Teoría de la 
				Arquitectura    
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Estrictamente la Arquitectura se puede definir como el 
				arte o la ciencia de proyectar y construir edificios perdurables. 
				Frente al resto de las artes, la arquitectura integra un fin 
				estético con un claro fin utilitario; así presenta un aspecto 
				técnico que sigue unas determinadas reglas, propias de su 
				asociado la construcción, con el objeto de crear obras 
				adecuadas a su propósito, al tiempo que como arte debe ser capaz 
				de provocar un placer estético.  
				Atendiendo a estos dos conceptos no se debe confundir la 
				definición de Arquitectura como resultado, con la de las 
				técnicas que hacen posible este resultado. En este sentido cabe 
				preguntarse si toda construcción, por elemental que sea, es 
				arquitectura, para concluir que por el contrario Arquitectura 
				es el resultado de una intención consciente de crear, mientras 
				que el simple conjunto de conocimientos sobre materiales y 
				técnicas, medio para la ejecución del edificio ideado, es 
				construcción.
				Atendiendo a estos dos conceptos el tratadista romano 
				Vitrubio fijó en el siglo I a.C. las tres 
				condiciones básicas de la arquitectura: Firmitas, 
				utilitas, venustas (´resistencia, funcionalidad y 
				belleza´). 
				Y siguiendo estas dos premisas la arquitectura se ha 
				materializado, en todas las culturas, con unas características 
				peculiares. En las sociedades más desarrolladas ha producido 
				variedades de estilos, de técnicas y de propósitos. Todo ello 
				constituye lo que denominamos la Historia de la Arquitectura, 
				frente a lo que se conoce como Teoría de la Arquitectura.
				Pese a la claridad que aparentemente presenta la palabra 
				arquitectura, definida como el arte de construir, no existe 
				estrictamente una definición convincente y que ofrezca una 
				validez universal. Cada etapa o cada corriente ha producido sus 
				propias definiciones. Como tal, el concepto de arquitectura como 
				?arte de construir? fue empleado por Alberti 
				en el primer tratado que existe, estrictamente, sobre teoría de 
				la arquitectura, De re aedificatoria (1485); este autor, 
				incluso en el propio título, desdeña, la idea de que la 
				arquitectura fuera una simple aplicación matemática, como había 
				expuesto Vitrubio. Sin embargo la denominación de arquitectura 
				como ?arte de construir?, procede de la tradición neoclásica 
				francesa y no se incluye en los tratados escritos hasta después 
				de 1750; pero es en el Renacimiento donde se empiezan a separar 
				estas cuestiones, hasta entonces raramente se establece la 
				distinción entre arquitectura y construcción, 
				la arquitectura como arte y la 
				construcción como técnica, al igual que es el momento en el que 
				se varía la consideración del artista, que pasa de ser un 
				trabajador manual a una persona que trabaja con el intelecto.
				La arquitectura frente a las otras artes responde, en primer 
				lugar, a una necesidad básica del hombre de cobijo y seguridad; 
				y en segundo lugar, a una necesidad estética, de modo que ambas 
				se convierten en un fenómeno inherente a la historia de la 
				cultura, de la civilización, del pensamiento y de la religión, 
				durante siglos. Así la arquitectura, con independencia de las 
				diferencias que determinan las distintas técnicas constructivas 
				y los diferentes estilos estéticos, presenta una unidad temática 
				entre las realizaciones, sean de culturas contrarias o de 
				diversos períodos; es decir, todas las culturas y los distintos 
				periodos han construido viviendas, palacios, templos, edificios 
				públicos, etc., aunque estas construcciones presenten una 
				disparidad formal y estilística tan enorme, como la existente 
				entre un zigurat mesopotámico y una 
				catedral gótica.
				Una de las características determinantes de la arquitectura a 
				lo largo de los siglos y que, de alguna forma, la distancia del 
				resto de las denominadas Bellas Artes, es que está construida 
				para perdurar; esta idea determina que muchos edificios no 
				siempre hayan desempeñado el mismo papel que actualmente les 
				atribuimos, y que por supuesto cuando se construyeron apenas 
				valoraran la función artística ya que imperaba, ante todo, la 
				función utilitaria. Éste sería el caso de una gran parte de la 
				arquitectura doméstica y específicamente de la denominada 
				arquitectura popular, o los ejemplos, tan de moda, de 
				rehabilitación de edificios históricos a los que se asignan 
				nuevos usos, palacios convertidos en museos, conventos 
				utilizados como oficinas, castillos transformados en hoteles, 
				murallas destinadas a parques, etc. Pero no sólo se ha alterado 
				su uso, sino también su aspecto, integrándose dentro de la 
				memoria arquitectónica colectiva, con una imagen distinta de lo 
				que fue el edificio original. Es difícil imaginar el efecto que 
				producirían los templos griegos con su pintura original después 
				de nuestra costumbre de verlos degradados y con sus materiales 
				al descubierto. Muchos edificios medievales o barrocos no 
				presentaban sus materiales vistos, especialmente cuando habían 
