CONTENIDO
Capítulo 1:
Los albores de Norteamérica
Capítulo 2:
El periodo colonial
Capítulo 3:
El camino de la independencia
Capítulo 4:
La formación de un gobierno nacional
Capítulo 5:
La expansión hacia el oeste y las diferencias regionales
Capítulo 6:
Conflictos sectoriales
Capítulo 7:
La Guerra Civil y la Reconstrucción
Capítulo 8:
Crecimiento y transformación
Capítulo 9:
Descontento y reforma
Capítulo 10:
Guerra, prosperidad y depresión
Capítulo 11:
El Nuevo Trato y la Segunda Guerra Mundial
Capítulo 12:
Estados Unidos en la posguerra
Capítulo 13:
Décadas de cambio: 1960-1980
Capítulo 14:
El nuevo conservadurismo y un nuevo orden mundial
Capítulo 15:
Un puente hacia el siglo XXI
Bibliografia
PERFILES ILUSTRADOS
El advenimiento de una nación
La transformación de una nación
Monumentos y sitios conmemorativos
Agitación y cambio
Una nación del siglo XXI

AGRADECIMIENTOS
 
Reseña de Historia de Estados Unidos es una publicación del Departamento de Estado de EE.UU. La primera edición (1949-50) fue elaborada bajo la dirección editorial de Francis Whitney, en un principio por la Oficina de Información Internacional del Departamento de Estado y más tarde por el Servicio Cultural e Informativo de Estados Unidos. Richard Hofstadter, profesor de historia en la Universidad Columbia, y Wood Gray, catedrático de historia de Estados Unidos en la Universidad George Washington, colaboraron como consultores académicos. D. Steven Endsley de Berkeley, California, preparó el material adicional. A través de los años, la obra ha sido actualizada y revisada en forma exhaustiva por varios especialistas, entre ellos Keith W. Olsen, profesor de historia de Estados Unidos en la Universidad de Maryland, y Nathan Glick, escritor y ex director de la revista Dialogue (Facetas) de USIA. Alan Winkler, catedrático de historia en la Universidad Miami (Ohio), escribió los capítulos de ediciones anteriores sobre la época posterior a la Segunda Guerra Mundial.
Man of the People: A Life of Harry S. Truman y For the Survival of Democracy: Franklin Roosevelt and the World Crisis of the 1930s.    Esta nueva edición ha sido revisada y actualizada cabalmente por Alonzo L. Hamby, profesor distinguido de historia en la Universidad de Ohio. El profesor Hamby ha escrito mucho sobre la política y la sociedad estadounidenses. Algunos de sus libros son Man of the People: A Life of Harry S. Truman y For the Survival of Democracy: Franklin Roosevelt and the World Crisis of the 1930s. Vive y trabaja en Athens, Ohio.

Director Ejecutivo—
George Clack
Directora Administrativa—
Mildred Solá Neely
Dirección de Arte y Diseño—
Min-Chih Yao
Ilustración de portada—
Tom White
Investigación fotográfica—
Maggie Johnson Sliker
 


 
Capítulo 9:
Descontento y reforma

Proyecto Salón Hogar
 


Marcha de defensoras del sufragio femenino en la Avenida Pennsylvania en Washington, D.C. el 3 de marzo de 1913.(Library of Congress)

"Una gran democracia no puede ser grande ni ser democracia si no es progresista".
-- Ex presidente
Theodore Roosevelt, hacia 1910

DESCONTENTO AGRARIO Y SURGIMIENTO DEL POPULISMO

A pesar de sus notables progresos, los agricultores de estadounidenses de fines del siglo XIX sufrían periodos recurrentes de penurias. Las mejoras mecánicas elevaron notablemente el rendimiento por hectárea. La superficie de tierra dedicada al cultivo aumentó con rapidez en la segunda mitad del siglo, a medida que los ferrocarriles y el desplazamiento gradual de los indígenas plains abrieron nuevas extensiones a la colonización del oeste. Una expansión similar de las tierras agrícolas en países como Canadá, Argentina y Australia, complicó esos problemas en el mercado internacional, donde entonces se vendía gran parte de la producción agrícola de Estados Unidos. La intensidad de la oferta hizo que el precio de los productos agrícolas se abatiera en todas partes.

