CONTENIDO
Capítulo 1:
Los albores de Norteamérica
Capítulo 2:
El periodo colonial
Capítulo 3:
El camino de la independencia
Capítulo 4:
La formación de un gobierno nacional
Capítulo 5:
La expansión hacia el oeste y las diferencias regionales
Capítulo 6:
Conflictos sectoriales
Capítulo 7:
La Guerra Civil y la Reconstrucción
Capítulo 8:
Crecimiento y transformación
Capítulo 9:
Descontento y reforma
Capítulo 10:
Guerra, prosperidad y depresión
Capítulo 11:
El Nuevo Trato y la Segunda Guerra Mundial
Capítulo 12:
Estados Unidos en la posguerra
Capítulo 13:
Décadas de cambio: 1960-1980
Capítulo 14:
El nuevo conservadurismo y un nuevo orden mundial
Capítulo 15:
Un puente hacia el siglo XXI
Bibliografia
PERFILES ILUSTRADOS
El advenimiento de una nación
La transformación de una nación
Monumentos y sitios conmemorativos
Agitación y cambio
Una nación del siglo XXI

AGRADECIMIENTOS
 
Reseña de Historia de Estados Unidos es una publicación del Departamento de Estado de EE.UU. La primera edición (1949-50) fue elaborada bajo la dirección editorial de Francis Whitney, en un principio por la Oficina de Información Internacional del Departamento de Estado y más tarde por el Servicio Cultural e Informativo de Estados Unidos. Richard Hofstadter, profesor de historia en la Universidad Columbia, y Wood Gray, catedrático de historia de Estados Unidos en la Universidad George Washington, colaboraron como consultores académicos. D. Steven Endsley de Berkeley, California, preparó el material adicional. A través de los años, la obra ha sido actualizada y revisada en forma exhaustiva por varios especialistas, entre ellos Keith W. Olsen, profesor de historia de Estados Unidos en la Universidad de Maryland, y Nathan Glick, escritor y ex director de la revista Dialogue (Facetas) de USIA. Alan Winkler, catedrático de historia en la Universidad Miami (Ohio), escribió los capítulos de ediciones anteriores sobre la época posterior a la Segunda Guerra Mundial.
Man of the People: A Life of Harry S. Truman y For the Survival of Democracy: Franklin Roosevelt and the World Crisis of the 1930s.    Esta nueva edición ha sido revisada y actualizada cabalmente por Alonzo L. Hamby, profesor distinguido de historia en la Universidad de Ohio. El profesor Hamby ha escrito mucho sobre la política y la sociedad estadounidenses. Algunos de sus libros son Man of the People: A Life of Harry S. Truman y For the Survival of Democracy: Franklin Roosevelt and the World Crisis of the 1930s. Vive y trabaja en Athens, Ohio.

Director Ejecutivo—
George Clack
Directora Administrativa—
Mildred Solá Neely
Dirección de Arte y Diseño—
Min-Chih Yao
Ilustración de portada—
Tom White
Investigación fotográfica—
Maggie Johnson Sliker
 


 
Capítulo 1
Los albores de Norteamérica

Proyecto Salón Hogar
 


Asentamiento del siglo XIII en Mesa Verde, Colorado. (© Russ Finley/Finley-Holiday Films)
"El cielo y la tierra nunca se conjugaron mejor para enmarcar un lugar como morada del hombre".
-- John Smith
fundador de Jamestown, 1607

LOS PRIMEROS NORTEAMERICANOS

En lo más álgido de la Era Glacial, entre 34.000 y 30.000 años a. de JC., gran parte del agua del mundo estaba contenida en inmensas placas continentales de hielo. En consecuencia, el mar de Bering se hallaba a cientos de metros por debajo de su nivel actual y se formó un puente de tierra, conocido como Beringia, entre Asia y América del Norte.

Las primeras personas que llegaron a América del Norte lo hicieron, casi con seguridad, sin saber que habían llegado a un nuevo continente. Tal vez iban en persecución de alguna presa de caza, como sus antepasados lo hacían desde miles de años antes a lo largo de la costa de Siberia y luego a través de ese puente de tierra firme.

Una vez que llegaron a Alaska, aquellos primeros norteamericanos tardarían miles de años más en abrirse paso a través de los grandes glaciares, avanzando hacia el sur hasta lo que hoy es Estados Unidos. Aún se siguen descubriendo huellas de la vida primitiva en Norteamérica. Sin embargo muy pocas de ellas se remontan con certeza a una fecha anterior al año 12.000 a. de JC. Por ejemplo, recientemente se descubrió un coto de caza en el norte de Alaska que puede datar de casi de esa época. Algo similar se puede decir de las puntas de lanza finamente talladas y de otros artículos que han sido encontrados cerca de Clovis, Nuevo México.

Se han hallado artefactos similares en otros lugares, en el norte y el sur del continente americano, lo cual indica que tal vez la vida humana ya estaba bien establecida en gran parte del hemisferio occidental en fecha anterior al año 10.000 a. de JC. Más o menos en esa misma época se empezó a extinguir el mamut y su lugar fue ocupado por el bisonte como la principal fuente de alimento y pieles para los antiguos norteamericanos. Con el tiempo, a medida que se fueron extinguiendo más y más especies de caza mayor -- ya sea por exceso de caza o por causas naturales -- las plantas, bayas y semillas empezaron a tener un papel más importante en la dieta de los norteamericanos primitivos. Poco a poco aparecieron el apacentamiento y los primeros intentos de agricultura. Los americanos nativos que vivían en lo que hoy es el centro de México iban a la vanguardia pues cultivaban maíz, calabacín y frijol, tal vez desde 8.000 años antes de JC. Todo ese conocimiento se propagó hacia el norte en forma paulatina.

