución. Mientras esto sucedía en París, en las zonas rurales los campesinos atacaban a los propietarios de la tierra.

El 4 de agosto, la Asamblea Constituyente declaró abolidos los privilegios de la nobleza y el clero, y el 26 de agosto promulgó la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano. Los postulados de la declaración fueron: el imperio de la ley, la igualdad y la libertad de los hombres, y la soberanía nacional; en tanto que las consignas que adoptaron los revolucionarios fueron: libertad, igualdad y fraternidad.

Un nuevo conflicto surgió cuando la Asamblea promulgó la constitución civil del clero, que colocaba a la Iglesia y sus bienes bajo el control del Estado. Además, se discutía si el rey debía mantenerse a la cabeza del Estado, o ser destituido y optar por una forma republicana de gobierno.

Al igual que muchos nobles, el 20 de junio de 1791 la familia real intentó huir, pero fue capturada y devuelta a París.

Las divergencias dividieron a la Asamblea en dos grupos opuestos: el de los girondinos (de tendencia republicana) y los monárquicos moderados, en contra de los jacobinos revolucionarios más radicales, liderados por Maximilien de Robespierre, Georges-Jacques Danton y Jean-Paul Marat.

El 3 de septiembre de 1791, la Asamblea proclamó la constitución de Francia, en la que se recogían los postulados clásicos del liberalismo. La división de poderes transformó a la monarquía absoluta en parlamentaria. El rey tenía derecho a suspender, pero no a vetar las leyes votadas por la Asamblea, que era elegida mediante voto censitario –tenían derecho a voto los ciudadanos que pagasen una contribución de tres días de trabajo–. De los 24 millones de franceses, solo cincuenta mil pudieron votar.

La nueva Asamblea de 745 escaños quedó integrada solo por burgueses. A la derecha estaban los partidarios de la monarquía constitucional (260 diputados); a la izquierda se ubicaban los opositores a la monarquía (140 diputados), y en el centro estaba la mayoría, identificada con la revolución pero no con una forma definida de Estado.

Ante lo sucedido en Francia, los países vecinos le declararon la guerra, para evitar la expansión de las ideas revolucionarias. En abril de 1792 se declaró la guerra a Austria.

¿Sabías que?

De los 24 millones de franceses, el clero comprendía a 130 mil personas y la nobleza, a 200 mil. Esta enorme diferencia numérica permite entender el levantamiento del tercer estado.

La Revolución Francesa:

La república y los tiempos del terror

En agosto de 1792, los jacobinos y los hebertistas –seguidores de Jacques-René Hébert, líder de las masas populares parisienses denominadas los sans-culottes (descamisados)– asaltaron el Palacio de las Tullerías y declararon un nuevo gobierno popular, la Comuna. El rey fue acusado de hacer causa común con los enemigos de la nación.

El 20 de septiembre, la Asamblea fue abolida y se eligió mediante sufragio universal una Convención Nacional, que debía preparar una nueva constitución. Se instauró la república y se implantó un nuevo calendario laico (ver recuadro).

La Convención estaba dividida en: girondinos o la derecha (160 diputados), que representaban a la gran burguesía y querían una república conservadora; montañeses o jacobinos en la izquierda (140 diputados), defensores de una república democrática, apoyados por la pequeña y mediana burguesía, y el pantano o la llanura (350-400 diputados), que era la postura de centro, donde se ubicaba la mayoría.

El 21 de enero de 1793, la Convención ordenó la ejecución de Luis XVI en la guillotina. Esta decisión dividió aún más a jacobinos y girondinos. En París, los sans-culottes detuvieron a los dirigentes girondinos, mientras en otras ciudades se produjeron levantamientos contra el régimen revolucionario.

Para controlar la situación, los jacobinos organizaron el Comité de salvación pública, que pretendía desarrollar un programa democrático de gobierno, detener la expansión de las ideas contrarrevolucionarias y finalizar la guerra con Europa. Quedó integrado por doce miembros bajo la presidencia de Maximilien de Robespierre.