Los granjeros del Medio Oeste estaban cada día más descontentos a causa de las tarifas de transporte por ferrocarril, que ellos consideraban excesivas, para llevar sus productos al mercado. Ellos consideraban que el arancel proteccionista, un subsidio para las grandes empresas, elevaba el precio de su equipo que era cada día más caro. Atrapados entre los bajos precios del mercado y los altos costos, veían que sus deudas crecían sin cesar y estaban resentidos con los bancos dueños de sus hipotecas. Hasta el clima era hostil. A fines de la década de 1880, la sequía devastó la parte occidental de las Grandes Llanuras y miles de residentes cayeron en bancarrota.

El final de la esclavitud trajo consigo cambios importantes en el sur. Gran parte de la tierra agrícola era trabajada ahora por aparceros, inquilinos que entregaban hasta la mitad de su cosecha con los dueños de la tierra a cambio de semilla y suministros esenciales. Se calcula que el 80% de los granjeros afro-estadounidenses del sur y el 40% de sus homólogos blancos vivían bajo ese sistema extenuante. La mayoría de ellos estaban atrapados en un ciclo de endeudamiento y su única esperanza de salir de él era sembrar más tierras. Eso dio lugar a la sobreproducción de algodón y tabaco, con lo cual los precios se abatieron y el suelo se agotó aún más.

El primer intento organizado de resolver los problemas generales de la agricultura fueron los Patrocinadores del Agro, un grupo de agricultores conocido popularmente como el Movimiento Grange. Iniciado en 1867 por empleados del Departamento de Agricultura de Estados Unidos, los granges se dedicaron inicialmente a actividades sociales para contrarrestar el aislamiento en que vivía la mayoría de las familias del agro. La participación de la mujer aumentó en forma activa. Acicateados por el pánico de 1873, los granges pronto llegaron a tener 20.000 sucursales y un millón y medio de miembros.

El movimiento ya estaba en decadencia en 1880 y fue sustituido por las Alianzas de Granjeros que eran similares en muchos aspectos, pero más abiertamente políticas. En 1890 las alianzas, que inicialmente eran organizaciones estatales autónomas, tenían cerca de 1,5 millones de miembros desde Nueva York hasta California. Una organización afro-estadounidense paralela, la Alianza Nacional de Granjeros de Color, decía tener más de un millón de miembros. La federación dio lugar a los dos grandes bloques del norte y el sur y las alianzas promovieron complejos programas económicos a fin de "unir a los agricultores de los Estados Unidos para su protección contra la legislación clasista y el inflexible avance de la concentración del capital".

En 1890, el nivel del descontento agrario, alimentado por años de penurias y de hostilidad contra el arancel McKinley, fue uno de los más altos de todos los tiempos. En colaboración con sus simpatizantes demócratas en el sur o con terceros partidos pequeños en el oeste, la Alianza de Granjeros propugnó por el poder político. Surgió un tercer instituto político, el Partido Popular (o Populista). Nunca antes en la política de EE.UU. había habido algo similar al fervor populista que cundió entonces por las praderas y los algodonales. Las elecciones de 1890 llevaron al poder al nuevo partido en una docena de estados del sur y el oeste, y enviaron a una veintena de senadores y representantes populistas al Congreso.

La primera convención populista se realizó en 1892, cuando delegados de organizaciones agrarias, obreras y reformistas se reunieron en Omaha, Nebraska, decididos a derrocar un sistema político nacional que, a su juicio, había sido corrompido sin remedio por los consorcios industriales y financieros.

La parte pragmática de su plataforma instaba a la nacionalización de los ferrocarriles, una tarifa baja, préstamos garantizados mediante cosechas no perecederas guardadas en almacenes del gobierno y, lo más explosivo, la inflación monetaria mediante la compra y la acuñación limitada de plata por el Departamento del Tesoro en la proporción "tradicional" de 16 onzas de plata por una onza de oro.

Los populistas mostraron una fortaleza impresionante en el oeste y el sur, y su candidato a la presidencia ganó más de un millón de votos. Sin embargo, la cuestión de la moneda pronto eclipsó todas las demás. Los voceros del agro, convencidos de que sus problemas provenían de la escasez de moneda circulante, argumentaron que aumentar el volumen del circulante elevaría indirectamente los precios de los productos agrícolas y los salarios industriales, lo cual permitiría que las deudas se pagaran con moneda inflacionaria. Por otra parte, grupos conservadores y las clases financieras respondieron que la relación de precios 16:1 era casi el doble del precio de mercado de la plata. La política de compras sin límite habría privado al Departamento del Tesoro de todas sus reservas de oro, devaluando bruscamente el dólar y destruyendo el poder de compra de los trabajadores y la clase media. A su juicio sólo el patrón oro ofrecía estabilidad.