Hacia el año 3.000 a. de JC se cultivaba un tipo de maíz primitivo en los valles fluviales de Nuevo México y Arizona. Después empezaron a aparecer los primeros signos del riego y de una vida primitiva en aldeas, alrededor del 300 a. de JC.

En los primeros siglos de la era cristiana, los hohokams vivían en asentamientos cerca de lo que hoy es Phoenix, Arizona, donde erigieron juegos de pelota y edificios en forma de pirámide que recuerdan las que han sido halladas en México, y un sistema de canales de riego.

LOS CONSTRUCTORES DE TÚMULOS Y LOS PUEBLOS

El primer grupo de norteamericanos nativos que erigió túmulos en lo que hoy es Estados Unidos se conoce a menudo como los adenanos. Ellos empezaron a construir sepulcros y fortificaciones de tierra hacia el año 600 a. de JC. Algunos túmulos de esa época tienen forma de ave o de serpiente, y tal vez cumplían propósitos religiosos que aún no entendemos del todo.

Al parecer, los adenanos fueron absorbidos o desplazados por varios grupos a los que se conoce en forma colectiva como los hopewellianos. Uno de los centros más importantes de la cultura de éstos fue hallado en el sur de Ohio, donde aún se pueden ver los restos de varios miles de esos túmulos.

Alrededor del año 500 d. de JC., los hopewellianos desaparecieron también y poco a poco dieron lugar a un amplio grupo de tribus a las que se conoce en general como la cultura del Mississippi o del túmulo templo. Se cree que una ciudad, Cahokia, cerca de Collinsville, Illinois, tuvo unos 20.000 habitantes durante su mayor esplendor, a principios del siglo XII. En el centro de la ciudad se alzaba un enorme montículo de tierra con la parte superior aplanada, que tenía 30 metros de alto y 37 hectáreas en la base. Otros 80 túmulos han sido hallados en las cercanías.

Las ciudades como Cahokia dependían de una combinación de caza, apacentamiento, comercio y agricultura para obtener su alimento y provisiones. Bajo la influencia de las prósperas sociedades del sur, aquéllas evolucionaron hasta llegar a ser complejas organizaciones jerárquicas que tenían esclavos y hacían sacrificios humanos.

En lo que hoy es el suroeste de Estados Unidos, los anasazis, antepasados de los hopis modernos, empezaron a construir "pueblos" de piedra y adobe hacia el año 900. Esas estructuras únicas y asombrosas, en forma de apartamentos, se edificaban a menudo en las laderas de grandes precipicios. La más famosa de ellas, el "palacio del risco" en Mesa Verde, Colorado, tenía más de 200 habitaciones. Otro edificio, hoy conocido como las ruinas de Pueblo Bonito, en las márgenes del río Chaco de Nuevo México, tuvo en otros tiempos más de 800 habitaciones.

Tal vez los norteamericanos nativos más prósperos de la América precolombina vivían en la región del noroeste Pacífico, donde la abundancia natural de peces y materias primas hizo posible un abasto alimentario generoso y aldeas permanentes desde 1.000 años antes de JC. La opulencia de sus reuniones, conocidas como "la fiesta de invierno", sigue siendo un modelo de suntuosidad y espíritu festivo que quizá no tiene igual en la historia antigua de Estados Unidos.

CULTURAS NATIVAS NORTEAMERICANAS

Así pues, la América que recibió a los primeros europeos estaba muy lejos de ser un páramo deshabitado. Ahora se cree que en esa época la población del hemisferio occidental era tan abundante como la del oeste de Europa, es decir, de unos 40 millones de habitantes. Los cálculos del número de norteamericanos nativos que vivían en lo que hoy es Estados Unidos al inicio de la colonización europea fluctúan entre dos y 18 millones de habitantes y la mayoría de los historiadores se inclina a favor de la cifra más baja. Lo que sí es seguro es que el efecto devastador de las enfermedades traídas de Europa sobre la población indígena se hizo sentir, de hecho, casi desde el momento del primer contacto. La viruela, en especial, acabó con comunidades enteras y, según se cree, fue una causa mucho más directa de la reducción precipitada de la población indígena en el siglo XVII, que las múltiples guerras y escaramuzas con los colonizadores europeos.

La cultura y las costumbres indígenas de esa época tenían una extraordinaria diversidad, como era lógico esperar en virtud de la gran expansión de la tierra que habitaban y por los muchos entornos diferentes a los que supieron adaptarse. Sin embargo es posible hacer algunas generalizaciones. La mayoría de las tribus, sobre todo en la región boscosa del oriente y el oeste medio, combinaron actividades de caza, pastoreo y cultivo de maíz y otros productos, para obtener sus alimentos. En muchos casos, las mujeres estaban a cargo del cultivo y la distribución de los alimentos, mientras los hombres se dedicaban a la caza y a luchar en la guerra.

Desde cualquier punto de vista, la sociedad norteamericana nativa estaba muy apegada a la tierra. Una gran identificación con la naturaleza y los elementos era parte integral de sus creencias religiosas. Su vida se orientaba básicamente al clan y a la comunidad, y los niños gozaban de más libertad y tolerancia de lo permitido por las costumbres europeas de esa época.

La cultura nativa norteamericana era esencialmente oral y se tenía en alto aprecio el arte de relatar cuentos y sueños. Es obvio que había un intenso intercambio entre los diversos grupos y hay clara evidencia de que las tribus vecinas mantenían relaciones extensivas y formales, tanto amistosas como hostiles.

LOS PRIMEROS EUROPEOS

Los primeros europeos que llegaron a América del Norte -- al menos los primeros de los que hay pruebas concretas -- fueron noruegos que viajaron al oeste desde Groenlandia, donde Erik el Rojo fundó un asentamiento hacia el año 985. Se cree que en el año 1001 su hijo Leif exploró la costa noreste de lo que hoy es Canadá y que allí pasó un invierno cuando menos.

