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La casa donde vive tu alma y espiritu (tu persona)

Piensa en la casa donde vives. Está formada por habitaciones, partes o estructuras, con nombres que reflejan el papel de cada una, como la sala, los dormitorios, el comedor, los baños, y la cocina, entre otros. Y así, cada una sirve de ellas sirve a varias necesidades del ser humano, como el comer, descansar o dormir.

En términos muy generales, se puede decir que tu cuerpo está organizado como una casa. Está formado por un conjunto de estructuras, llamadas sistemas o aparatos, cuyo trabajo armonioso permite que tu organismo funcione con normalidad. Unos te son más conocidos, como lo son el Aparato Digestivo y/o el Aparato Respiratorio, y otros más misteriosos, como puede ser el Sistema Inmunológico. Pero cada uno de ellos  son muy importantes para la vida. Sobre algunos de ellos, te hablaremos en este ciclo del Proyecto Salón Hogar, dedicado al Cuerpo Humano.

 

Los sentidos

  • Te sugiero que hagas el siguiente experimento: solo en una habitación en silencio, ojalá a oscuras, de pie, cierra los ojos, tápate los oídos y quédate inmóvil durante un rato. ¿Cómo te sentiste? o ¿qué sentiste? Lo más probable es que la respuesta sea: aislado e indefenso. A lo mejor sentiste la presión en los pies o tal vez frío o calor. Como te habrás dado cuenta, el tener oídos y ojos bloqueados produce cierta inseguridad e inestabilidad.

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El Cuerpo Humano

¿Sabes por qué te sucedió eso? Porque estamos acostumbrados, casi de manera inconsciente, a que los sentidos nos informen de lo que está pasando a nuestro alrededor. Sin ellos, estaríamos en riesgo constante al no percibir los peligros.

Tenemos cinco órganos de los sentidos: la piel, que nos permite el tacto; los ojos, que nos proporcionan la vista; los oídos, que además de captar los sonidos nos entregan el equilibrio; la nariz, que nos ayuda a percibir los olores, función que denominamos olfato; y, la lengua, que nos da la posibilidad de distinguir una compleja gama de sabores, el gusto.

¿Te imaginas qué pasaría si perdiéramos alguno o varios de estos sentidos? Además de la desesperación y la angustia que nos provocaría la situación, estaríamos expuestos a una serie de accidentes. Lo más seguro es que requeriríamos de la ayuda de alguien para desenvolvernos, por lo menos hasta desarrollar los sentidos que nos restan y aprender a ser independientes de nuevo.

Los sentidos nos proporcionan la información vital que nos permite relacionarnos con el mundo que nos rodea de manera segura e independiente. Esto, por medio de las sensaciones, que son el mecanismo que tiene nuestro cuerpo para procesar todos los estímulos que recibe: luz, sonidos, sabores, frío o calor, dolor, olores, incluso las caricias, cosquillas y besos.

piel
¿Sabías que... La “piel de gallina” se produce cuando tienes frío, porque pequeños músculos que están adheridos a los pelitos de la piel tiran de ellos y los ubican en posición vertical. El aspecto es similar a la piel de las gallinas.
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¿Cómo sentimos?

Cuando un mensaje se aproxima a la superficie de nuestro cuerpo, se da a conocer pulsando algo así como un timbre, que en la práctica es una terminación nerviosa especializada en esa información, que transforma en impulso nervioso.
Hay muchos timbres receptores en todo el cuerpo, listos para detectar señales tanto interiores como exteriores. Los receptores son células o grupos de células sensibles a un cambio específico del medio, capaces de producir una señal o impulso nervioso como respuesta a un estímulo, que puede ser tactil, auditivo, visual, de temperatura, etc.

El estímulo es conducido a la médula espinal o directamente al cerebro, donde se genera la sensación –olor, sabor, sonido, temperatura, presión, imagen– en base al análisis de la información recibida. Cuando es necesario, se produce una respuesta, que puede ser el movimiento de la parte del cuerpo afectada –alejar las manos de una fuente de calor excesivo– o la secreción de una glándula –lágrimas, saliva–. Este proceso es tan rápido que pareciera que nuestras reacciones son automáticas.