El pánico financiero de 1893 agravó las tensiones en torno a ese debate. Muchos bancos fracasaron en el sur y en el medio oeste; el desempleo cundió y los precios de las cosechas cayeron terriblemente. La crisis y la defensa del patrón oro por el presidente Grover Cleveland generaron claras divisiones en el Partido Demócrata. Al acercarse las elecciones presidenciales de 1896, los demócratas partidarios de la plata se pasaron al bando de los populistas.

La convención demócrata de ese año fue influida por uno de los discursos más famosos en la historia política de este país. Al exhortar con la convención a no "crucificar a la humanidad en una cruz de oro", William Jennings Bryan de Nebraska, el joven defensor de la plata, ganó la candidatura presidencial de los demócratas. También los populistas apoyaron a Bryan.

En la épica contienda subsiguiente, Bryan ganó casi todos los estados del sur y el oeste. Sin embargo, perdió la región industrializada más populosa del norte y el este, y también la elección, frente al republicano William McKinley.

Las finanzas del país empezaron a mejorar al año siguiente, en parte por el descubrimiento de oro en Alaska y en el Yukón. Esto sentó las bases para una expansión conservadora de la oferta de dinero. En 1898 la Guerra Hispano-estadounidense desvió aún más la atención nacional de la temática de los populistas. El populismo y la cuestión de la plata habían muerto. No obstante, muchas de las otras ideas del movimiento lograron sobrevivir.

LA LUCHA DE LOS TRABAJADORES

La vida del trabajador industrial estadounidense del siglo XIX era difícil. Además, las mujeres y los niños constituían un alto porcentaje de la fuerza de trabajo en algunas industrias y a menudo recibían sólo una fracción del salario que se pagaba a los hombres. Las crisis económicas azotaban periódicamente al país, lo cual erosionaba aún más los salarios industriales y producía altos niveles de desempleo.

Al mismo tiempo, el avance tecnológico que tanto elevó la productividad de la nación, redujo sin cesar la demanda de mano de obra capacitada. Pese a ello, la reserva de trabajadores no calificados crecía continuamente pues un número sin precedente de inmigrantes — 18 millones entre 1880 y 1910 — llegó al país con grandes deseos de trabajar.

Antes de 1874, cuando Massachusetts aprobó la primera legislación del país que limitó a 10 horas diarias la jornada permisible para las mujeres y los niños en las fábricas, casi no había leyes laborales en Estados Unidos. No fue sino hasta la década de 1930 cuando el gobierno federal tomó cartas en el asunto. Hasta entonces, eso quedaba al arbitrio de las autoridades estatales y locales, pero pocas de éstas respondían a las necesidades de los trabajadores con igual eficacia que a las de los industriales ricos.

El capitalismo de laissez-faire, que dominó la segunda mitad del siglo XIX y propició enormes concentraciones de riqueza y poder, tuvo el respaldo de un sistema judicial que una y otra vez dictaba sentencia contra todo aquel que impugnara al sistema. Tomando como base un modelo simplificado de la ciencia darviniana, muchos pensadores sociales creyeron que tanto el crecimiento de las grandes empresas a expensas de las pequeñas como la riqueza de unos pocos junto a la pobreza de muchos eran expresión de "la supervivencia del más apto" y subproductos inevitables del progreso.

Al parecer, los trabajadores estadounidenses, sobre todo los capacitados, vivían al menos tan bien como sus homólogos de la Europa industrial. No obstante, los costos sociales eran altos. Todavía en el año 1900, Estados Unidos tenía la tasa de mortalidad por causas laborales más alta de todos los países industrializados del mundo. Aunque la mayoría de los trabajadores fabriles seguía laborando jornadas de 10 horas diarias (12 horas en la industria del acero), ganaba menos de la suma mínima estimada para llevar una vida decorosa. El número de niños en la fuerza de trabajo se duplicó entre 1870 y 1900.

El primer esfuerzo importante para organizar a los grupos de trabajadores de todo el país surgió en 1869 con La Noble Orden de los Caballeros del Trabajo. La orden creció poco a poco hasta que en 1885 su sindicato ferroviario venció al gran magnate Jay Gould por medio de una huelga. En menos de un año logró atraer 500.000 trabajadores más a sus listas, pero por no estar a tono con el sindicalismo pragmático e incapaces de repetir sus éxitos, los Caballeros pronto cayeron en decadencia.