En 1497, sólo cinco años después del desembarco de Cristóbal Colón en el Caribe, en busca de una ruta occidental al Asia, un marino veneciano de nombre John Cabot llegó a Terranova en una misión que le fue encomendada por el rey de Inglaterra. Aun cuando el viaje de Cabot pronto fue olvidado, más tarde sería la base de las reclamaciones de Gran Bretaña en Norteamérica. Eso abrió también el camino hacia la rica zona de pesca localizada frente a George's Banks que muy pronto sería visitada con asiduidad por pescadores europeos, sobre todo portugueses.

Colón nunca vio la parte continental de Estados Unidos, pero las primeras exploraciones a la región partieron de las posesiones españolas que él ayudó a establecer. La primera exploración tuvo lugar en 1513 cuando un grupo de hombres desembarcó en la costa de Florida, cerca de la ciudad actual de St. Augustine, bajo las órdenes de Juan Ponce de León.

Con la conquista de México en 1522, los españoles fortalecieron aún más su posición en el hemisferio occidental. Los descubrimientos ulteriores enriquecieron el conocimiento europeo de lo que hoy se conoce como América en honor del italiano Amerigo Vespucci, quien hizo un relato muy popular sobre sus viajes a un "Nuevo Mundo".

Entre las primeras exploraciones españolas importantes figuró la de Hernando de Soto, un conquistador veterano que fue compañero de Francisco Pizarro en la conquista del Perú. La expedición de este explorador partió de La Habana en 1539, desembarcó en la Florida y recorrió el sureste de Estados Unidos hasta el río Mississippi en busca de riquezas.

Otro español, Francisco Vázquez de Coronado, salió de México en 1540 en busca de las míticas Siete Ciudades de Cibola. Los viajes de Coronado lo llevaron al Gran Cañón y a Kansas, pero no logró encontrar el oro o los tesoros que sus hombres buscaban. A pesar de todo, el grupo de Coronado dejó a los pueblos de la región un obsequio notable, aunque involuntario: los caballos que se les escaparon en buen número y transformaron la vida en las Grandes Llanuras. En unas cuantas generaciones, los norteamericanos nativos de las praderas llegaron a ser jinetes consumados, lo cual expandió mucho el alcance y la magnitud de sus actividades.

Mientras los españoles avanzaban hacia el sur, la parte norte de lo que hoy es Estados Unidos se fue revelando poco a poco en los viajes de otros personajes como Giovanni da Verrazano. Este florentino estaba al servicio de Francia y desembarcó en Carolina del Norte en 1524, después de lo cual navegó hacia el norte por la costa del Atlántico, pasando por lo que hoy es el puerto de Nueva York.

Al cabo de un decenio, el francés Jacques Cartier se hizo a la mar con la esperanza de hallar una ruta marítima al Asia, igual que otros europeos que lo precedieron. Las expediciones de Cartier a lo largo del río San Lorenzo fueron la base de las reclamaciones de Francia sobre Norteamérica, que habrían de prolongarse hasta 1763.

Tras la caída de su primera colonia en Quebec en la década de 1540, unos hugonotes franceses trataron de colonizar la costa norte de Florida dos decenios después. Los españoles, que veían a los franceses como una amenaza para su ruta comercial a lo largo de la Corriente del Golfo, destruyeron la colonia en 1565. Fue irónico que el jefe de las fuerzas españolas, Pedro Menéndez, pronto estableciera una ciudad -- St. Augustine -- no muy lejos de allí. Ese fue el primer asentamiento europeo permanente en lo que más tarde sería Estados Unidos.

La gran riqueza que fluía hacia España desde sus colonias en México, el Caribe y Perú, despertó gran interés en las otras potencias europeas. Las naciones marítimas emergentes, como Inglaterra, impulsadas en parte por el éxito de Francis Drake en sus asaltos contra barcos españoles que transportaban tesoros, se empezaron a interesar por el Nuevo Mundo.

En 1578 Humphrey Gilbert, autor de un libro sobre la búsqueda del Pasaje del Noroeste, obtuvo una concesión de la Reina Isabel para colonizar "las tierras baldías y bárbaras" del Nuevo Mundo que otras naciones de Europa no hubieran reclamado aún. Tendrían que pasar cinco años más para que él pudiera iniciar su campaña. Cuando se perdió en el mar, se hizo cargo de la misión Walter Raleigh, su medio hermano.

En 1585 Raleigh fundó la primera colonia británica en América del Norte, en la isla Roanoke, frente a la costa de Carolina del Norte. Esa colonia fue abandonada más tarde y un segundo esfuerzo del mismo tipo, emprendido dos aóos después, también fue un fracaso. Tendrían que pasar 20 años para que los británicos hicieran un nuevo intento. Jamestown, la colonia fundada en esa ocasión, en 1607, tuvo éxito y Norteamérica entró en una nueva era.

LOS PRIMEROS ASENTAMIENTOS

Los primeros años del siglo XVII presenciaron el inicio de una gran corriente migratoria de Europa a América del Norte. Este movimiento duró más de tres siglos y lo que empezó como una leve afluencia de pocos cientos de colonizadores ingleses llegó a ser una avalancha de millones de recién llegados. Impulsados por motivos diversos y poderosos, ellos edificaron una nueva civilización en la parte norte del continente.