				sido construidos con ladrillo, sino que estaban enlucidos y, con 
				frecuencia, encalados. Sin embargo, la moda por los materiales 
				vistos y el rechazo de los revestimientos de la arquitectura 
				contemporánea ha determinado que en las intervenciones 
				realizadas en los monumentos para su conservación se hayan 
				seguido unos criterios que alteran y modifican sensiblemente la 
				apariencia original de los edificios. Éstos abandonan la función 
				para los que fueron creados, y en muchos casos también su 
				aspecto, y adquieren el valor que les concede la Historia de 
				la Arquitectura y es este valor el que determina su 
				conservación y, en casos, su adaptación a nuevas funciones.
				A menudo se ha acometido el estudio de las obras de 
				arquitectura desde el concepto, nacido en el siglo XVIII, de 
				monumento, es decir, obras aisladas que en sí mismas o por el 
				arquitecto que las construyó merecen tener este calificativo; 
				siguiendo esta idea sobre las construcciones excelentes, 
				la historia de la arquitectura, y a través de ella la valoración 
				de la Arquitectura, se ha realizado mediante el estudio 
				de obras muy concretas, paradigmáticas de un estilo, y de un 
				conjunto de grandes arquitectos. Así la arquitectura, que es en 
				sí misma una actividad continua y orgánica de la labor humana, 
				enraizada dentro de las más profundas necesidades del hombre, 
				tanto físicas como espirituales, ha sido entendida como una 
				sucesiva reunión de construcciones singulares, de arquitectos 
				destacados y de estilos que surgen como respuesta rebelde al 
				estilo anterior, como profunda reacción. Ésta es actualmente, y 
				ha sido, la historia de la arquitectura, tal y como se puede ver 
				en los párrafos que siguen. Pero por encima de esta visión, la 
				arquitectura, como ya se ha señalado, es un todo continuo y 
				orgánico, que responde no sólo a la necesidad humana de cobijo, 
				sino a la necesidad más amplia de civilización.  
				La historia de la arquitectura ha olvidado durante mucho 
				tiempo una parte fundamental y muy numerosa de las 
				construcciones realizadas por el hombre, en realidad se puede 
				decir que la historia de la arquitectura se ha ido componiendo 
				como una historia de olvidos. Por una parte, ha olvidado 
				un enorme conjunto de construcciones, enorme en cuanto a número 
				y en cuanto a repercusión, que fueron reflejo de cada uno de los 
				estilos artísticos en los que se engloban, pese a no ser obras 
				sobresalientes de los mismos; a través de estas construcciones 
				se puede conocer la repercusión real de un estilo artístico, la 
				adaptabilidad de sus propuestas a las necesidades y a las 
				costumbres de una determinada comunidad, o la incidencia que la 
				nueva estética tiene en esa comunidad. Pero la historia de la 
				arquitectura no sólo ha olvidado esto, sino también el enorme 
				conjunto de construcciones que quedan englobadas de forma 
				genérica en lo que se denomina arquitectura popular, pese al 
				sinfín de matices que este conjunto presenta y a las 
				dificultades que existen para trazar la línea que separa las 
				construcciones populares de las que no lo son.  
				A esto hay que añadir que la historia de la arquitectura se 
				ha escrito muchas veces como una historia de la estética de 
				la arquitectura, olvidando, aunque disimuladamente, su 
				componente de funcionalidad; el arquitecto es ante todo un 
				intelectual, un artista, y la arquitectura es por encima de 
				cualquier otra consideración ?arte?.  
				Con estas visiones restrictivas la historia de la 
				arquitectura ha amputado de su estudio amplios conjuntos de 
				construcciones que explican cada una de las culturas a las que 
				pertenecen desde sus motivos más propios e internos, pero que 
				además nos hablan de sus desarrollos económicos, de sus 
				necesidades y creencias religiosas, de sus formas de gobierno, 
				etc. La arquitectura se convierte en una de las fuentes más 
				ricas y complejas desde la que se puede abordar la historia de 
				las civilizaciones.
				Pese a los nuevos planteamientos que las metodologías 
				modernas han introducido en el estudio de la Historia del 
				Arte, en general, y de la Historia de la Arquitectura 
				en particular, lo cierto es que esta historia, valorada en su 
				conjunto, está todavía por escribir. Y son los problemas y los 
				condicionamientos de la arquitectura del presente los que van 
				determinando un lento cambio de actitud hacia la percepción de 
				las obras del pasado. Así, han sido los profundos problemas 
				urbanísticos que plantean las nuevas ciudades, y las despiadadas 
				destrucciones de las ciudades históricas, los que han 
				determinado un creciente auge de los estudios de urbanismo 
				histórico, unido esto a la necesidad de entender cada 
				arquitectura construida en el contexto general de la ciudad. La 
				degradación, mutilación y alteración experimentada por la ciudad 
				histórica ha llevado a la reconsideración de conjunto y 
				no de monumento, como categoría de protección, pero 
				también como forma de abordar el estudio y el conocimiento de 
				las arquitecturas; de la obra concreta se da paso al estudio de 
				la ciudad, la ciudad entendida como obra de conjunto.
				