Su lugar en el movimiento laboral fue ocupado gradualmente por la Federación Estadounidense del Trabajo (AFL por sus siglas en inglés). Dirigida por el ex funcionario del sindicato de fabricantes de cigarros Samuel Gompers, la AFL era un grupo de sindicatos que centraba su atención en los trabajadores calificados y no estaba abierto a todos los obreros. Sus objetivos eran "puros, simples" y apolíticos: elevar salarios, reducir horarios y mejorar las condiciones de trabajo. Ayudó mucho a que el movimiento laboral no asumiera las opiniones socialistas de casi todos los movimientos sindicales europeos.

Sin embargo, tanto antes de la fundación de la AFL como después de ella, la historia laboral estadounidense ha sido violenta. En la Gran Huelga Ferroviaria de 1877, los trabajadores ferroviarios de todo el país protestaron por la reducción de 10% en su paga. Los intentos de romper la huelga condujeron a disturbios y destrozos en gran escala en varias ciudades.

El incidente de Haymarket Square tuvo lugar nueve años más tarde, cuando alguien arrojó una bomba contra la policía que intentaba disolver una concentración anarquista de apoyo a una huelga en la McCormick Harvester Company de Chicago. Eso provocó una gran confusión en la que se dice que murieron siete policías y por lo menos cuatro obreros. Cerca de 60 policías resultaron heridos.

En 1892, en la planta siderúrgica de Carnegie en Homestead, Pennsylvania, un grupo de 300 detectives de Pinkerton que la compañía había contratado para romper una enconada huelga declarada por la Asociación Amalgamada de Trabajadores del Hierro, el Acero y el Estaño tuvieron un feroz tiroteo con los huelguistas y fueron vencidos. Entonces se llamó a la Guardia Nacional para proteger a los trabajadores no sindicalizados y se rompió la huelga. No se permitiría el regreso de sindicatos a la planta sino hasta 1937.

En 1894, el recorte de salarios en la Pullman Palace Car Company, en las afueras de Chicago, provocó una huelga que muy pronto paralizó gran parte del sistema ferroviario del país, con el apoyo del Sindicato Estadounidense de Ferrocarriles. Cuando la situación se deterioró, el procurador general de Estados Unidos y ex abogado ferroviario Richard Olney comisionó a más de 3.000 suplentes en un intento de mantener los trenes en operación. Todo eso fue seguido de una orden judicial federal para que los sindicatos dejaran de interferir en esas operaciones. Ante el desorden resultante, el presidente Cleveland envió tropas federales y la huelga fue disuelta al fin.

El más militante de los grupos favorables a las huelgas era el Sindicato de Trabajadores Industriales del Mundo (IWW por sus siglas en inglés). Formado por una amalgama de sindicatos que luchaban por obtener mejores condiciones en la industria minera del oeste, los miembros del IWW o "temblorosos" como se les solía llamar, tuvieron especial notoriedad por los enfrentamientos en las minas de Colorado en 1903 y por el alto grado de brutalidad con que se les reprimió. No obstante, por su exhortación a realizar paros laborales en plena Primera Guerra Mundial, el gobierno aplicó severas medidas correctivas en su contra en 1917, lo cual de hecho los destruyó.

EL IMPULSO DE REFORMA

La elección presidencial de 1900 dio al pueblo de Estados Unidos oportunidad de expresar su juicio acerca del gobierno republicano del presidente McKinley, sobre todo de su política exterior. Reunidos en Filadelfia, los republicanos expresaron su júbilo por el resultado favorable obtenido en la guerra contra España, la reanudación de la prosperidad y la campaña para conquistar nuevos mercados con la política de puertas abiertas. McKinley derrotó con facilidad a su opositor, quien una vez más fue William Jennings Bryan. Sin embargo el presidente no vivió para disfrutar su victoria. En septiembre de 1901, cuando asistía a una exposición en Buffalo, Nueva York, fue muerto a tiros por un asesino. Él fue el tercer presidente asesinado desde la Guerra Civil.

