L  a  G r a n  E n c i c l o p e d i a   I l u s t r a d a  d e l   P r o y e c t o  S a l ó n  H o g a r

 

 

 

 

CAPITULO XXIX

En el que escuchamos una antigua leyenda persa. Lo material y lo espiritual. Los problemas humanos y trascendentes. La multiplicación más famosa. El Sultán reprime con energía la intolerancia de los jeques islamitas.

—“Un poderoso rey que gobernaba Persia y las grandes llanuras del Irán, oyó a cierto derviche decir que el verdadero sabio debía conocer, con absoluta perfección, la parte espiritual y la parte material de la vida.

Se llamaba Astor ese monarca, y su sobrenombre era “El Sereno”.

¿Qué hizo Astor? Vale la pena recordar la forma en que procedió el poderoso monarca.

Mandó llamar a los tres mayores sabios de Persia, y entregó a cada uno de ellos dos dinares de plata, diciéndoles:

—En este palacio hay tres salas iguales, completamente vacías. Cada uno de vosotros quedará encargado de llenar una de ellas, pero para esta tarea no podrá gastar suma mayor que la que acaba de recibir.

El problema era realmente difícil. Cada sabio debía llenar una sala vacía gastando solo la insignificante cantidad de dos dinares.

Partieron los sabios a fin de cumplir la misión que les había confiado el caprichoso rey Astor.

Horas después regresaron a la sala del trono. El monarca, interesado por la solución del problema, les interrogó.

El primero en ser interrogado habló así:

—Señor: gasté los dos dinares, pero la sala quedó completamente llena. Mi solución fue muy práctica. Compré varios sacos de heno y con ellos llené el aposento desde el suelo hasta el techo.

—¡Muy bien!, exclamó el rey Astor; el Sereno. Tu solución estuvo realmente bien imaginada. Conoces, en mi opinión, la parte material de la vida, y desde este punto de vista habrás de enfrentarte con los problemas que la vida te presente.

Seguidamente, el segundo sabio, después de saludar al monarca, dijo con cierto énfasis:

—En el desempeño de mi tarea, gasté solo medio dinar. Voy a explicar cómo lo hice: Compré una vela y la encendí en la sala vacía. Ahora ¡oh rey! podrás observarla. Está llena, enteramente llena de luz…

—¡Bravo!, exclamó el monarca. ¡Descubriste una solución brillante para el caso! La luz simboliza la parte espiritual de la vida. Tu espíritu se halla, por lo que puedo deducir, dispuesto a enfrentarse con todos los problemas de la existencia desde el punto de vista espiritual.

Llegó al fin el tercer sabio, y dijo:

—Pensé en principio, ¡oh Rey de los Cuatro Rincones del Mundo!, en dejar la sala confiada a mi cuidado exactamente como se hallaba. Era fácil ver que la sala no estaba vacía. Evidentemente estaba llena de aire y de oscuridad. No quise, sin embargo, colocarme en la cómoda postura de indolencia y picardía. Resolví pues actuar también, como mis compañeros. En consecuencia tomé un puñado de heno de la primera sala y lo quemé con la vela de la segunda, y con la humareda que se desprendía llené enteramente la tercera sala. Como es de suponer esto no me costó nada, y conservo íntegro la cantidad que se me dio. La sala está pues llena: llena de humo.

—¡Admirable!, exclamó el rey Astor. Eres el mayor sabio de Persia y tal vez del mundo. Sabes unir con justiciosa habilidad lo material y lo espiritual para alcanzar la perfección.”

El sabio toledano, terminó su narración. Luego, volviéndose hacia Beremiz; habló sonriente y con aire de extremada amabilidad.

—Mi deseo es, ¡oh Calculaor!, comprobar si, a semejanza del tercer sabio de esta historia, eres capaz de unir lo material a lo espiritual, y si puedes resolver, no solo problemas humanos, sino también cuestiones trascendentales. Mi pregunta es pues la siguiente: ¿Cuál es la multiplicación famosa, de que hablan las historias, multiplicación que todos los hombres cultos conocen, y en la que solo figura un factor?