Los primeros inmigrantes ingleses que llegaron a lo que hoy es Estados Unidos cruzaron el Atlántico mucho después que España estableciera sus prósperas colonias en México, las Antillas y América del Sur. Igual que todos los primeros viajeros al Nuevo Mundo, ellos también llegaron apiñados en pequeños navíos. Durante las seis a 12 semanas de travesía, su ración alimenticia era precaria. Muchos perecieron víctimas de enfermedades; las naves eran azotadas a menudo por tempestades y algunas se perdieron en el mar.

La mayoría de los emigrantes europeos salió de su patria para escapar de la opresión política, en busca de libertad para practicar su religión o en pos de las oportunidades que su tierra natal les negaba. Entre 1620 y 1635 Inglaterra se vio abrumada por dificultades económicas. Muchas personas no podían hallar empleo. Aun los artesanos hábiles sólo ganaban poco más de lo indispensable para subsistir. Las malas cosechas agravaron las penurias. Además, la Revolución Industrial había creado una próspera industria textil que exigía una oferta cada día mayor de lana para mantener los telares ocupados. Los terratenientes cercaron las tierras de cultivo y arrojaron de ellas a los campesinos para favorecer la cría de ovejas. La expansión colonial le ofreció una buena salida a esa población campesina desplazada.

Tal vez los colonizadores no habrían logrado sobrevivir si no hubieran recibido la ayuda de indígenas amistosos que les enseñaron a cultivar plantas nativas: calabaza, calabacín, frijol y maíz. Además, los inmensos bosques vírgenes que cubrían casi 2.100 kilómetros del litoral oriental eran una rica fuente de leña y animales de caza. Allí encontraron también abundantes materias primas para construir casas, muebles y barcos, además de lucrativas mercancías de exportación.

Pese a que el nuevo continente fue pródigamente dotado por la naturaleza, el comercio con Europa era vital para la importación de los artículos que los colonizadores no podían producir. La costa fue de gran utilidad para los inmigrantes. Todo el litoral les ofrecía un sinnúmero de puertos y caletas. Sólo en dos regiones -- Carolina del Norte y el sur de Nueva Jersey -- no había puertos adecuados para navíos capaces de realizar viajes transoceánicos.

Las tierras localizadas entre la costa y los montes Apalaches se comunicaban con el mar por medio de ríos majestuosos, como el Kennebec, el Hudson, el Delaware, el Susquehanna, el Potomac y muchos más. Sin embargo sólo un río, el San Lorenzo -- dominado por los franceses en Canadá -- ofrecía una vía acuática hacia los Grandes Lagos y el corazón del continente. Los densos bosques, la hostilidad de algunas tribus indígenas y la formidable barrera de los montes Apalaches desalentaron los asentamientos más allá de la llanura costera. Sólo tramperos y comerciantes se aventuraban en esas tierras vírgenes. Durante los primeros 100 años, los colonizadores construyeron sus asentamientos en forma muy compacta, a lo largo de la costa.

Mucha gente se trasladó a América influida por consideraciones políticas. En la década de 1630, el gobierno arbitrario de Carlos I de Inglaterra le dio ímpetu a la emigración. La revuelta y el triunfo ulterior de los opositores de Carlos, bajo el mando de Oliver Cromwell en la década de 1640, hizo que muchos caballeros -- "los hombres del rey" -- probaran fortuna en Virginia. En las regiones europeas de habla alemana, la política opresiva de muchos pequeños príncipes -- sobre todo en materia religiosa -- y la devastación causada por una larga serie de guerras ayudaron a engrosar el movimiento hacia América a fines del siglo XVII y en el XVIII.

El viaje requería cuidadosos planes y administración e implicaba notables gastos y riesgos. Los colonizadores tenían que ser transportados casi 5.000 kilómetros a través del mar. Necesitaban utensilios, ropa, semillas, herramientas, materiales de construcción, ganado, armas y municiones. En contraste con las políticas de colonización de otros países y otras épocas, la emigración de Inglaterra no fue patrocinada directamente por el gobierno, sino por grupos de individuos particulares cuyo principal motivo era el lucro.

JAMESTOWN

La primera de las colonias británicas que se arraigó en América del Norte fue Jamestown. Sobre la base de una carta constitutiva que el rey Jaime I le otorgó a la Virginia (o London) Company, un grupo de casi 100 hombres zarpó hacia la bahía de Chesapeake en 1607. Para evitar un conflicto con los españoles, eligieron un lugar a unos 60 kilómetros de la bahía, en la ribera del río James.

Constituido por gente de la ciudad y aventureros más interesados en hallar oro que en cultivar la tierra, ese grupo no era apto, ni por temperamento ni por habilidad, para emprender una vida enteramente nueva en las tierras vírgenes. Entre ellos destacó el capitán John Smith como figura dominante. A pesar de las pugnas, el hambre y el ataque de los norteamericanos nativos, la capacidad de ese hombre para imponer la disciplina mantuvo la cohesión de la pequeña colonia en el primer año.

En 1609 Smith regresó a Inglaterra y, en su ausencia, la colonia cayó en la anarquía. En el invierno de 1609-1610, la mayoría de los colonos murió víctima de enfermedades. Sólo 60 de los 300 colonizadores originales habían sobrevivido en mayo de 1610. Ese mismo año, la ciudad de Henrico (hoy Richmond) fue fundada corriente arriba, a la orilla del río James.

Sin embargo no pasaría mucho tiempo antes que se produjera un acontecimiento que revolucionó la economía de Virginia. En 1612, John Rolfe empezó a cultivar un híbrido de semilla de tabaco importada de las Antillas y plantas nativas, y produjo una nueva variedad que agradó a los europeos. El primer embarque de ese tabaco llegó a Londres en 1614. Antes de 10 años ese producto llegó a ser la principal fuente de ingresos para Virginia.