Theodore Roosevelt, el vicepresidente de McKinley, asumió la presidencia. El ascenso de Roosevelt al poder coincidió con una nueva época en la vida política y en las relaciones internacionales de Estados Unidos. El continente ya estaba poblado y la frontera iba desapareciendo. Lo que antes era una pequeña república en pugna se había convertido en una potencia mundial. Los cimientos políticos del país habían resistido las vicisitudes de las guerras extranjeras y la Guerra Civil, así como las mareas de la prosperidad y la depresión. Se habían logrado enormes avances en agricultura e industria, la educación pública gratuita ya era una realidad en gran parte, la libertad de prensa se había preservado y el ideal de la libertad religiosa se mantenía también. Sin embargo, la influencia de las grandes empresas estaba más arraigada que nunca y a menudo los gobiernos locales y municipales estaban en manos de políticos corruptos.

En respuesta a los excesos del capitalismo y la corrupción política del siglo XIX, surgió un movimiento de reforma conocido como el "progresismo", que forjó el carácter especial de la política y el pensamiento de Estados Unidos desde cerca de 1890 hasta 1917, cuando el país se involucró en la Primera Guerra Mundial. Los progresistas tenían diversos objetivos, pero vieron su misión, en general, como una cruzada democrática contra los abusos de los jefes políticos urbanos y los grandes magnates de la corrupción. Sus metas eran más democracia y justicia social, un gobierno honesto, la regulación más eficaz de las empresas y un renovado compromiso con el servicio público. En general, ellos creían que al ampliar el alcance del gobierno se aseguraría el progreso de la sociedad del país y el bienestar de sus ciudadanos.

Los años 1902 a 1908 fueron la época de mayor actividad reformista, pues escritores y periodistas protestaron con energía por la aplicación de las prácticas y principios heredados de la república rural del siglo XVIII que ya eran inadecuados para un país urbano del siglo XX. Varios años antes, en 1873, el célebre autor Mark Twain ya había sometido a la sociedad estadounidense a un análisis crítico en The Gilded Age (La edad dorada). Ahora empezaron a aparecer artículos desafiantes en diarios y revistas tan populares como McClure's y Collier's, donde se denunciaba a los consorcios, las altas finanzas, los alimentos impuros y las prácticas abusivas de los ferrocarriles. A sus autores, como la periodista Ida May Tarbell con su campaña contra el Standard Oil Trust, se les llegó a conocer como "los rastrillos del escándalo".

En su sensacional novela The Jungle (La selva), Upton Sinclair denunció las condiciones insalubres en las plantas empacadoras de carne de Chicago y la hegemonía del consorcio de cárnicos sobre la oferta nacional de ese producto. En sus novelas The Financier (El financiero) y The Titan (El titán), Theodore Dreiser permitió que los legos entendieran con facilidad las maquinaciones de las grandes empresas. The Octopus (El pulpo) de Frank Norris arremetió contra la administración inmoral en los ferrocarriles y en The Pit (El foso) este autor describió las manipulaciones secretas en el mercado de cereales de Chicago. Lincoln Steffen desnudó la corrupción política local en The Shame of the Cities (La vergüenza de las ciudades). Esa "literatura de denuncia" indujo al público a la acción.

El impacto aplastante de escritores que no hacían concesiones y un creciente grado de conciencia en el público indujeron a los dirigentes políticos a tomar medidas prácticas. Muchos estados aprobaron leyes para mejorar las condiciones de vida y trabajo de la población. A instancias de críticos sociales tan destacados como Jane Addams, las leyes sobre el trabajo infantil se hicieron más estrictas y surgieron otras nuevas para aumentar los límites de edad, acortar los horarios de trabajo, restringir los turnos de noche y exigir la asistencia de los pequeños trabajadores a la escuela.

LAS REFORMAS DE ROOSEVELT

A principios del siglo XX, la mayoría de las grandes ciudades y más de la mitad de los estados ya habían instituido un horario de ocho horas diarias en las obras públicas. Otro aspecto de igual importancia fueron las leyes de indemnización para trabajadores, en las que se definió la responsabilidad legal de los empleadores por las lesiones que sufrieran sus empleados en el trabajo. Se promulgaron también nuevas leyes tributarias que al gravar con impuestos las herencias, los ingresos y la propiedad o las ganancias de corporaciones, intentaron que la carga del gobierno recayera sobre quienes tenían mayor capacidad de pago.

Muchos vieron con claridad — sobre todo el presidente Theodore Roosevelt y los líderes progresistas del Congreso (entre los que destacaba el senador por Wisconsin, Robert LaFollette) — que la mayoría de los problemas que enfrentaban los reformadores no podrían resolverse si no se atacaban a escala nacional. Roosevelt declaró su decisión de dar a todo el pueblo estadounidense un "trato justo".