Receptores internos y externos

Los receptores que captan los estímulos provenientes del exterior se denominan exteroceptores o receptores externos, mientras que los que captan los provenientes del propio cuerpo se llaman interoceptores o receptores internos. Los exteroceptores son los que nos permiten tener nuestros cinco sentidos.

Las cualidades o características de los receptores son tres:

Especificidad: cada receptor solo responde, o lo hace con más facilidad, a un tipo de estímulo en particular. Así, los del ojo reaccionan ante la luz, los del oído a las ondas sonoras.

Excitabilidad: esta característica se pone en marcha apenas el estímulo pasa el llamado “umbral de excitación”, que es el nivel mínimo de estimulación necesario para desatar las reacciones químicas que movilizan el impulso hacia el cerebro, que genera la respuesta o sensación.

Adaptación: ya dijimos que los receptores se ponen en acción apenas reciben hasta el más leve estímulo. Sin embargo, en la medida en que este se mantiene constante, la excitabilidad va desapareciendo y se produce un acostumbramiento, una adaptación. Por ejemplo, un olor penetrante nos deja de molestar después de un rato, pues nos acostumbramos hasta prácticamente dejar de percibirlo.

Suavidad:
Un oso de peluche provoca una agradable sensación por su suavidad, percibida a través del sentido del tacto presente en toda la superficie de nuestra piel.

El tacto

Este sentido es fundamental, ya que los demás se consideran especializaciones del tacto. Así, para percibir los sabores es necesario que el alimento se ponga en contacto con la lengua. Lo mismo pasa con los olores, que deben tocar la pituitaria. Vemos un cuerpo cuando la luz que este emite o refleja toca la retina. Los sonidos deben chocar contra el tímpano para que se inicie la vibración que nos generará la audición.

Si te preguntan cuál es el órgano más grande del cuerpo, lo más probable es que respondas que el corazón o tal vez los pulmones. Sin embargo, la respuesta correcta es: la piel, que además es el órgano de mayor sensibilidad táctil.

A través de la piel percibimos todo tipo de sensaciones, cada una de las cuales tiene receptores específicos: la sensación táctil –contacto–, la presión, el frío, el calor y el dolor. Se estima que en la piel humana existen alrededor de cuatro millones de receptores para la sensación de dolor, 500 mil para la presión, 150 mil para el frío y 16 mil para el calor.

Los corpúsculos de la piel

La mayoría de las sensaciones son percibidas por medio de los corpúsculos, que son receptores que están encerrados en cápsulas de tejido conjuntivo y distribuidos entre las distintas capas de la piel –epidermis, dermis e hipodermis, desde la superficie hacia abajo–.

Los receptores encargados del tacto o de la sensación de contacto son los corpúsculos de Meissner, que nos permiten darnos cuenta de la forma y tamaño de los objetos y discriminar entre lo suave y lo áspero.

Los corpúsculos de Pacini son los que determinan el grado de presión que sentimos; nos permiten darnos cuenta de la consistencia y peso de los objetos y saber si son duros o blandos. En algunos casos, el peso se mide de acuerdo al esfuerzo que nos causa levantar un objeto. Por eso se dice que el peso se siente por el “sentido muscular”.

Los corpúsculos de Ruffini perciben los cambios de temperatura relacionados con el calor –nuestra temperatura normal oscila entre los 36 y los 37 grados– . Especialmente sensible a estas variaciones es la superficie o cara dorsal de las manos.

En tanto, los corpúsculos de Krause son los encargados de registrar la sensación de frío, que se produce cuando entramos en contacto con un cuerpo o un espacio que está a menor temperatura que nuestro cuerpo.

Las distintas impresiones del tacto son transmitidas por los diferentes receptores a la corteza cerebral, específicamente a la zona ubicada detrás de la cisura de Rolando. 

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El dolor

El dolor tiene sus propios receptores, llamados álgidos, que son terminaciones libres –nervios– presentes en casi todos los tejidos del cuerpo, en la parte más profunda de la epidermis y distribuidas entre las cápsulas de los diferentes corpúsculos.