				Pese a sus limitaciones actuales, la historia de la 
				arquitectura ha permitido conocer una parte del legado 
				arquitectónico recibido. Sin embargo, la distinción entre la 
				Historia y la Teoría de la arquitectura es una 
				invención relativamente reciente, por lo que el estudio 
				histórico de la arquitectura es también una disciplina 
				incipiente. Estrictamente, como idea no surge hasta la mitad del 
				siglo XVIII, cuando en 1758 Julien-David LeRoy 
				publicó Les Ruines des plus beaux monuments de la Grèce, 
				escrito donde se analizan los edificios de la época de Vitrubio 
				desde dos perspectivas diferenciadas, la de la historia y la de 
				la teoría de la arquitectura. Aunque la separación académica de 
				ambas disciplinas no se produjo hasta 1818, cuando se 
				establecieron dos cátedras diferenciadas en la Escuela de 
				Bellas Artes de París; precedente de este hecho es el curso 
				específico sobre Historia de la Arquitectura que, desde 
				1750, impartía Jacques-Francois Blondel, 
				que consideraba la Historia de la Arquitectura como una 
				sucesiva enumeración de referencias literarias.
				Sin embargo, el moderno concepto de Historia de la 
				Arquitectura deriva, como se ha indicado, del movimiento 
				intelectual del siglo XVIII que desarrolló los conceptos de 
				razón, naturaleza, y hombre, a través de los cuales se llegó a 
				la teoría del evolucionismo y a su aplicación a cada rama del 
				conocimiento. Las ciencias, especialmente naturales y sociales, 
				fueron consideradas en su secuencia histórica. En la filosofía 
				de la arquitectura, como en el resto de las filosofías, la 
				introducción del método histórico no solamente facilitó la 
				enseñanza de estos temas, sino que también favoreció la 
				elaboración de la especulación teórica. Persuadidos por estas 
				ideas, a los estudiosos les resultaba más interesante hablar de 
				la historia de la arquitectura que de la arquitectura en sí 
				misma, más cautivador discutir las diferencias o coincidencias 
				de cada época arquitectónica que reflexionar sobre métodos 
				prácticos que resolvieran los problemas del momento.  
				La importancia concedida a la historia, desde el pensamiento 
				evolucionista, y a partir de él por el movimiento romántico, 
				tuvo como resultado, en arquitectura, no sólo el desarrollo de 
				los estudios de historia de la arquitectura, sino una actitud 
				activa hacia ese pasado que se concretó en los denominados 
				estilos historicistas, los ?neos?, con especial incidencia del 
				neogótico que, en su faceta más racional, pragmática y 
				científica, ayudó a la conclusión y restauración de muchas 
				catedrales europeas, y al conocimiento profundo de este estilo 
				con la división de escuelas regionales y cronologías, así como a 
				la solución de ciertos problemas estructurales aportados por 
				estudiosos como Eugène Emmanuel Violet-Le Duc.
				Si se ha definido la Arquitectura como ´el arte y la técnica 
				de construir edificios´, se debe precisar que en este hecho 
				emplea los recursos de la práctica y expresión requeridos por la 
				civilización donde se produce. Toda sociedad sedentaria posee 
				técnicas de construcción, produce arquitectura, ya que éste es 
				un hecho necesario incluso en las culturas menos desarrolladas. 
				El hombre, obligado a luchar contra los elementos, consigue con 
				la arquitectura no sólo una defensa eficaz contra el medio, sino 
				también una forma de humanizarlo, requisito y símbolo del 
				desarrollo de una civilización.
				