Durante su primer periodo inició una política de mayor supervisión del gobierno mediante la aplicación de las leyes contra el monopolio. Con su apoyo, el Congreso aprobó la Ley Elkins (1903), que impuso grandes restricciones a la práctica por la cual los ferrocarriles otorgaban descuentos a sus expedidores de carga favoritos. La ley impuso como norma legal que las empresas publicaran sus tarifas y que el remitente tuviera el mismo grado de responsabilidad que el ferrocarril sobre los descuentos otorgados. Mientras tanto, el Congreso creó un nuevo Departamento de Comercio y Trabajo, con rango de gabinete, que incluyó una Oficina de Corporaciones con facultades para investigar las operaciones de los grandes conglomerados de empresas.

Roosevelt fue aclamado como un "cazador de trusts", pero su verdadera actitud hacia las grandes empresas fue compleja. A su juicio, la concentración de la economía era inevitable. Algunos trusts eran "buenos" y otros "malos". La tarea del gobierno consistía en establecer distinciones razonables entre ellos. Por ejemplo en 1907, cuando la Oficina de Corporaciones descubrió que la American Sugar Refining Company había evadido derechos de importación, emprendió acción legal con lo cual más de cuatro millones de dólares fueron recuperados y se dictó sentencia contra varios funcionarios de la compañía.

La fuerte personalidad de Roosevelt y sus actividades de "cazador de monopolios" excitaron la imaginación de la gente común y la aprobación a sus medidas progresistas cruzó las fronteras entre partidos. Además, la abundancia y prosperidad del país en su época hizo que el pueblo se sintiera satisfecho con el partido que estaba en el gobierno. Él obtuvo fácilmente la victoria en la elección presidencial de 1904.

Animado por su arrollador triunfo en las elecciones, Roosevelt propuso una regulación aún más estricta de los ferrocarriles. El Congreso aprobó la Ley Hepburn en junio de 1906. Ésta confirió verdadera autoridad a la Comisión de Comercio Interestatal para regular las tarifas, amplió su jurisdicción y obligó a los ferrocarriles a renunciar a sus intereses conexos en las líneas marítimas y en la industria del carbón.

En otras medidas, el Congreso llevó aún más lejos el principio del control federal. La Ley de Alimentos y Fármacos Puros de 1906 prohibió el uso de cualquier "droga, producto químico o conservador deletéreo" en la elaboración de medicamentos y comestibles. La Ley de Inspección de la Carne, del mismo año, exigió la inspección federal de todas las empresas empacadoras de carne en el comercio interestatal.

La conservación de los recursos naturales de la nación, el desarrollo administrado de recursos del dominio público y la rehabilitación de grandes extensiones de tierra que habían sido objeto de descuido fueron otros grandes logros de la era de Roosevelt. Roosevelt y sus asistentes no eran precisamente conservadores, pero en vista de la explotación desordenada de los recursos públicos que los precedió, la conservación de éstos tuvo un lugar prominente en su agenda. Si sus antecesores habían reservado 18.800.000 hectáreas de bosques maderables como áreas de conservación y parques, Roosevelt aumentó esa superficie a 59.200.000 hectáreas.

TAFT Y WILSON

En vísperas de la campaña electoral de 1908, la popularidad de Roosevelt estaba en su apogeo, pero él no quiso romper la tradición por la cual ningún presidente podía ocupar el cargo más de dos periodos sucesivos. Optó entonces por apoyar a William Howard Taft, quien durante su presidencia fue gobernador de las Filipinas y secretario de Guerra. Taft se comprometió a continuar con los programas de Roosevelt y derrotó a Bryan, quien contendió por tercera y última vez.

El nuevo presidente siguió combatiendo a los consorcios, pero con menos determinación que Roosevelt, fortaleció más la Comisión de Comercio Interestatal, fundó un banco del ahorro postal y un sistema de paquetería por correo, amplió el servicio civil y auspició la promulgación de dos enmiendas a la Constitución, las cuales fueron aprobadas en 1913.

La 16ª Enmienda, ratificada cuando Taft estaba a punto de dejar el cargo, autorizó un impuesto federal sobre la renta; la 17ª Enmienda, aprobada pocos meses después, dispuso que a los senadores los eligiera directamente el pueblo y no las legislaturas estatales. Sin embargo, esos logros de Taft tuvieron su contrapeso en la aceptación de un nuevo arancel con tarifas proteccionistas más altas, en su oposición a la admisión del estado de Arizona en la Unión porque tenía una constitución liberal y en su dependencia cada día mayor del ala conservadora de su partido.