Cuando el estímulo supera los límites normales –frío por debajo de los 0° Celsius, calor por encima de los 70° C, presión excesiva, punción o desgarradura de la piel– es captado por estas terminaciones, produciéndose el dolor. Por ejemplo, si la piel entra en contacto con un papel en llamas, la sensación ya no es de calor, sino de mucho dolor.

Cuando las células son dañadas, liberan sustancias que provocan un impulso que surge de las terminaciones nerviosas.

Una vez transmitida la información al cerebro, se liberan endorfinas, que bloquean el dolor. Lo mismo hacen los analgésicos, por mecanismos diferentes.

Los impulsos dolorosos llegan al cerebro a través de dos tipos de fibras nerviosas, con distinta velocidad de transmisión: las rápidas, de 12 a 30 metros por segundo (m/s), y las lentas, de 0,5 a 2 m/s. Es por esto, que existen dos tipos de dolor: el rápido, que es agudo, breve y muy bien localizado, que hace que reaccionemos retirando la parte del cuerpo afectada; y el lento, que es un dolor intenso pero difuso, que se mantiene hasta que se alivia la zona dañada.

Nuestra cobertura
La piel es una envoltura ligera y resistente que cubre por completo nuestro cuerpo. Mide alrededor de dos metros cuadrados, ocupa más de un tercio de la sangre que bombea el corazón y pesa entre tres y cuatro kilos, dependiendo de la altura y contextura de cada persona. Su espesor depende de la región del cuerpo en la que se encuentre. La piel más fina es la de los párpados.

El color de la piel varía debido a los pigmentos que existen en sus células. La melanina, que abunda en las personas de raza negra, tiene por función proteger la piel del sol. Es por eso que las personas de este color provienen de las zonas tropicales, donde los rayos solares llegan de manera más directa.

La carotina, que es un pigmento amarillo, está presente en la piel de los asiáticos y tiene por objeto proteger de ciertos rayos solares perjudiciales.
Las personas blancas, que viven en zonas más frías, no tienen pigmentos. Sin embargo, la melanina sigue presente en las células y se activa con el exceso de luz ultravioleta. Por eso nuestra piel se oscurece o tuesta en el verano, al exponernos al sol.

Las pecas o efélides son irregularidades en la distribución de melanina, de origen familiar y racial, pero con predominio en las áreas expuestas al sol en personas de piel sensible. 
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La audición

Los oídos, que se encuentran parcialmente alojados en el hueso temporal del cráneo, son los órganos de la audición y el equilibrio. Nos permiten percibir los sonidos y el movimiento gracias a la estimulación de receptores especializados llamados células ciliadas, que reaccionan o responden ante las ondas sonoras transmitidas por el aire y el movimiento de la cabeza.

Las fibras nerviosas que provienen de la vía auditiva y las estructuras del equilibrio forman el nervio vestibulococlear, que lleva los impulsos nerviosos al cerebro para su interpretación.

Anatómicamente, el oído está dividido en tres partes: el oído externo, recubierto de cilios y glándulas secretoras de cera; el oído medio, por el que pasan mecánicamente las vibraciones; y el interno, cuyas estructuras traducen las vibraciones a mensajes nerviosos.

Oído externo: está formado por el pabellón de la oreja o aurícula y el conducto auditivo externo.

El pabellón de la oreja es la parte visible, un repliegue formado casi completamente por cartílago, cubierto por piel y adherido al cráneo, con forma de embudo, que envía las ondas sonoras hacia el conducto auditivo. Este, de unos 2,5 centímetros de longitud, tiene en su entrada pelos cortos y gruesos; en su interior, glándulas sebáceas –grasa– y ceruminosas –cerumen–, y al final, una tensa membrana llamada tímpano, donde llegan las ondas, haciéndola vibrar.

Oído medio: es una cavidad llena de aire en el hueso temporal, que está entre el tímpano y el oído interno. Ligados al tímpano y también entre sí, hay tres huesos diminutos: martillo, yunque y estribo, que transfieren las vibraciones del tímpano al oído interno.