El 10 de octubre de 1793, se suspendió la constitución que se había promulgado en junio y se inició “el terror o dictadura de Robespierre”. Aristócratas, monárquicos, contrarrevolucionarios, e incluso girondinos que habían participado de la Convención, fueron fusilados, ahogados o decapitados.

En marzo de 1794, Robespierre hizo guillotinar a los representantes de los hebertistas y a los elementos más radicales de la comuna de París, sustituyéndolos por gente de su confianza. También mandó a la guillotina a los jacobinos moderados, como Danton, acusado de traicionar a la revolución.

Robespierre fue destituido y ejecutado, junto a su amigo Louis Antoine de Saint-Just, el 27 de julio de 1794. Durante su dictadura habían muerto unas cuarenta mil personas.

La Convención volvió a predominar sobre el Comité de salvación pública y la Comuna de París, y con ello la gran burguesía, el sector más conservador, recuperó el poder.

Un nuevo giro de timón

A fines de 1795, se promulgó una nueva constitución, que incluía la separación de los poderes ejecutivo y legislativo. Se disolvió la Convención y por sufragio censitario se escogió un organismo legislativo de dos cámaras: la baja, o Consejo de los Quinientos, y la alta, o Consejo de los Ancianos. Estos elegían a los cinco miembros del Directorio, que sería el encargado del poder ejecutivo.

El Directorio resultó ineficiente y corrupto. Las clases bajas, privadas del derecho a voto, estaban descontentas. Además, la guerra y la inflación –alza de los precios– continuaban. Nuevamente aumentaron los partidarios de la monarquía.

En mayo de 1797, el sector radical, encabezado por Francois-Noël Babeuf, organizó la “conspiración de los iguales”, que perseguía la distribución equitativa de las tierras y los ingresos. Esta fracasó en su intento de tomar el poder y frenar el giro conservador que estaba dando el Directorio.

En 1797 se celebraron elecciones, en las que se eligió a un gran número de monárquicos. El Directorio decidió violar la constitución y el 4 de septiembre de 1797, con la ayuda de Napoleón Bonaparte –el comandante en jefe del ejército francés que estaba logrando importantes victorias contra los pueblos enemigos– y sus tropas, anuló las elecciones.

En 1799, Austria, Rusia y Gran Bretaña formaron una coalición que logró algunos triunfos sobre las fuerzas de Napoleón. Al mismo tiempo, en Francia había inestabilidad social y política. El 9 de noviembre de 1799, Bonaparte protagonizó un golpe de Estado por el que el poder ejecutivo pasó a un Consulado. Esta nueva institución consolidó a la burguesía como clase social dominante.

¿Sabías que?
Cuando estalló la revolución en 1789, Napoleón Bonaparte se unió al sector más extremista, los jacobinos, y fue elegido teniente de la recién creada guardia nacional.
El calendario de la revolución
Dividía el año en doce meses, de treinta días cada uno, subdivididos en tres períodos de 10 días, conocidos como décadas. El último día de cada década era de descanso.
Los cinco días al final del año (del 17 al 21 de septiembre en el calendario gregoriano) eran fiesta nacional.
El primer año, que se contó a partir de fines de septiembre de 1792, cuando se inició la república, se conoció como An I (año I), el segundo como An II, y así sucesivamente.
El calendario republicano fue abolido por Napoleón, en agosto de 1805 .

Napoleón en el poder

Napoleón pretendió legitimar el Consulado, integrado por tres personas, mediante la constitución de diciembre de 1799. Esta estableció un poder legislativo y el sufragio universal, pero todo el poder radicaba en el Primer cónsul, cargo asumido por Bonaparte.

Durante su gobierno se: restableció un gobierno central, aumentó la autoridad y eficiencia de la administración pública, reformó y mejoró la hacienda pública, reconoció a la religión católica como credo oficial de Francia y dictó el Código Civil (1804), que estableció la igualdad ante la ley.

En el campo militar, Napoleón venció a una segunda coalición. Con Austria firmó el tratado de Lunéville, en febrero de 1801, y con Inglaterra el de Amiens (marzo de 1802).

Gracias a estos triunfos, en 1802 Napoleón recibió el título de Cónsul vitalicio, concentrando casi todo el poder.