En 1910 el partido de Taft estaba muy dividido. Al cabo de dos años, Woodrow Wilson, el gobernador demócrata progresista del estado de Nueva Jersey, entró a la contienda política contra Taft, el candidato republicano, y contra Roosevelt, quien se presentó como candidato de un nuevo Partido Progresista. Con una animada campaña, Wilson derrotó a sus dos rivales.

En su primer periodo, Wilson logró que uno de los programas legislativos más notables en la historia estadounidense fuera aprobado. Su primera tarea fue la revisión de los aranceles. La Ley Arancelaria Underwood, promulgada el 3 de octubre de 1913, dispuso grandes reducciones a los aranceles sobre la importación de materias primas y alimentos, algodón y artículos de lana, hierro y acero, y suprimió el pago de derechos para más de un centenar de otros productos. Pese a que la ley conservó muchos rasgos proteccionistas, fue un intento genuino de abatir el costo de la vida. Para compensar los ingresos perdidos, estableció un modesto impuesto sobre la renta. El segundo elemento del programa demócrata fue la muy aplazada reorganización total del inflexible sistema de banca y moneda.

La Ley de la Reserva Federal del 23 de diciembre de 1913 fue uno de los logros legislativos más duraderos de Wilson. Los conservadores pugnaban por el establecimiento de un banco central poderoso. La nueva ley, de acuerdo con los sentimientos jeffersonianos del Partido Demócrata, dividió al país en 12 distritos, con un Banco de la Reserva Federal en cada uno, todos los cuales eran supervisados por una Junta de la Reserva Federal con autoridad limitada para establecer tasas de interés. La ley garantizó mayor flexibilidad de la oferta monetaria y dispuso la emisión de billetes de la reserva federal para satisfacer las demandas de las empresas. En la década de 1930 habría una centralización aún mayor del sistema.

La siguiente tarea importante fue la regulación de los consorcios y la investigación de abusos de las corporaciones. El Congreso autorizó a una Comisión Federal de Comercio para expedir órdenes encaminadas a prohibir el uso de "métodos de competencia desleal" por las empresas en el comercio interestatal. La Ley Clayton contra Monopolios proscribió muchas prácticas corporativas que hasta entonces no habían sido objeto de condena específica: las confabulaciones de juntas directivas, la aplicación de precios preferentes entre compradores, el uso de la interdicción en disputas laborales y el hecho de que una corporación tuviera acciones de otras empresas similares.

Los granjeros y otros trabajadores no fueron olvidados. La Ley Smith-Lever de 1914 estableció un "sistema de extensión" de agentes de condado para asesorar a los agricultores en todo el país. La Ley de Marineros de 1915 mejoró las condiciones de vida y trabajo en los barcos. En 1916, la Ley Federal de Indemnizaciones para Trabajadores autorizó el pago de éstas a los empleados del servicio civil que sufrieran invalidez en el ejercicio de su trabajo e instituyó un modelo para la empresa privada. La Ley Adamson del mismo año estableció un día laboral de ocho horas para los trabajadores ferroviarios.

Este expediente de logros le ganó a Wilson un lugar firme en la historia de Estados Unidos, como uno de los reformadores progresistas más notables de la nación. Sin embargo su prestigio en el país se eclipsó pronto por su historial como un presidente hecho para tiempos de guerra porque llevó a su país a la victoria, pero no supo conservar el apoyo de su pueblo en el periodo de paz subsiguiente.

UNA NACIÓN DE NACIONES

Ningún país ha tenido una historia más fuertemente unida a la inmigración que Estados Unidos. Sólo en los 15 primeros años del siglo XX, más de 13 millones de inmigrantes llegaron a ese país, a menudo por Ellis Island, el centro federal de inmigración inaugurado en el puerto de Nueva York en 1892.

Según el primer censo oficial de 1790, el número total de estadounidenses era entonces de 3.929.214. Cerca de la mitad de la población de los 13 estados originales era de origen inglés; el resto eran escocés-irlandeses, alemanes, holandeses, franceses, suecos, galeses y fineses. La quinta parte de la población eran esclavos africanos.

Desde el principio, los estadounidenses vieron a los inmigrantes como un recurso necesario para un país en expansión. Por esa razón, antes de la década de 1920 hubo pocas restricciones oficiales a la inmigración a este país. Sin embargo, como el número de inmigrantes era cada día mayor, algunos estadounidenses empezaron a sentir que su cultura estaba amenazada.