No obstante, la prosperidad no llegó pronto y la tasa de mortalidad a causa de enfermedades y por los ataques de los norteamericanos nativos siguió siendo extraordinariamente alta. Entre 1607 y 1624 cerca de 14.000 personas emigraron a la colonia, pero en 1624 ya sólo 1.132 de ellas vivían allí. Por recomendación de una comisión real, el rey disolvió la Virginia Company y la convirtió en una colonia real ese mismo año.

MASSACHUSETTS

Durante los levantamientos religiosos del siglo XVI, un grupo de hombres y mujeres conocidos como puritanos trató de reformar desde adentro a la Iglesia Establecida de Inglaterra. En esencia, exigían que los ritos y estructuras asociados al catolicismo romano fueran sustituidos por las formas de fe y culto más simples del protestantismo calvinista.

En 1607 un pequeño grupo de separatistas -- una secta radical de puritanos que no creían que la Iglesia Establecida se pudiera reformar jamás -- partió rumbo a Leyden, Holanda, cuya población le brindó asilo. Sin embargo, los holandeses calvinistas los relegaron casi por completo a empleos manuales de baja paga. Algunos miembros de la congregación se sintieron insatisfechos por la discriminación y decidieron emigrar al Nuevo Mundo.

Una agrupación de puritanos de Leyden obtuvo una concesión sobre las tierras de la Virginia Company en 1620 y, en un grupo formado por 101 hombres, mujeres y niños, zarpó hacia Virginia a bordo del . Una tempestad los desvió hacia el norte y desembarcaron en Cape Cod, Nueva Inglaterra. Creyendo que estaban fuera de la jurisdicción de cualquier gobierno organizado, los hombres redactaron un acuerdo formal para regirse por "leyes justas e iguales", dictadas por dirigentes de su propia elección. Ese fue el Pacto del Mayflower.

El Mayflower llegó al puerto de Plymouth en diciembre; los peregrinos empezaron a construir allí su asentamiento en el invierno. Casi la mitad de los colonos murieron de insolación y víctimas de enfermedades, pero los norteamericanos nativos wampanoags vecinos fueron una valiosa fuente de información que les permitió subsistir, pues les enseñaron a cultivar el maíz. Ya en el otoño siguiente, los peregrinos obtuvieron una abundante cosecha de maíz y su comercio de pieles y madera era cada día más próspero.

Una nueva oleada de inmigrantes llegó a las costas de la Bahía de Massachusetts en 1630, provista de una concesión del Rey Carlos I para fundar una colonia. Muchos de ellos eran puritanos, cuyas prácticas religiosas estaban cada vez más restringidas en Inglaterra. Su dirigente, John Winthrop, los instó a crear "una ciudad sobre la colina" en el Nuevo Mundo, un lugar donde pudieran vivir con estricto apego con sus creencias religiosas y ser un ejemplo para toda la cristiandad.

La Colonia de la Bahía de Massachusetts habría de tener un papel importante en el desarrollo de toda la región de Nueva Inglaterra, en parte porque Winthrop y sus colegas puritanos lograron traer consigo su propia carta constitutiva. Así pues, la autoridad del gobierno de la colonia tenía su sede en Massachusetts y no en Inglaterra.

Según las disposiciones de la carta, el poder residía en la Corte General, formada por "hombres libres" que debían ser miembros de la Iglesia Puritana o Congregacional. Con esto se garantizó que los puritanos serían la fuerza política y religiosa dominante en la colonia. La Corte General se encargaba de elegir al gobernador, quien durante gran parte de la siguiente generación fue John Winthrop.

La rígida ortodoxia del gobierno puritano no era del agrado de todos. Uno de los primeros que impugnaron abiertamente la Corte General fue un joven clérigo llamado Roger Williams, quien protestó porque la colonia les arrebataba sus tierras a los norteamericanos nativos y abogó por la separación de la Iglesia y el Estado. Otra disidente, Anne Hutchinson, impugnó ciertas doctrinas claves de la teología puritana. Ambos fueron desterrados junto con sus seguidores.

Williams compró tierras a los norteamericanos nativos narragansetts en lo que hoy es Providence, Rhode Island, en 1636. En 1664, un Parlamento inglés que simpatizaba con él y era controlado por puritanos le concedió el acta constitutiva que estableció a Rhode Island como una colonia distinta donde se practicaba la libertad religiosa y la separación de la Iglesia y el Estado era total.

Las personas tachadas de herejes, como Williams, no fueron las únicas que salieron de Massachusetts. Los puritanos ortodoxos, deseosos de mejores tierras y oportunidades, no tardaron en dejar también la Colonia de la Bahía de Massachusetts. Las noticias sobre la fertilidad del valle del río Connecticut, p. ej., atrajeron el interés de los granjeros que vivían tiempos difíciles en sus tierras pobres. A principios de la década de 1630, muchos de ellos ya estaban dispuestos a afrontar el peligro del ataque de los norteamericanos nativos con tal de conquistar tierras llanas y profundas, ricas en mantillo. Esas nuevas comunidades suprimían a menudo el requisito de ser miembro de la iglesia para tener derecho de voto, con lo cual se extendió ese privilegio a un número aún mayor de hombres.

Al mismo tiempo, empezaron a surgir otros asentamientos a lo largo de las costas de Nueva Hampshire y Maine, a medida que más y más inmigrantes llegaban en busca de la tierra y la libertad que el Nuevo Mundo parecía ofrecer.

NUEVA HOLANDA Y MARYLAND

Contratado por la Dutch East India Company, Henry Hudson exploró en 1609 la región circundante de lo que hoy es la ciudad de Nueva York y el río que lleva su nombre, hasta un lugar situado tal vez al norte de la actual Albany, Nueva York. Otros viajes posteriores de holandeses sentaron las bases para las reclamaciones y los primeros asentamientos de éstos en la región.