Su prestigio y poder crecieron aún más en 1804, cuando se proclamó y coronó a sí mismo como emperador de Francia.

En 1805, Gran Bretaña, Rusia y Austria formaron la tercera coalición. El ejército de Napoleón derrotó a rusos y austriacos en una campaña que culminó con la batalla de Austerlitz. Solo le faltó Gran Bretaña, que controlaba los mares, luego que las fuerzas dirigidas por Nelson vencieran a las escuadras española y francesa en la batalla de Trafalgar.

Napoleón expandió su imperio por Europa central y occidental. Derrotó a Prusia, invadió España, disolvió el imperio alemán y los Estados Pontificios, y tomó prisionero al papa. Anexó a sus dominios los Países Bajos, el noroeste de Alemania y obligó a los Estados de Alemania occidental a organizarse en una confederación dependiente de Francia. Organizó el gran ducado de Varsovia, como protectorado de Francia. Además, contaba con la neutralidad de Dinamarca, Noruega, Austria, Prusia, Suecia y Rusia.

Napoleón era emperador de Francia y rey de Italia, repartiendo los demás territorios entre sus familiares. Por ejemplo, su hermano José fue rey de España y su hijo, Napoleón II, rey de Roma.

El retroceso de Napoleón

Como la escuadra británica era muy poderosa, Bonaparte decidió atacar a Gran Bretaña mediante un bloqueo comercial. En 1806 cerró todos los puertos europeos a los productos ingleses. Sin embargo, la medida, que requería un control riguroso –el algodón, el tabaco y el azúcar se hicieron escasos–, fue recibida como una tiranía intolerable por los pueblos europeos, que empezaron a organizarse para recuperar su independencia. Es el caso del pueblo español, que inició una dura lucha contra los invasores.

Producto de los daños económicos, Rusia decidió retirarse del bloqueo continental. Napoleón organizó un ejército de 500 mil hombres e invadió Rusia en 1812. Sus tropas pudieron llegar hasta Moscú, pero un incendio destruyó la ciudad, dejándolos sin cuarteles ni provisiones. Al llegar el invierno se dio la orden de retirada; solo 30 mil hombres sobrevivieron.

Aprovechando el desastre, rusos, prusianos, españoles, británicos, austriacos, suecos e italianos se levantaron en contra del imperio. Los ejércitos aliados invadieron Francia y derrotaron a las fuerzas de Napoleón en la batalla de Leipzig (16-19 de octubre de 1813).

El 11 de abril de 1814, Bonaparte se vio obligado a abdicar y fue relegado a la isla de Elba. La monarquía francesa fue restaurada, con la llegada al trono de Luis XVIII, hermano de Luis XVI. Por el tratado de París, Francia quedó exenta de pagar indemnizaciones de guerra y perdió los territorios conquistados.

Al poco tiempo, aprovechando las divergencias entre los aliados y el descontento de los franceses por la restauración de la monarquía, Napoleón escapó y regresó a Francia en marzo de 1815, conquistando el poder por otros cien días.

Fue derrotado por el ejército británico, holandés y prusiano en la batalla de Waterloo, el 18 de julio de 1815. Lo enviaron al destierro a la isla de Santa Elena en el Atlántico Sur, donde murió en 1821.

La emancipación de Hispanoamérica

Los principios libertarios que fundamentaron la Revolución Francesa y la independencia de Estados Unidos, calaron hondo en la clase alta intelectual y los líderes militares criollos, aburridos de depender de Coronas tan lejanas, que desconocían los problemas y realidades locales y que tenían en el poder a representantes que gobernaban casi de manera autónoma.

Los grupos dirigentes de los virreinatos españoles estaban constituidos por españoles, pero el sector mayoritario eran los criollos o hijos de españoles nacidos en América –alrededor de 95 por ciento de la población blanca–, educados en las ideas liberales.

Los criollos estaban insatisfechos por las limitadas reformas impulsadas por la monarquía española, y vieron en la independencia de Estados Unidos y en la Revolución Francesa buenos ejemplos a imitar.