Esta inesperada pregunta sorprendió con sobrada razón a los ilustres musulmanes. Algunos no disfrazaron sus contenidas manifestaciones de desagrado o impaciencia. Un cadí a mi lado, rezongó irritado, con gesto desabrido:

—Eso es una insensatez, un disparate…

Beremiz se quedó un momento pensativo. Después, coordinadas sus ideas, dijo:

—La única multiplicación famosa con un solo factor, citada por todos los historiadores y que conocen todos los hombres cultos, es la multiplicación de los panes, hecha por Jesús, hijo de María. En aquella multiplicación solo figuraba un factor: el poder milagroso de la voluntad de Dios.

—Excelente respuesta, declaró el toledano. ¡Ciertísimo! Es la respuesta más perfecta y completa que he oído hasta hoy. Este Calculador resolvió de manera irrefutable el problema que le planteé. ¡Iallah!

Algunos musulmanes inspirados por la intolerancia, se miraron espantados. Hubo susurros. El Califa exigió enérgicamente:

—¡Silencio! Veneremos a Jesús, hijo de María, cuyo nombre es citado diecinueve veces en el Libro de Allah.

Y seguidamente se dirigió al quinto ulema y añadió con voz amable:

—Esperamos vuestra pregunta, ¡oh jeque Nascif Rahal! Seréis el quinto en intervenir en este maravilloso torneo de ciencia y fantasía…

Oída esta orden del rey, el quinto sabio se levantó prestamente. Era un hombre bajo, gordo, de blanca cabellera. En vez de turbante llevaba un pequeño gorro verde. Era muy conocido en Bagdad, pues enseñaba en la mezquita y aclaraba a los estudiosos los puntos oscuros de los hadiths del Profeta. Yo lo había visto ya dos veces cuando salía del haman. Hablaba nerviosamente, de modo arrebatado y un poco agresivo.

—El valor de un sabio, empezó a decir con grave entonación, solo puede ser medido por el poder de su imaginación. Los números tomados al azar, los hechos históricos recordados con precisión y oportunidad, pueden tener un interés momentáneo, pero al cabo de algún tiempo caen en el olvido. ¿Quién de vosotros recuerda aún el número de letras del Corán? Hay números, nombres, palabras y obras que están, por su propia naturaleza y finalidad, condenados al irremediable olvido. El saber que no sirve al sabio, es vano. Voy en consecuencia a asegurarme de la capacidad y del valer del Calculador aquí presente, haciéndole una pregunta que no se relaciona con ningún problema que pueda exigir memoria ni habilidad de cálculo. Quiero que el matemático Beremiz Samir nos cuente una leyenda, o una simple fábula, en la que aparezca una división de 3 por 3 indicada, pero no efectuada, y otra de 3 por 2 indicada y efectuada sin dejar resto.

—¡Buena idea!, susurró el anciano de la túnica azul. Buena idea la de este ulema de blanca cabellera. Vamos a dejarnos de cálculos que nadie entiende y oigamos una leyenda. ¡Qué maravilla! ¡Al fin vamos a oír una leyenda!

—Pero esa leyenda tendrá números y cuentas, seguro, rezongó por lo bajo el haquim llevándose la mano a la boca. Ya lo verá, amigo mío: todo acaba en cálculos, números y problemas. ¡Mala suerte la nuestra!

—Dios quiera que eso no ocurra, dijo el anciano. Quiéralo Dios ¡Al—uahhad!

Quedé bastante desconcertado y sorprendido ante la imprevista exigencia del quinto ulema. ¿Cómo iba Beremiz a inventar en aquel angustioso momento una leyenda en la que apareciera una división planteada pero no efectuada, y más aún, una división de 3 por 2 sin resto?

¡Es lógico que quien divide tres entre dos ha de dejar un resto de 1!

Dejé de lado mis inquietudes y confié en la imaginación de mi amigo. En la imaginación de Beremiz y en la bondad de Allah

El Calculador tras hacer por unos instantes una ferviente rebusca en su memoria, empezó a relatar el siguiente caso:

 

 

 

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