Igual que los franceses en el norte, el principal interés de los holandeses fue el comercio en pieles. Con ese fin, cultivaron estrechas relaciones con las Cinco Naciones de los Iroqueses, la llave de acceso a las regiones centrales de donde provenían las pieles. En 1617 los colonizadores holandeses construyeron un fuerte en la intersección de los ríos Hudson y Mohawk, donde hoy se encuentra Albany.

El asentamiento de la isla de Manhattan data de principios de la década de 1620. En 1624 la isla fue comprada a los norteamericanos nativos de la localidad al precio de 24 dólares según se dice. Pronto se le dio el nombre de Nueva Amsterdam.

Para atraer colonizadores a la región del río Hudson, los holandeses alentaron cierto tipo de aristocracia feudal en lo que se conoció como el sistema de "encomenderos". La primera de sus inmensas haciendas fue establecida en 1630, en la ribera del río Hudson. En el sistema de encomenderos, cualquier accionista o patrón que pudiera llevar 50 adultos a su propiedad en un periodo de cuatro años se hacía acreedor a una parcela con 25 kilómetros de frente hacia el río, derechos exclusivos de caza y pesca, y la jurisdicción civil y penal sobre la tierra. A su vez, él aportaba ganado, aperos y construcciones. Los inquilinos pagaban alquiler al encomendero y le concedían opción prioritaria sobre los excedentes de sus cosechas.

Más al sur, una compañía mercantil sueca que tenía nexos con los holandeses trató de establecer su primer asentamiento junto al río Delaware tres años después. Sin recursos para consolidar su posición, Nueva Suecia fue absorbida poco a poco por Nueva Holanda y más tarde por Pennsylvania y Delaware.

En 1632, la familia católica Calvert obtuvo una carta constitutiva del Rey Carlos I para tomar posesión de las tierras localizadas al norte del río Potomac en lo que más tarde sería Maryland. En virtud de que la carta no prohibía expresamente el establecimiento de iglesias no protestantes, la colonia se convirtió en un refugio para los católicos.

Además de ofrecer refugio a los católicos, que eran cada día más perseguidos en la Inglaterra anglicana, los Calvert deseaban crear fincas lucrativas. Con ese fin y para no tener problemas con el gobierno inglés, alentaron también la inmigración protestante.

La carta constitutiva real de Maryland era una mezcla de elementos feudales y modernos. Por una parte, se concedía a la familia Calvert la facultad de crear haciendas solariegas; por la otra, sus miembros no tenían facultades para dictar leyes sin el consentimiento de los hombres libres (es decir, los propietarios). Pronto comprendieron que para atraer colonizadores -- y ganar réditos con sus propiedades -- tenían que ofrecer a la gente granjas y no sólo la tenencia de fincas solariegas. En consecuencia, se multiplicaron las granjas independientes y sus propietarios exigieron tener voz y voto en los asuntos de la colonia. La primera legislatura de Maryland se reunió en 1635.

RELACIONES ENTRE COLONOS E INDÍGENAS

Ya en 1640 los británicos tenían colonias firmemente establecidas en la costa de Nueva Inglaterra y en la bahía de Chesapeake. En medio de ambas se asentaban los holandeses y la minúscula comunidad sueca. Hacia el oeste vivían los norteamericanos originales, entonces llamados indios.

A veces amigables y a veces hostiles, las tribus del este ya no eran extrañas para los europeos. Aunque los norteamericanos nativos se beneficiaron con el acceso a la nueva tecnología y el comercio, las enfermedades y la codicia de tierras que los primeros colonizadores también trajeron consigo fueron un grave reto para su forma de vida, establecida largo tiempo atrás.

Al principio el comercio con los colonizadores europeos trajo cosas útiles, como cuchillos, hachas, armas, enseres de cocina, anzuelos y muchos otros bienes. Los norteamericanos nativos que comerciaron primero con los europeos tuvieron una ventaja notable sobre sus rivales. En el siglo XVII y en respuesta a la demanda europea, algunas tribus, como los iroqueses, empezaron a prestar más atención a la caza para el comercio de pieles. Las pieles y cueros brindaron a las tribus el medio para comprar los productos coloniales hasta bien entrado el siglo XVIII.

Las relaciones iniciales entre los colonos y los norteamericanos nativos eran una incómoda mezcla de cooperación y conflicto. Por una parte, se pueden citar las relaciones ejemplares que prevalecieron en el primer medio siglo de existencia de Pennsylvania. Por la otra hubo una larga serie de tropiezos, escaramuzas y guerras que casi siempre resultaron en derrotas y mayor pérdida de tierras para los indígenas.

El primero de los levantamientos importantes de norteamericanos nativos tuvo lugar en Virginia en 1622 y en él murieron cerca de 347 blancos, entre ellos varios misioneros que acababan de llegar a Jamestown.

El incesante influjo de colonizadores a las regiones boscosas de las colonias del este tuvo un efecto nocivo para la vida de los norteamericanos nativos. A medida que la cacería se hizo más intensa, las tribus tuvieron que encarar la difícil elección entre padecer hambre, hacer la guerra, o emigrar y entrar en conflicto con otras tribus que vivían más al oeste.

Los iroqueses que habitaban la región al sur de los lagos Ontario y Erie, en el norte de Nueva York y Pennsylvania, lograron resistir con más éxito el avance de los europeos. En 1570 cinco tribus se unieron para formar la nación de norteamericanos nativos más compleja de su época, la "Ho-De-No-Sau-Nee" o Liga de los Iroqueses. La dirección de la liga quedó en manos de un consejo formado por 50 representantes de cada una de las cinco tribus miembros. El consejo se ocupaba de los asuntos comunes de todas las tribus, pero no tenía facultades para decidir sobre la forma en que las tribus mismas, libres e iguales entre sí, debían dirigir sus actividades diarias. A ninguna tribu se le permitía hacer la guerra por decisión propia.