La invasión napoleónica de España precipitó los acontecimientos. El rey Fernando VII (1784-1833) fue obligado a abdicar en Napoleón Bonaparte, el 6 de mayo de 1808. El trono quedó en manos de su hermano José Bonaparte.

La primera fase de la independencia se inició entre 1808 y 1810. Los gobiernos locales creados para autoadministrarse hasta la restauración de la Corona española, se convirtieron en focos independentistas o patriotas. Los cabildos abiertos, que reunían a las principales personalidades locales, organizaron juntas de gobierno que no tardaron en destituir a los gobernantes españoles: virreyes o capitanes generales.

Destacaron la de Santiago de Chile, presidida por Mateo de Toro Zambrano; Buenos Aires –actual capital de Argentina–, encabezada por Cornelio Saavedra, y la de Caracas –actual capital de Venezuela–, que destituyó al virrey Vicente Emparán. Por el contrario, las juntas fracasaron en Quito, Lima y La Paz. Caso aparte fue Asunción, donde la junta presidida por el gobernador Bernardo de Velasco se declaró fiel al rey Fernando VII.

En México, a la revuelta dirigida por los criollos se sumaron mestizos e indígenas. La primera insurrección fue sofocada, pero a los dos años el cura Miguel Hidalgo, con el apoyo de campesinos y mineros, se apoderó de las ciudades de Guadalajara y Guanajuato. Hidalgo fue capturado y ejecutado, al igual que otros líderes revolucionarios, y el movimiento se derrumbó.

Las fallidas declaraciones de independencia

En los lugares donde las juntas se mantuvieron en el poder, el siguiente paso fue la declaración de la independencia. Los pioneros fueron Montevideo –actual capital de Uruguay–, con José Gervasio Artigas, y Caracas, con Francisco de Miranda. En Asunción –actual capital de Paraguay–, en 1811, estalló una rebelión dirigida por Fulgencio Yegros, que derrocó a Velasco y declaró la independencia.

La guerra civil entre patriotas y realistas, fieles a España, se intensificó con el regreso al trono de Fernando VII, tras el tratado de Valençay del 11 de noviembre de 1813. Las tropas realistas lograron sofocar casi todas las rebeliones.

En la actual Argentina, las Provincias Unidas del Río de la Plata declararon su independencia en 1816, mientras las tropas realistas habían recobrado el control de casi toda América. La junta de Caracas había caído en 1812, las de Montevideo y Santiago lo hicieron en 1814. Al año siguiente también fueron derribadas las de Bogotá y Cartagena –en la actual Colombia–, y detenido un nuevo intento revolucionario en México, dirigido por el cura José María Morelos y apoyado por los indígenas.
 

El triunfo independentista

La segunda fase de la lucha por la independencia se produjo durante la década de 181O. Además de la región del Río de la Plata, los independentistas solo tenían el control de algunas zonas de Venezuela y México. Sin embargo, no desistieron de su lucha. José de San Martín, desde el río de la Plata, y Simón Bolívar desde el norte, unieron sus fuerzas para derribar al poderío español en Sudamérica. Mientras tanto, Vicente Guerrero luchaba por la liberación de México.

El abril de 1818, el ejército patriota, que reunía a las fuerzas de San Martín y Bernardo O’Higgins, venció a los realistas en la batalla de Maipú. Con el triunfo, Chile afianzó su independencia –declarada el 12 de febrero de 1818–.

Posteriormente, San Martín se dirigió a Perú, donde ocupó Lima en 1821. Pese a que los realistas aún se mantenían en el puerto de Callao, Perú se declaró independiente.

Simón Bolívar, que se encontraba refugiado en Haití tras huir de Caracas, preparó la conquista de Venezuela. En 1817 emprendió su campaña libertadora en la región del río Orinoco, estableciendo su centro de operaciones en la ciudad de Angostura –que luego fue llamada Ciudad Bolívar–. Después de cruzar los Andes, en agosto de 1819 venció a los españoles en Boyacá y ocupó Bogotá, tras lo que se proclamó la República de Colombia, cuyo primer presidente fue Bolívar. En 1821, con el triunfo de Carabobo, acabó con los realistas en la región.