				La Arquitectura surge sólo cuando existe la necesidad de ella, 
				para colmar las expectativas de un individuo o de un grupo. Las 
				leyes económicas evitan que los arquitectos, para emular a otros 
				artistas, realicen obras para las cuales la demanda es 
				inexistente o sólo potencial. Así, los tipos y usos de la 
				arquitectura dependen de las necesidades sociales; los tipos 
				están establecidos no por los arquitectos sino por las 
				sociedades; la sociedad fija las necesidades y asigna al 
				arquitecto el trabajo de descubrirlas, transformarlas en idea y 
				llevarlas a la práctica. Atendiendo a estas necesidades podemos 
				decir que los tipos básicos de arquitectura son: doméstica, 
				religiosa, social, industrial, comercial, etc. A cada uno de 
				ellos vamos a dedicar unas breves líneas.
				Los origenes
				
				
La 
				arquitectura de la Mesopotamia se sirvió en sus comienzos de los 
				ladrillos de barro cocido, poco resistentes, lo que explica el 
				alto grado de deterioro de las construcciones encontradas. Las 
				obras más representativas de la construcción mesopotámica son 
				los zigurats o templos en torre que datan de los primeros 
				pueblos sumerios y que asirios y babilonios mantuvieron en lo 
				formal. Éstos eran en realidad edificaciones superpuestas que 
				conformaban especies de pirámides de lados escalonados dividida 
				en varias cámaras. 
				Los 
				arquitectos egipcios inventaron la bóveda, 
				la columna y la bovedilla recta 
				usando materiales como la caliza, el asperón (arenisca arcillosa) 
				y el granito rosado o azul de las montañas, dejando el ladrillo 
				para las murallas y las casas. La habilidad empleada en la 
				construcción de sus obras y la sequedad del ambiente permitieron 
				que estas permanecieran casi intactas durante siglos.
				Sus trabajos 
				arquitectónicos fueron, principalmente, tumbas 
				y templos. Dentro de las primeras se destacan 
				las pirámides, como la de Keops,
				Kefrén y Micerinos. Los 
				templos resaltan por sus tamaños y firme estructura. Algunos 
				fueron construidos al aire libre y otros elaborados en las 
				mismas rocas, es decir, subterráneos. Los más famosos son los de
				Karnak y Luxor, en donde se 
				encontraba Tebas y, como ejemplo de templo 
				subterráneo, el de  Ipsambul.
				Un templo era 
				la propiedad y casa de un dios simultáneamente. Estaba rodeado 
				por un largo cerco de ladrillos y contenía a una población 
				entera encargada de su servicio. Tenía habitaciones para 
				sacerdotes y servidores, talleres, edificios de servicio y 
				parques para los animales de sacrificio. El templo propiamente 
				tal estaba ubicado en el centro del perímetro, al interior de 
				una segunda línea de murallas y se accedía a él por una avenida 
				enlosada, en cuyos lados se instalaban hileras de esfinges (monstruo 
				fabuloso con cabeza humana y cuerpo y patas de león).
				Artes 
				complementarias
				La 
				escultura y la pintura fueron 
				desarrolladas a disposición de la arquitectura en el antiguo 
				Egipto. Las estatuas adornaban las fachadas o se instalaban 
				dentro de los templos y tumbas. Sus figuras eran rígidas debido 
				a que la piedra que se usaba para esculpirlas era dura, además 
				de que los escultores se servían solo de herramientas de cobre 
				para su trabajo. Las estatuas egipcias pueden ser clasificadas 
				en colosos, con medidas que podían alcanzar los 
				20 metros de alto, como la Esfinge, localizada 
				frente a la Gran Pirámide; en estatuas 
				decorativas, que representan a reyes o dioses en posiciones 
				sagradas y con sus atributos, y las estatuas funerarias, 
				que consistían en retratos de los muertos.
				También usaron 
				los bajorrelieves, que muestran escenas de la 
				vida de los dioses o de los reyes y que se pueden encontrar en 
				los muros y columnas de los templos.
				La pintura 
				egipcia ha dejado valiosa información sobre la vida cotidiana de 
				sus habitantes, al representar sucesos en la existencia del 
				difunto en los muros de las tumbas, aunque también pintaron 
				escenas mitológicas sobre sus paredes. Los artistas no esbozaban 
				más que los contornos que, luego, ilustraban con colores planos 
				y comunes. Posteriormente, dominaron la técnica del dibujo y la 
				proporción.
				