En esta parte es importante la trompa de Eustaquio, canal de unos 4 cm. de largo que conecta el oído medio con lo alto de la garganta, y cuya función es equilibrar la presión a ambos lados del tímpano. A cada movimiento de deglución, se abre la trompa y deja pasar aire al oído medio. Es por esto, que cuando sentimos los oídos tapados, al tragar se nos destapan.

Oído interno: llamado también laberinto, está compuesto por un complejo sistema de canales membranosos con un revestimiento óseo. En esta zona profunda del oído están el centro auditivo, ubicado en el “caracol”, y el control del equilibrio, que depende de las estructuras situadas en el vestíbulo y en los “canales semicirculares”

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La visión

La vista es el más valioso de nuestros sentidos, ya que es el más especializado y complejo. Representa tres cuartas partes del total de nuestras percepciones.

Para que podamos ver, los rayos de luz entran en las pupilas y se registran en las retinas, en el fondo de los ojos, donde se crean imágenes invertidas. Estas se convierten en impulsos eléctricos, llevados a través del nervio óptico de cada ojo al cerebro, al lóbulo occipital, donde son interpretados.

Las neuronas –células nerviosas encargadas de la conducción de los impulsos hacia y desde el cerebro– que permiten este proceso están ubicadas en la retina y son de dos tipos: los bastones, que contienen un pigmento sensible a la luz y son capaces de discernir lo claro y lo oscuro, la forma y el movimiento; y los conos, que necesitan más luz que los bastones para ser activados.

Los conos son de tres tipos; cada uno contiene un pigmento que responde a diferentes longitudes de onda de la luz –verde, rojo y azul–. La combinación de estas longitudes de onda permite distinguir cada uno de los colores.

Cada ojo ve una imagen ligeramente diferente, pero ambos campos visuales se superponen parcialmente. Esta zona de visión binocular permite la percepción en profundidad, la capacidad para juzgar la distancia de un objeto con respecto al ojo.

Los músculos del ojo responden automáticamente a la proximidad o distancia de un objeto cambiando la forma del cristalino. Eso altera el ángulo de los rayos de luz que llegan y permite un enfoque más agudo sobre la retina. La elasticidad del cristalino disminuye con la edad. Lo mismo sucede con la velocidad y la capacidad de adaptación.

Algunas partes del ojo
Conjuntiva: membrana mucosa transparente que cubre y humedece la esclerótica y el interior de los párpados.
Córnea: membrana dura y transparente situada en la cobertura externa del globo ocular. Consta de cinco capas.
Coroides: membrana intermedia pigmentada que oscurece el ojo para que se destaque la imagen.
Cristalino o lente: estructura transparente y curva que se encuentra entre el iris y el cuerpo vítreo.
Esclerótica: membrana opaca y blanca que ayuda a mantener la forma del ojo.
Glándulas lagrimales: producen las lágrimas que ayudan a limpiar el ojo.
Iris: parte de forma circular, situada entre la córnea y el cristalino, que separa las cámaras anterior y posterior del ojo. La contracción del iris altera el tamaño de la pupila. Su cantidad de pigmento determina el color del ojo.
Pupila: abertura circular en el centro del iris, a través de la cual penetra la luz en el ojo.
Órbita: cavidad donde se encuentra contenido el globo ocular, formada por los huesos del cráneo y la cara.
Retina: membrana donde converge la luz y se forman las imágenes.
¿Por qué parpadeamos?
Los párpados suben y bajan para proteger los ojos de la luz demasiado fuerte, el polvo y también para mantenerlos húmedos.

Los ojos

Para su seguridad, los ojos están profundamente hundidos en las cuencas óseas del cráneo. Revistiendo las órbitas oculares, hay una capa de grasa que amortigua los golpes y proporciona una superficie altamente lubricada para el continuo movimiento del globo ocular.

Son seis los músculos que permiten la movilidad del ojo en ocho direcciones distintas y lo sostienen. Cuatro de ellos parten del fondo de la órbita y se dirigen en línea recta hacia adelante -se denominan rectos-. Los otros dos, se insertan en el globo ocular partiendo del contorno de la órbita, moviendo el ojo en sentido vertical, por lo que reciben el nombre de oblicuos.