Los padres fundadores, sobre todo Thomas Jefferson, tenían opiniones ambiguas sobre la conveniencia de que su país recibiera emigrantes de todos los rincones del mundo. Sin embargo pocos apoyaron la idea de cerrarles las puertas en un país donde la necesidad de mano de obra era tan urgente.

La inmigración disminuyó a fines del siglo XVIII y a principios del XIX, cuando las guerras perturbaron los viajes a través del Atlántico y los gobiernos europeos restringieron la emigración para retener a sus hombres jóvenes en edad militar. Sin embargo, al aumentar las poblaciones europeas, un mayor número de personas explotaron la misma tierra y se redujo el tamaño de las parcelas agrícolas al extremo que las familias apenas lograban sobrevivir. Miles de artesanos que no querían o no podían hallar empleo en las fábricas se quedaron desocupados en Europa.

A causa de la plaga de añublo que atacó a la papa en Irlanda y por la revolución que asolaba sin cesar las tierras de Alemania, varios millones más de inmigrantes llegaron a Norteamérica a mediados de la década de 1840. Casi 19 millones de personas llegaron a Estados Unidos entre 1890 y 1921, el año en que el Congreso aprobó por vez primera restricciones severas al respecto. La mayoría de los inmigrantes venían de Italia, Rusia, Polonia, Grecia y los Balcanes, pero muchos llegaron también de otros lugares fuera de Europa: emigraron al este desde Japón, al sur desde Canadá y al norte desde México.

Sin embargo a principios de la década de 1920 se forjó una alianza entre los sindicatos preocupados por elevar los salarios y la gente que instaba a restringir la inmigración por motivos raciales o religiosos, como el Ku Klux Klan y la Liga para la Restricción de la Inmigración. En 1924, la Ley Johnson-Reed sobre Inmigración impuso límites permanentes a la llegada de inmigrantes mediante cuotas calculadas según el país de origen.

La Gran Depresión de los años 30 frenó aún más drásticamente la inmigración. En vista de que la opinión pública se oponía a la admisión de inmigrantes en general, aun en el caso de minorías europeas perseguidas, fueron relativamente pocos los refugiados que hallaron asilo en Estados Unidos tras del ascenso de Adolf Hitler al poder en 1933.

En las décadas de posguerra, Estados Unidos siguió aferrado a las cuotas basadas en el país de origen. Los partidarios de la Ley McCarran-Walter de 1952 decían que el relajamiento de las cuotas podría hacer que el país fuera invadido por agentes subversivos marxistas de Europa Oriental.

En 1965 el Congreso sustituyó las cuotas por país a favor de otras de tipo hemisférico. Se daba preferencia a los familiares de ciudadanos estadounidenses y a inmigrantes con habilidades laborales que escasearan en Estados Unidos. Las cuotas hemisféricas fueron reemplazadas en 1978 por un límite máximo de 290.000 personas para todo el mundo, el cual se redujo a 270.000 en 1980 con la aprobación de la Ley de Refugiados.

Desde mediados de los años 70, Estados Unidos ha recibido una nueva oleada de inmigrantes de Asia, África y América Latina que transforman a las comunidades de toda la nación. Según cálculos actuales, cada año llegan 600.000 inmigrantes legales a este país.

Sin embargo, la inmigración ilegal sigue siendo un problema importante porque las cuotas para controlar el número de inmigrantes y refugiados no han dejado de ser muy inferiores a la demanda. Gente de México y otros países de América Latina cruza todos los días la frontera suroeste de Estados Unidos en busca de trabajo, salarios más altos y un mejor nivel de educación y atención de la salud para la familia. También hay un flujo sustancial de migración ilegal de países como China y otras naciones de Asia. Los cálculos varían, pero algunos sugieren que cada año llegan a Estados Unidos hasta 600.000 inmigrantes ilegales.

A lo largo de la historia, grandes rachas de inmigración han generado tensiones sociales, a la par que dividendos económicos y culturales. A pesar de todo, en la mayoría de los estadounidenses está muy arraigada la convicción de que la Estatua de la Libertad se yergue en verdad como el símbolo de su país, que alumbra con su lámpara la "puerta de oro" y da la bienvenida a todos los que "anhelan respirar un clima de libertad". Esa convicción y la certidumbre de que sus antepasados también fueron inmigrantes han hecho que Estados Unidos siga siendo una nación de naciones.

Capítulo 10: Guerra, prosperidad y depresión >>>>