En 1822, después de un par de exitosas batallas, el territorio de Quito –actual capital de Ecuador– fue incorporado a la Gran Colombia, que ya estaba compuesta por Venezuela y Nueva Granada –actual Colombia–.

Tras las conversaciones de Guayaquil, San Martín y Bolívar decidieron reemprender la lucha contra las fuerzas realistas que aún permanecían en Perú. El 9 de diciembre de 1824, Antonio José de Sucre, lugarteniente de Bolívar que también había ayudado a liberar Quito, derrotó a los realistas en Ayacucho.

En 1825 se independizó la República Bolívar, la actual Bolivia. El mismo año, Uruguay, que desde 1821 formaba parte de Brasil, fue ocupado por el ejército de Juan Antonio Lavalleja, quien proclamó su independencia.

La lucha fue exitosa para los criollos, aunque no se pudo mantener la unidad de América del Sur como algunos pretendían. Paraguay se había separado de las Provincias del Río de la Plata y estuvo gobernado por el francés Gaspar Rodríguez entre 1814 y 1840. En 1829, Venezuela se separó de la Gran Colombia. Lo mismo hizo Ecuador al año siguiente.

En México, los realistas también habían tenido éxito, aunque quedaron algunos focos guerrilleros liderados por Vicente Guerrero. Agustín de Iturbide se encargó de pacificarlos. Sin embargo, después de varios meses de enfrentamientos, en 1821 formuló con Guerrero el Plan de Iguala, que estableció la independencia de México y la igualdad entre criollos y realistas. El país se convertiría en una monarquía constitucional gobernada por alguien nombrado por Fernando VII. En 1822, los partidarios de Iturbide lo proclamaron emperador, pero debido a la oposición se vio obligado a abdicar. En 1824, se reunió un congreso constituyente, que transformó el país en una república federal, al igual que Estados Unidos.

En Centroamérica, que formaba parte del virreinato de la Nueva España como Capitanía general de Guatemala, casi no hubo intentos independentistas en la década de 1810. Las pocas insurrecciones que se produjeron, como la del fraile Benito Miguelena en Nicaragua o la de José Matías Delgado en El Salvador, fracasaron. En 1821, los territorios que componían la capitanía proclamaron su independencia, y un año después se integraron al imperio mexicano.

Cuando este cayó, se separaron con el nombre de Provincias Unidas de Centroamérica. Debido a sus diferencias, entre 1838 y 1848, Costa Rica, El Salvador, Guatemala, Honduras y Nicaragua se convirtieron en repúblicas independientes.

Tras los movimientos patriotas que se produjeron en toda Latinoamérica, España solo mantuvo el control de algunas islas del Caribe, Cuba y Puerto Rico. Además, República Dominicana, que se había declarado independiente en 1821, volvió a su poder entre 1861 y 1865.

En Cuba, los independentistas lograron unificarse en 1868. Tras una guerra de diez años, que concluyó con el Pacto de Zanjón, no se logró la independencia. En 1895 estalló un nuevo conflicto, en el que destacó José Martí. Tres años después vino la guerra entre España y Estados Unidos, que los peninsulares perdieron. Por el tratado de París, España renunció a Cuba, que logró su independencia, entregó Puerto Rico a Estados Unidos y perdió las islas Guam y las Filipinas en el Pacífico.

Brasil
A diferencia de las colonias hispanoamericanas, Brasil logró su independencia de Portugal sin ningún enfrentamiento.
Cuando Napoleón invadió la península ibérica en 1808, la Corte portuguesa se trasladó a Brasil. En 1821, debido a los levantamientos que se estaban produciendo en Portugal, el rey Juan VI regresó a Lisboa, dejando a su hijo Pedro como príncipe regente.
Sin embargo, las autoridades locales optaron por una monarquía independiente. El 1 de diciembre de 1822, Pedro I fue nombrado emperador constitucional del Brasil.
¿Sabías que?
Antes de que se iniciara el proceso independentista, el territorio español en América estaba dividido en los virreinatos de Nueva España, Nueva Granada, Perú y Río de la Plata.
Las órdenes reales tardaban varios meses en llegar a América, por lo que virreyes y gobernadores administraban a su arbitrio las colonias.

 

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