El globo, de 2,5 centímetros de diámetro, tiene tres capas, llamadas túnicas. La túnica fibrosa exterior tiene dos partes: la córnea, transparente y curvada, y la esclerótica. La túnica vascular media contiene el iris, el cuerpo ciliar -ligamentos que sostienen el cristalino del ojo- y el coroides, cuyos vasos sanguíneos riegan todas las túnicas. La tercera capa, en el fondo, es la retina.

El ojo tiene dos cavidades, la frontal y la del fondo. Las cámaras anterior y posterior de la cavidad frontal están llenas de humor acuoso, un fluido que aporta oxígeno, glucosa y proteínas. La cavidad del fondo contiene un gel claro llamado humor vítreo. Producidas por el cuerpo ciliar, ambas sustancias contribuyen a lograr una presión interna constante que mantiene la forma del ojo.

Los ojos dependen de estructuras accesorias que los apoyan, mueven, lubrican y protegen. Estas son los huesos orbitales -que son los que contienen el globo ocular-, los músculos del globo, las cejas, los párpados, las pestañas y las glándulas y conductos lagrimales. La visión puede ser afectada si cualquiera de estas

Especialización
Algunas personas desarrollan el sentido del olfato para un uso particular. Un fabricante de perfumes puede distinguir cada flor por su fragancia, al igual que un productor o un catador de vinos puede diferenciar una cosecha por su olor y sabor.

El olfato

El olfato es el más sensible de los sentidos, ya que unas cuantas moléculas –es decir, una mínima cantidad de materia– bastan para estimular una célula olfativa. Detectamos hasta diez mil olores, pero como las estructuras olfativas, al igual que el resto de nuestro cuerpo, se deterioran con la edad, los niños suelen distinguir más olores que los adultos.

Además de advertirnos de peligros como el humo y los gases tóxicos o venenosos, el olfato contribuye con el gusto, estimulando el apetito y las secreciones digestivas.

La nariz es el órgano por el cual penetran todos los olores que sentimos desde el exterior. Es un cuerpo saliente del rostro, ubicado entre la boca y la frente, por debajo de la cavidad craneana.

El olfato está relegado al fondo y a lo alto de la nariz, cuyo interior está constituido por dos cavidades, las fosas nasales, separadas por un tabique. Cada fosa se divide en dos partes: la anterior o vestíbulo, cubierta por una membrana mucosa llamada epitelio olfativo, y la posterior, recubierta por la mucosa nasal, que es donde se encuentran los receptores olfativos que nos permiten captar los distintos olores. Cada célula receptora termina en pequeños pelitos, desde seis a 20, llamados cilios. Estos están conectados a columnas de células que sirven de soporte a los receptores del olfato.

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Percibiendo los olores

La parte interna de la nariz está formada por dos paredes: la pituitaria amarilla y la pituitaria roja o rosada. En la amarilla u olfatoria se encuentran los receptores del olfato, que envían toda la información al bulbo olfatorio, que es donde se recepciona el estímulo, transformándolo en impulso nervioso.

La pituitaria roja o respiratoria, llena de vasos sanguíneos, ayuda a regular la temperatura del aire que entra y sale de los pulmones, entibiándolo.

Es importante saber que para que un cuerpo tenga olor es necesario que sea volátil; es decir, que emita pequeñas partículas químicas que se disuelvan en la mucosidad de la pituitaria. La intensidad de los olores depende de la mayor o menor cantidad de partículas volátiles emitidas. Los cuerpos provistos de olor se llaman odoríferos, y los que no lo tienen, inodoros.

Cuando las sustancias olorosas –moléculas de olor– entran en la nariz, se disuelven en la mucosidad nasal, activando las terminaciones nerviosas de los cilios de las células receptoras, que generan un impulso. Este viaja a través de las fibras nerviosas –que son alrededor de 50 millones en cada fosa nasal–, pasando por agujeros del hueso etmoides, en el bulbo olfativo, donde se conectan con los nervios olfatorios que transportan la información al lóbulo temporal del cerebro.