				La arquitectura doméstica, es decir, los edificios de 
				vivienda, está producida por una unidad social básica, que puede 
				ser el individuo, la familia, o el clan y sus equivalentes. Esta 
				arquitectura cubre las necesidades básicas de albergue y 
				seguridad del hombre, y como tal puede ser una arquitectura muy 
				simple, reducida a un único espacio, pero al tiempo puede ser 
				una arquitectura muy compleja que reúna en sí no sólo las 
				necesidades básicas de vivienda, sino también las necesidades 
				económicas básicas de una unidad familiar, agrícolas, 
				industriales o comerciales.  
				
					
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						Casa tradicional de las Islas Arán (Irlanda).  | 
					
				
 
				Si esta arquitectura doméstica está desarrollada por las 
				elites de poder, tendrá que atender a diferentes funciones; los 
				grupos poderosos construyen casas, villas, jardines o palacios 
				de recreo, en las que prima por encima del fin utilitario, de 
				albergue, seguridad, etc., un fin simbólico, expresión de la 
				distinción de clase; estos edificios tienen que ser aptos para 
				disfrutar de una infinita variedad de actividades domésticas 
				conectadas con la posición del individuo que los posee. Pero 
				además esta arquitectura, en principio doméstica, puede 
				desarrollar funciones de otro tipo, por ejemplo los palacios de 
				las antiguas monarquías no eran sólo y privadamente la casa del 
				rey y su familia, sino que en ellos se reunían órganos de 
				gobierno, administraciones, etc. En este sentido es modélico el 
				palacio de Versalles, que posee una ciudad en sí mismo, una 
				ciudad desarrollada para cubrir las necesidades derivadas de la 
				lujosa vida de la Corte de Luis XIV.  
				
					
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						Palacio de Versalles. Hardouin. Francia.  | 
					
				
 