La Liga de los Iroqueses fue una gran potencia en los siglos XVII y XVIII; sostenía un comercio de pieles con los británicos y se alió con ellos para luchar contra los franceses entre 1754 y 1763, en la guerra por el dominio de Norteamérica. Tal vez los británicos no habrían podido ganar esa guerra en otras condiciones.

La Liga de los Iroqueses mantuvo su fuerza hasta la Revolución de Estados Unidos. Entonces, por vez primera, el consejo no fue capaz de tomar una decisión unánime sobre a quién debía apoyar. Las tribus miembros tomaron sus propias decisiones y algunas lucharon al lado de los británicos, otras ayudaron a los colonizadores y algunas más se mantuvieron neutrales. El resultado fue que todos los bandos lucharon contra los iroqueses. Las pérdidas fueron grandes y la liga nunca pudo recuperarse.

LA SEGUNDA GENERACIÓN DE COLONIAS BRITÁNICAS

El conflicto religioso y civil que tuvo lugar en Inglaterra a mediados del siglo XVII restringió la inmigración y la atención que la madre patria prestaba a sus jóvenes colonias de América.

En parte para proveer las medidas de defensa que Inglaterra les negaba, la Colonia de la Bahía de Massachusetts, Plymouth, Connecticut y Nueva Haven formaron la Confederación de Nueva Inglaterra en 1643. Ese fue el primer intento de los colonos europeos por lograr la unidad regional.

La historia temprana de los colonizadores británicos revela gran cantidad de pugnas religiosas y políticas, pues los grupos rivalizaban por el poder y la posición entre ellos mismos y frente a sus vecinos. Maryland, en particular, sufrió las enconadas rivalidades religiosas que afligieron a Inglaterra en la época de Oliver Cromwell. Una de las víctimas de esas pugnas fue la Ley de Tolerancia de ese estado, que fue revocada en la década de 1650. Sin embargo, muy pronto fue restaurada, junto con la libertad religiosa que ella garantizaba.

A raíz de la restauración del Rey Carlos II en 1660, los británicos volvieron a enfocar su atención en Norteamérica. En un breve lapso, los primeros asentamientos europeos se establecieron en las Carolinas y los holandeses fueron expulsados de Nueva Holanda. Otras colonias propietarias se establecieron en lugar de las anteriores en Nueva York, Nueva Jersey, Delaware y Pennsylvania.

Los asentamientos holandeses habían sido regidos por gobernadores autocráticos designados en Europa. En el curso de los años, la población local se fue distanciando de ellos. Por eso cuando los colonizadores británicos empezaron a invadir las tierras holandesas de Long Island y Manhattan, el impopular gobernador no fue capaz de convocar a la población para su defensa. Nueva Holanda cayó en 1664. Pese a todo, las condiciones de la capitulación fueron benignas: a los colonizadores holandeses se les permitió conservar sus propiedades y el culto religioso de su elección.

Ya en la década de 1650, la región de la Sonda de Albemarle, frente a la costa de lo que hoy es la parte septentrional de Carolina del Norte, estaba habitada por colonizadores desplazados de Virginia. El primer gobernador propietario llegó en 1664. La primera ciudad de Albemarle, en una región que aún hoy se considera remota, no se estableció sino hasta la llegada de un grupo de hugonotes franceses en 1704.

Los primeros colonizadores, llegados de Nueva Inglaterra y de la isla de Barbados en el Caribe, arribaron a lo que hoy es la región de Charleston, Carolina del Sur, en 1670. Para la nueva colonia se elaboró un complejo sistema de gobierno, al cual contribuyó el filósofo británico John Locke. Uno de sus rasgos notables fue el fallido intento de crear una nobleza hereditaria. Uno de los aspectos menos atractivos de la colonia fue el incipiente comercio de esclavos norteamericanos nativos. Sin embargo, al cabo del tiempo, la madera, el arroz y el índigo dieron a la colonia una base económica más digna.

William Penn, un cuáquero rico que era amigo de Carlos II, recibió en 1681 una gran extensión de tierra, al oeste del río Delaware, que llegó a ser conocida como Pennsylvania. A fin de poblar esa región, Penn reclutó con diligencia a multitud de disidentes religiosos de Inglaterra y del continente europeo: cuáqueros, menonitas, amish, moravos y bautistas.

Al año siguiente, cuando Penn llegó a esas tierras, ya había colonizadores holandeses, suecos e ingleses asentados en las riberas del río Delaware. En ese lugar él fundó Filadelfia, la "Ciudad del Amor Fraternal".

Con apego a su fe, Penn fue impulsado por un sentimiento de igualdad que no se veía muy a menudo en otras colonias de Norteamérica en esos tiempos. Así, las mujeres de Pennsylvania gozaron de ciertos derechos mucho antes que las residentes de otras regiones del país. Penn y sus delegados prestaban también mucha atención a las relaciones de la colonia con los indígenas delawares y se aseguraba de que a éstos se les pagara el valor de todas sus tierras que fueran colonizadas por los europeos.

Georgia fue fundada en 1732 como la última de las 13 colonias que se habrían de establecer. Muy próxima a los límites de la Florida española, o tal vez dentro de ellos, la región fue considerada como zona de amortiguación contra las incursiones de España. Pero tenía también otra cualidad única: el hombre que estaba al mando de las fortificaciones de Georgia, el general James Oglethorpe, era un reformador que se propuso expresamente crear un refugio donde los pobres y los ex presidiarios pudieran tener una nueva oportunidad.