Enfermedades
narizEl catarro es la congestión de las mucosas, lo que provoca inflamación, secreción y la obstrucción de la nariz. Sus causas más comunes son el resfrío común, la rinitis alérgica y los pólipos.
La rinitis alérgica se produce por una reacción hipersensible en los ojos, la nariz y la garganta al polen o a otras partículas que lleva el aire.
Los pólipos son tumores benignos que surgen sobre mucosas irritadas por estados catarrales frecuentes. Pueden ser numerosos y llegan a obstruir la fosa nasal, por lo que es necesaria su extracción quirúrgica.
La sinusitis, que es una complicación de los catarros intensos o mal cuidados, es ocasionada por la inflamación de la mucosa en el interior de los huesos de la cara. A veces se producen derrames purulentos que producen dolor, fiebre y malestar general. 
gusto
¿De dónde sale la saliva?
La saliva -que nos permite disolver los alimentos que ingerimos- es producida por las glándulas salivales, que segregan diariamente entre uno a dos litros.
Tenemos tres pares de estas glándulas: uno, tras la mandíbula superior, a la altura del oído; otro, bajo la lengua, y; el tercero, bajo la mandíbula inferior.

El gusto

El gusto consiste en registrar el sabor e identificar determinadas sustancias solubles en la saliva por medio de algunas de sus cualidades químicas. Aunque constituye el más débil de los sentidos, está unido al olfato, que completa su función. Esto, porque el olor de los alimentos que ingerimos asciende por la bifurcación aerodigestiva hacia lamucosa olfativa, y así se da el extraño fenómeno, que consiste en que probamos los alimentos primero por la nariz. Una demostración de esto, es lo que nos pasa cuando tenemos la nariz tapada a causa de un catarro: al comer encontramos todo insípido, sin sabor.

Este sentido, además, es un poderoso auxiliar de la digestión, ya que sabemos que las sensaciones agradables del gusto estimulan la secreción de la saliva y los jugos gástricos.
 

La lengua es el órgano principal del gusto y también cumple un rol importante en la articulación de los sonidos, la masticación, la deglución y la succión. También tenemos sentido del gusto, aunque en menor medida, en el paladar, la garganta y la epiglotis.

La lengua es un cuerpo carnoso de gran movilidad, ubicado al interior de la cavidad bucal. Su superficie está cubierta por pequeñas papilas, que son de tres tipos. Las caliciformes y las foliadas o fungiformes tienen papilas gustativas, mientras que las filiformes son papilas táctiles y registran la temperatura. Las papilas gustativas son las más importantes, ya que son estas las que nos permiten tener el sentido del gusto.
 

lengua

A pesar de lo que nos pueda parecer, percibimos cuatro sabores: en la parte delantera de la lengua captamos el sabor dulce; atrás, el amargo; a los lados, el salado y el ácido o agrio.

El resto de los sabores son sensaciones, producto de la combinación de estos cuatro, estimuladas por los olores emanados de los alimentos que consumimos.

Las papilas gustativas están formadas por un racimo de células receptoras rodeadas de células de sostén o apoyo. Además, tienen un poro externo pequeño, a través del cual se proyectan finas prolongaciones de células sensoriales, que son como diminutos pelillos expuestos a la saliva que entra por los poros. Un alimento introducido a la boca y disuelto en la saliva, interactúa con los receptores de los pelillos del gusto y genera un impulso nervioso que es transmitido al cerebro por medio de uno de los cuatro nervios craneales –glosofaríngeo, vago, mandibular y facial–.

¿Cómo es tu lengua?
La lengua tiene tres partes: una ósea, el esqueleto osteofibroso; otra muscular, y la mucosa.

El esqueleto de la lengua está formado por el hueso hioides, ubicado debajo de la lengua, hacia la parte posterior. Este está unido a los músculos por la membrana hipoglosa y el septum lingual o septum medium, que es una lámina fibrosa ubicada al centro de los músculos genioglosos.

Solo uno de los 17 músculos de la lengua es impar, el lingual superior. Los ocho pares restantes son: los hioglosos, genioglosos, estiloglosos, amigdaloglosos, palatoglosos, faringoglosos, transversos y linguales inferiores.
La mucosa de la lengua la recubre casi por completo, a excepción de su base, donde se confunde con la mucosa de las encías. 
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Fundación Educativa Héctor A. García