				Un tercer tipo de arquitectura doméstica, son los edificios 
				de vivienda. En ellos se reúne la idea de comunidad con la idea 
				de privacidad. Las viviendas grupales han existido desde siempre 
				en las distintas culturas, si bien presentado matices muy 
				diferenciados; han existido viviendas comunales en formas de 
				organización igualitaria; el sistema feudal definió el castillo 
				como un ámbito comunal donde se reunían todas las clases 
				sociales, y donde todos tenían cobijo y protección. El imperio 
				romano, y fundamentalmente la ciudad de Roma, desarrolló los 
				edificios comunales de apartamentos, con un criterio más cercano 
				la idea actual de bloque de viviendas. Sin embargo fue a partir 
				del siglo XVII, pero especialmente en el XVIII y XIX, cuando 
				este tipo de vivienda se hizo popular y empezó a ser muy 
				utilizada por la alta burguesía de las ciudades. Concretamente 
				en el XIX, los grandes ensanches de la ciudades históricas 
				determinaron la aparición de bloques de apartamentos de una 
				extraordinaria calidad, donde la idea de alineación, clasicismo 
				y uniformidad fue dominante. Con todo, no ha sido hasta el siglo 
				XX, con el avance en diferentes campos, la utilización de las 
				grandes estructuras de hierro y hormigón, la aparición de los 
				ascensores, las calefacciones centrales, etc., cuando estos 
				edificios de apartamentos se construyen con un gran número de 
				pisos, hasta llegar a los denominados rascacielos, y cuando 
				estos edificios se popularizan y se convierten en la forma de 
				cubrir la acuciante y cada vez mayor demanda de viviendas 
				baratas. La industrialización, el abandono del campo y la 
				aglomeración de población en las ciudades determinan una presión 
				sobre el suelo y una demanda de viviendas que se resuelve con la 
				construcción de estos bloques de apartamentos, ahora de dudosa 
				calidad y destinados a las clases de menos recursos económicos.
				
				
				
					
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						Edificio de pisos.  | 
					
				
				
				 
				La historia de la arquitectura se concentra de forma más 
				intensa en los edificios religiosos. Dada la importancia de la 
				religión en las distintas civilizaciones, este tipo de edificios 
				constituyó con frecuencia uno de los elementos más 
				significativos producidos por los artistas de cada cultura.
				La tipología de edificios religiosos es muy compleja; las 
				necesidades que debe cubrir un edificio religioso son 
				esencialmente distintas de las desarrolladas por la arquitectura 
				doméstica, al tiempo que en cada religión las funciones y los 
				ritos son de muy diferente naturaleza, de tal forma que, las 
				características constructivas y arquitectónicas de los templos 
				varían considerablemente de una religión a otra, debido, 
				fundamentalmente, a las diferencias en su liturgia, a sus 
				rituales, y a los distintos conceptos que cada cultura 
				desarrolla de la divinidad y la relación de ésta con los 
				creyentes.  
				El templo es un edificio destinado al culto religioso y a la 
				protección de las imágenes, reliquias y espacios sagrados, es 
				por tanto un lugar de recogimiento y reflexión. En las antiguas 
				religiones los templos no tuvieron un uso comunal. En el antiguo 
				Egipto y en India eran considerados la residencia del Dios, de 
				ahí que la entrada en ellos estuviera prohibida y sólo reservada 
				a los clérigos. En la antigua Grecia contenían la imagen del 
				Dios y eran accesibles al culto, pero los servicios religiosos 
				se desarrollaban en la fachada principal del templo y fuera de 
				él. En las antiguas culturas mayas y aztecas los templos fueron 
				erigidos en altura con forma de pirámide, y sólo miembros 
				privilegiados de la sociedad podían acercarse. Frente a esto, el 
				cristianismo, el budismo, el judaísmo y el Islam entienden el 
				templo como un lugar de la comunidad donde se desarrollan los 
				ritos religiosos. Los edificios construidos por estas religiones 
				tienen esencialmente unos planteamientos idénticos, debido a que 
				responden a una común necesidad: que el mayor número de fieles 
				acceda al punto focal donde se desarrolla el servicio religioso. 
				Consecuentemente los musulmanes han adoptado la tradición de las 
				iglesias bizantinas, las modernas sinagogas apenas se distinguen 
				de las iglesias, y el protestantismo absorbe la arquitectura 
				católica con una pequeña revisión, eliminación de capillas y de 
				símbolos de decoración.
				El complejo programa que después desarrolla cada religión, 
				lugares para diversas actividades, demanda soluciones 
				arquitectónicas especificas; por ejemplo, baptisterios, 
				campanarios, salas capitulares en la religión cristiana, 
				minaretes en la musulmana. Las modernas sectas demandan un 
				espacio para la educación religiosa cercano al templo. El 
				catolicismo y las religiones asiáticas han producido, además, 
				monasterios, conventos y abadías, donde está conectado el lugar 
				de culto con las zonas de vivienda -que acomodan la organización 
				del espacio religioso con el doméstico, el industrial, el 
				agrícola, etc.