COLONIZADORES, ESCLAVOS Y SIERVOS

Con frecuencia hombres y mujeres que tenían poco interés activo en emprender una nueva vida en América fueron inducidos a trasladarse al Nuevo Mundo por la hábil persuasión de un promotor. William Penn, por ejemplo, proclamó las oportunidades que esperaban a los que se decidieran a vivir en la colonia de Pennsylvania. Jueces y autoridades carcelarias ofrecían a los convictos la oportunidad de emigrar a las colonias, como Georgia, en lugar de cumplir su sentencia en prisión.

Sin embargo, pocos aspirantes tenían recursos suficientes para pagar su pasaje y el de su familia a fin de volver a empezar en la nueva tierra. En algunos casos, los capitanes de barco recibían grandes recompensas por la venta de contratos de servidumbre para emigrantes pobres y recurrían a cualquier método, desde promesas extravagantes hasta el secuestro, con tal de llevar el mayor número posible de pasajeros en sus barcos.

En otros casos, los gastos de transporte y mantenimiento eran pagados por agencias de colonización, como la Compañía de Virginia o la de la Bahía de Massachusetts. A cambio de eso, los siervos obligados por contrato accedían a trabajar para las agencias como jornaleros bajo contrato, de ordinario por periodos de cuatro a siete años. Al final de ese lapso obtenían su libertad y recibían un "estipendio de liberación", el cual incluía a veces una pequeña parcela.

Tal vez la mitad de los colonizadores que poblaron los asentamientos ubicados al sur de Nueva Inglaterra llegaron a Norteamérica con ese sistema. Aunque la mayoría de ellos cumplían fielmente con sus obligaciones, otros huían de sus empleadores. A pesar de todo, muchos de ellos lograron adquirir a la postre una parcela y establecieron su hogar, ya sea en las colonias donde se habían asentado en un principio o en otras vecinas. No se impuso ningún estigma social a las familias que iniciaron su vida en Norteamérica en esas condiciones de casi esclavitud.

Sólo hubo una excepción importante en esta pauta: los esclavos africanos. Los primeros africanos negros fueron llevados a Virginia en 1619, a sólo 12 años de la fundación de Jamestown. Al principio muchos de ellos fueron recibidos como siervos obligados por contrato que más tarde podían obtener su libertad. Sin embargo, en la década de 1660, cuando aumentó la demanda de mano de obra en las plantaciones de las colonias del sur, la institución de la esclavitud se empezó a consolidar en torno a ellas y se optó por traer africanos a América del Norte, encadenados y condenados a servidumbre involuntaria toda su vida.

EL MISTERIO PERENNE DE LOS ANASAZIS

Los "pueblos" gastados por el tiempo y las pasmosas ciudades en los riscos, labradas en medio de las imponentes y escarpadas barrancas y mesetas de Colorado y Nuevo México, muestran las huellas de uno de los primeros grupos humanos que poblaron Norteamérica: los anasazis (vocablo navajo que significa "los antiguos").

Ya en el año 500 de nuestra era, los anasazis habían fundado algunas de las primeras aldeas reconocibles en el suroeste de Estados Unidos, donde desarrollaban sus actividades de caza y cultivaban maíz, calabacín y frijol. Los anasazis florecieron a través de los siglos, construyeron presas y sistemas de riego muy sofisticados, crearon una tradición distintiva con su magistral alfarería y excavaron intrincadas viviendas de varias habitaciones en las laderas de escarpados barrancos, en lo que aún hoy es uno de los sitios arqueológicos más notables de este país.

Sin embargo hacia el año 1300 abandonaron sus poblados y con ellos su alfarería, sus herramientas y hasta su ropa -- como si hubieran tenido la intención de regresar -- y tal parece que así desaparecieron de la historia.

La historia de los anasazis está ligada inextricablemente al hermoso y agreste entorno que eligieron para vivir. Los primeros asentamientos, que eran simples fosos cavados en el suelo, evolucionaron hasta llegar a ser las construcciones cóncavas conocidas como kivas (salones subterráneos) que les servían de lugar de reunión y centro religioso. Las siguientes generaciones desarrollaron técnicas de construcción a base de mampostería, para edificar "pueblos" rectangulares de piedra. Sin embargo el cambio más espectacular en la vida de los anasazis fue cuando decidieron instalarse en las paredes de los precipicios que se abrían en torno a las mesetas y en ellos esculpieron sus asombrosas moradas de varios niveles.

Los anasazis vivían en una sociedad comunitaria. Comerciaban con otros pueblos de la región y los indicios de que hayan hecho la guerra son escasos y aislados. Además, aunque tenían líderes religiosos y de otra índole y había artesanos muy diestros, las diferencias sociales o de clase prácticamente no existían entre ellos.

Motivos religiosos y sociales influyeron sin duda en la edificación de esas ciudades en los precipicios y en su abandono final. Tal vez el factor más importante fue la lucha por cultivar alimento en un ambiente cada día más difícil. A medida que la población crecía, los granjeros sembraron superficies más grandes en las mesetas y algunas comunidades tuvieron que labrar tierras marginales y otras se mudaron de la altiplanicie para ir a vivir a los farallones. El hecho es que los anasazis no pudieron contener la pérdida incesante de fertilidad del suelo a causa de su uso constante ni soportaron la sequía cíclica de la región. El análisis de los anillos de los árboles, p. ej., revela que una época de sequía con duración de 23 años, de 1276 a 1299, fue tal vez lo que obligó a los últimos grupos de anasazis a emigrar en forma definitiva.

Aún cuando los anasazis se dispersaron a partir de su terruño ancestral, no desaparecieron. Su legado se conserva en los notables restos arqueoloógicos que dejaron a su paso en las comunidades hopis, zunis y otros pueblos que son sus descendientes.

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